Los pases de vacunación solo terminarán con la propagación de la covid-19, cuando las vacunas sean distribuidas de manera equitativa y las naciones accedan a cumplir con las normas de inmunización.
Se han administrado más de 448 millones de dosis a nivel mundial, y en algunos países las campañas de inmunización están permitiendo que la gente regrese a una vida cuasinormal. En Israel, donde se ha inmunizado al 50 por ciento de la población, los habitantes pueden mostrar un “pase verde ” —una prueba de que han sido vacunados— para entrar a restaurantes, teatros y gimnasios.
Hace poco, tanto la Unión Europea como China anunciaron sus propias versiones de los pases de vacunación. Aunque los certificados de vacunación, tal vez, les permitan a sus poseedores entrar a los negocios dentro del país, los gobiernos también esperan que su uso sirva para regular los viajes y las fronteras internacionales.
Sin embargo, en buena parte del mundo, el suministro de las vacunas para la COVID-19 sigue siendo limitado y, en algunos casos, completamente inexistente. Cuando los gobiernos, en esencia de los países ricos, buscan usar los pasaportes de vacunación para relajar las restricciones, se arriesgan a depender de un sistema fragmentado que podría tener el efecto adverso de extender la pandemia.
Además de los pases de vacunación que se están preparando en Europa y China, el Foro Económico Mundial está trabajando con un grupo llamado Commons Project en un sistema para documentar las vacunaciones de la COVID-19. IBM está desarrollando un Digital Health Pass (pase sanitario digital) y la Asociación Internacional de Transporte Aéreo, una asociación comercial para la industria de las aerolíneas, está desarrollando una aplicación para teléfonos inteligentes que les brinde información a los pasajeros sobre los requisitos de vacunación y pruebas.
Los pasaportes de vacunación obligatorios para viajes internacionales presentan varios desafíos. El derecho internacional permite que los países les exijan a los visitantes que demuestren que han sido vacunados en contra de enfermedades como la fiebre amarilla. Sin embargo, las vacunas para la COVID-19 son nuevas y no todas han sido autorizadas para su uso en el mundo.
Los países podrían decidir que solo van a aceptar la evidencia de vacunas que hayan sido aprobadas para usarse dentro de sus fronteras. China ya ha declarado que su pasaporte de vacunación solo les permitirá la entrada a los extranjeros que hayan recibido una vacuna china. Ninguna empresa china ha producido las vacunas disponibles en la actualidad en Estados Unidos. La vacuna de Oxford y AstraZeneca se usa en 86 países, pero no se ha aprobado su uso en Estados Unidos. Y las vacunas administradas en algunas naciones podrían no ser eficaces en contra de las nuevas variantes que surjan a nivel nacional o en el extranjero.
Estos problemas se deben resolver a una escala mundial, y los gobiernos deberían aprovechar la oportunidad para abordar estas cuestiones en la reunión de la Asamblea Mundial de la Salud, de la Organización Mundial de la Salud, a celebrarse en mayo.
Los sistemas de pasaportes de vacunación deberían aclarar cuáles vacunas serán aceptadas y deberían estar equipados para actualizar los requisitos de inmunización cuando haya cambios en los lineamientos de salud pública. Estos sistemas también deben evitar que los países se rehúsen de manera arbitraria a aceptar certificados.
Sin un consenso internacional, nos arriesgamos a atrincherar divisiones geopolíticas con requisitos contradictorios que podrían prolongar la pandemia. Los pasaportes de vacunación que permitan a los ciudadanos de algunas naciones viajar al extranjero mientras millones esperan a vacunarse tan solo profundizarán las desigualdades en el mundo.
Estados Unidos no ha anunciado sus planes para un pasaporte de vacunación. Los estadounidenses que se han vacunado reciben una cartilla que indica la fecha y el tipo de vacuna que recibieron, pero no se están usando como pases y se pueden falsificar con facilidad. Además, un plan estadounidense presentaría varios problemas. Primero, la implementación de la vacuna en Estados Unidos ha estado plagada de desigualdades: las tasas de vacunación de la gente blanca son mucho más altas que las de la gente negra y latina. Segundo, no todo mundo puede ser vacunado: las vacunas no han sido aprobadas para niños y los datos sobre la seguridad de las vacunas durante el embarazo son limitados. Los pases de vacunación necesitarán un mecanismo que le garantice a la gente que no pueda ser vacunada que no se le negarán trabajos, servicios ni educación.
Si los empleadores y los negocios exigen una prueba de vacunación, no solo habría obstáculos legales y éticos, sino también desafíos logísticos en torno a la manera en que se recolectan, almacenan, verifican y protegen los datos. Los negocios que les exijan a sus clientes o empleados una prueba de vacunación necesitarán sistemas para revisar los pasaportes, lo cual podría crear una significativa carga económica para los negocios en aprietos. Aunque desde hace tiempo las escuelas y los prestadores de servicios médicos han exigido y monitoreado ciertas inmunizaciones, muchas empresas nunca han tenido la necesidad de lidiar con requisitos de vacunación.
Si los pasaportes de vacunación se presentan en forma de una aplicación para teléfonos inteligentes, algunas personas no podrían usarlos. Y, claro está, como un pasaporte de vacunación registra los datos privados de salud, si no se logra proteger esta información, habrá un gran riesgo de fraude, falsificación, discriminación y violación a la privacidad.
La gente de todo el mundo está ansiosa de que termine la pandemia, y es comprensible que quienes están vacunados estén ansiosos de aprovechar la libertad que promete esa inmunización. Sin embargo, cualquier maniobra para instaurar pasaportes de vacunación debe ser coordinada a nivel internacional y debería hacerse con un acceso mundial y equitativo a las vacunas.