No obstante, Rumanía parece haber sobrevivido a la competencia: es el país de la Unión Europea que vende más violines fuera del Viejo Continente, según datos de Eurostat correspondientes a 2018.
Rodeado de miles de violines colgados del techo o alineados en las estanterías, Vasile Gliga es lutier desde hace más de 30 años en Reghin, la “Cremona rumana”, cuyo saber hacer es reconocido en todo el mundo.
Pero como sus viejos colegas, teme que su oficio se extinga por falta de relevo, en un país afectado por la emigración masiva, mientras mira preocupado a la competencia china.
El artesano fabricó sus primeros violines en un trastero de su apartamento en 1988, cuando tenía 29 años. Desde entonces, centenares de miles de instrumentos de cuerda han tomado vida en su taller, el más grande de la ciudad.
En un local oscuro adyacente, planchas de madera apiladas hacen pensar en materiales de la construcción. Pero entre las manos de estos virtuosos de la madera, los pedazos se animan para convertirse en gráciles violines, violonchelos o contrabajos.
– “Nadie después de nosotros” –
“Un violín maestro acumula 300 horas de trabajo escalonado al año, y esto después de haber dejado secar la madera durante tres a cinco años”, cuenta Gliga.
Solo el año pasado, vendió 50.000 piezas, de ellas solo 2% en el mercado rumano; la inmensa mayoría la exportó, principalmente, a Estados Unidos.
¿El secreto de un buen instrumento? “Poner en él un poco de tu alma”, dice el artesano.
En esta ciudad de 30.000 habitantes del centro de Rumanía, “prácticamente en cada calle hay uno o dos talleres”, dice Virgil Bandila, que recibe a la AFP en locales más modestos.
Tiene una pequeña empresa de ocho artesanos, que fabricaron 25 violines en 2020, vendidos a China y Japón.
Aunque la pandemia apenas ha tenido impacto en las ventas, está preocupado porque no encuentra aprendices.
“Hemos nacido todos en los años 1970 y después de nosotros no hay nadie”, dice, mientras lamenta ver a los “jóvenes volverse hacia la informática”.
“Es cierto que no es un trabajo fácil, sobre todo cuando se puede encontrar un empleo menos difícil en el extranjero”.
Cuatro millones de rumanos han emigrado en los últimos años en busca de una vida mejor.
– Alma y madera –
Reghin debe su fama a los arces centenarios que pueblan los bosques vecinos y que le ha valido al valle el nombre “del italiano”. Según la leyenda, los mejores lutiers de la península venían aquí otrora para aprovisionarse de madera.
“Los árboles más preciados son los arces ondeados que crecen libremente, sacudidos por el viento”, dice uno de los empleados de Gliga, Cristian Pop.
Esta esencia es apreciada por los artesanos chinos, que compran a intermediarios locales y hacen aumentar el valor de sus instrumentos al colocar la etiqueta de “madera europea”.
Esto no hace más que aumentar la animadversión de los lauderos rumanos contra los del país asiático, primer exportador mundial de instrumentos musicales, entre ellos violines que se venden hasta por 30 euros, frente a los de Reghin, que cuestan varios centenares o miles de euros.
No obstante, Rumanía parece haber sobrevivido a la competencia: es el país de la Unión Europea que vende más violines fuera del Viejo Continente, según datos de Eurostat correspondientes a 2018.
– Clavicordio y ukelele –
La historia de los fabricantes de instrumentos en este país empezó en 1951, cuando el régimen comunista decidió montar una fábrica en Reghin para aprovechar la tradición local de la artesanía de la madera.
Este lugar histórico, que todavía existe y puede vanagloriarse de producir los únicos clavicordios, liras o ukeleles del país, “ha conocido altos y bajos”, recuerda Nicolae Bâzgan, su director desde hace 54 años e ingeniero de formación.
Toda su vida está en un pequeño cuaderno donde meticulosamente ha ido anotando el número de instrumentos que ha fabricado: 37 en 1951, 99.000 en 1980, 60.000 en 2019. Y solo 37.000 el año pasado, debido a los tres meses de cierre por la crisis sanitaria.
A lo largo de los años, ha transmitido el conocimiento a miles de artesanos. Los mejores abrieron sus propios talleres, como Vasile Gliga o Virgil Bandila… o emigraron.
En su taller estrecho, Bandila no se desanima: “Mi esperanza es que mi hijo, que estudia fabricación de instrumentos en Newark, Gran Bretaña, vuelva un día a Reghin para tomar el relevo”.