Dicho término suele asociarse con el príncipe Felipe, el consorte de Isabel II, quien popularizó su uso. Pero, se remonta al rey Jorge VI, quien, según se dice, declaró: “No somos una familia. Somos una firma”.
Cuando Meghan, la esposa del príncipe Enrique, se refirió a la familia real británica como “la Firma” en su dramática entrevista con Oprah Winfrey el domingo, evocó una institución que es tanto un negocio como una fantasía. Ahora es un negocio en crisis, después de que la pareja acusó a miembros de la familia de tener actitudes racistas y crueles.
El Palacio de Buckingham respondió el martes que “toda la familia se entristece al conocer cuán desafiantes han sido los últimos años para Enrique y Meghan”. Según el comunicado oficial, las acusaciones de racismo son “preocupantes” y “aunque algunos recuerdos pueden variar, se toman muy en serio y serán abordados por la familia en privado”.
Por supuesto que la historia de Enrique y Meghan es un traumático drama personal: de padres e hijos, hermanos y esposas, que se pelean por desaires, reales o imaginarios. Sin embargo, también es una historia laboral: las dificultades de una extranjera glamorosa e independiente que se incorpora a una empresa familiar establecida, rígida y, a veces, desconcertante.
Dicho término suele asociarse con el príncipe Felipe, el consorte de la reina Isabel II, quien popularizó su uso. Sin embargo, se remonta a tiempos lejanos, al padre de la reina, el rey Jorge VI, quien, según se dice, declaró en una ocasión: “No somos una familia. Somos una firma”.
Se trata de una firma que va mucho más allá de la propia realeza, ya que abarca un ejército de secretarios privados, asesores de comunicación, damas de compañía, mayordomos y amas de llaves, choferes, lacayos, empleados domésticos, jardineros y todas las demás personas que dirigen los palacios, y las vidas, de la realeza que vive en ellos.
Tan solo en el Palacio de Buckingham hay más de 400 empleados, que se encargan de todo, desde un vasto negocio de restauración para las decenas de banquetes, fiestas en el jardín y cenas de Estado que organiza la reina, hasta un aparato de relaciones públicas de tipo corporativo, cuyos miembros a menudo provienen del mundo del periodismo o la política.
“Es muy difícil diferenciar entre la familia y la maquinaria”, comentó Penny Junor, historiadora de la realeza y autora de “The Firm: The Troubled Life of the House of Windsor”. Los miembros de la familia, señaló, utilizan secretarios privados para tareas tan personales como invitar a sus padres o hijos a cenar.
“Esta no es una familia que sea buena para comunicarse entre sí”, explicó Junor. “Desde luego, no son buenos para cuidarse los unos a los otros”.
Cuando explicaban sus motivos para marcharse, Enrique y Meghan, también conocidos como el duque y la duquesa de Sussex, solían mencionar esta burocracia y no a sus parientes cercanos. Los miembros del personal de comunicación del palacio no defendieron a Meghan de los informes de prensa difamatorios, dijeron.
Los asesores le dijeron que no debía salir a comer con sus amigas porque estaba sobreexpuesta, a pesar de que solo había salido del Palacio de Kensington dos veces en cuatro meses.
Enrique describió una especie de Estado profundo de la realeza que permea todos los aspectos de la vida cotidiana y aprisiona, incluso, a los miembros de la familia, como los príncipes Carlos y Guillermo, que parecen estar a gusto dentro de sus confines.
“Mi padre y mi hermano están atrapados”, dijo a Winfrey. “No pueden salir. Y siento una enorme compasión por eso”.
Días antes de la entrevista, el poder de la burocracia del palacio se hizo evidente cuando The Times of London informó que Meghan había intimidado a miembros de su personal, e hizo llorar a asistentes de menor categoría, además de despedir a dos asistentes personales. Un portavoz de Meghan desestimó las acusaciones por ser un intento de “manchar su reputación”.
Incluso después de que los hermanos dividieran su personal, las relaciones con los asistentes fueron turbulentas, a menudo por la cobertura noticiosa poco halagadora de Meghan. La pareja le avisó con poca antelación a su personal cuando anunció en enero de 2020 que planeaba retirarse de sus funciones y abandonar el Reino Unido, por lo cual esos empleados se quedarían sin trabajo.
Las tensiones estallaron no solo entre el personal de la pareja, sino también con las demás casas reales de la familia, en el Palacio de Buckingham, donde se encuentra el personal de la reina, y en Clarence House, la residencia del príncipe Carlos.
Las relaciones con la prensa están en el centro del conflicto entre la pareja y la familia. A pesar de su propia y difícil historia personal, el príncipe Carlos ha cultivado mejores relaciones con la prensa amarillista británica que Enrique y Meghan, que han cortado con los tabloides y presentado demandas de privacidad contra varios de ellos.
Enrique, que culpa la voraz cobertura de la prensa por la muerte de su madre, Diana, en un accidente automovilístico en París en 1997, habló de un “contrato invisible” entre la familia y los tabloides. “Si, como miembro de la familia, estás dispuesto a dar de beber, cenar y ofrecer acceso total a estos reporteros”, dijo, “entonces la prensa será más benevolente contigo”.
Comentó que su padre y otros miembros de la familia estaban aterrorizados de que la prensa sensacionalista se volviera contra ellos. La supervivencia de la monarquía, afirmó, depende de que se mantenga una determinada imagen ante el pueblo británico, que se propaga a través de los tabloides de gran circulación. Al igual que la Casa Blanca, el palacio da acceso a una rotación de reporteros reales, que documentan las reuniones y ceremonias de la reina.
“Hay un nivel de control por miedo que ha existido durante generaciones”, afirmó Enrique. “Repito, por generaciones”.
Los historiadores coinciden en que la relación entre la familia real y la prensa sensacionalista se remonta a la década de 1920. Casi siempre, la transacción ha sido beneficiosa para ambas partes: la familia real ha conseguido exposición para sus actividades, lo que ha ayudado a justificar su seguridad financiada con fondos públicos y otros gastos. La prensa sensacionalista, por su parte, cuenta con un desfile constante de príncipes y princesas, duques y duquesas, para vender periódicos.
Con la llegada de Rupert Murdoch en la década de los setenta, la cobertura de la prensa sobre la realeza se hizo más invasiva e implacable. La demanda de Enrique contra el periódico The Sun, propiedad de Murdoch, alega que su teléfono celular fue intervenido. Por su parte, Meghan ganó hace poco un juicio contra The Mail on Sunday por publicar, sin autorización, una carta privada que había enviado a su padre, Thomas Markle, de quien está distanciada.
La entrevista de la pareja causó una baja importante en los medios de comunicación el martes, cuando Piers Morgan, el copresentador de “Good Morning Britain” en ITV News, renunció de manera abrupta. Morgan, un estridente crítico de la pareja, dijo que “no se creyó ni una palabra” de la entrevista, incluso la confesión de Meghan de haber pensado suicidarse, lo que provocó más de 41.000 quejas al regulador de comunicaciones británico.