Aunque nuestra cultura nos ha animado a acumular amigos, tanto en línea como en el mundo real, como si fueran puntos, la pandemia ha puesto al descubierto la distinción entre la cantidad y la calidad de las conexiones.
Mientras otras personas hacían acopio de papel higiénico y frijoles secos el año pasado, Sheldon Cohen se preparó para la pandemia confeccionando una lista de familiares, amigos y colegas con los que quería estar en contacto regular durante lo que temía, con razón, que sería un largo periodo de aislamiento. Cohen, profesor de Psicología, en la Universidad Carnegie-Mellon, ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar la relación entre los vínculos sociales y la salud, y la idea de que mantener relaciones es, como dice, “bueno para todos”.
Sin embargo, algunas relaciones son mejores que otras. Así que Cohen trató los cerca de 800 contactos de su teléfono como un conjunto de datos y clasificó a las personas según diversos criterios relacionales, emocionales y de comportamiento para llegar a una lista de 50 individuos, clasificados según la frecuencia con la que deseaba interactuar con ellos y la frecuencia con la que creía que ellos querrían saber de él.
El hecho de que un contacto recibiera una llamada telefónica al cabo de unos días o un mensaje de texto o correo electrónico tras algunos meses dependía de la posición de esa persona en la jerarquía. “Es una manera interesante de pensar en tu red social”, dice Cohen. “El modo en que defines un vínculo social determina quién entra en la lista y lo significativos que son para ti”.
Pocos son tan previsores como Cohen, pero todos hemos hecho cálculos similares durante la pandemia. ¿Estas personas me agradan lo suficiente para incluirlas en mi grupo? ¿Puedo soportar otra hora feliz de Zoom con la gente de mi club de corredores? ¿Merece la pena el riesgo de viajar a la boda de mi excompañero de piso?
El año pasado nos ha obligado a todos a reflexionar sobre la naturaleza y la fuerza de nuestros vínculos sociales. Aunque nuestra cultura nos ha animado a acumular amigos, tanto en línea como en el mundo real, como si fueran puntos, la pandemia ha puesto al descubierto la distinción entre la cantidad y la calidad de las conexiones. Hay personas a las que ansiamos ver y otras a las que es un alivio no ver. La conciencia total solo se hará evidente cuando podamos volver a reunirnos con seguridad y las invitaciones se extiendan, o no. Puede que nuestra vida social y nuestro yo social no vuelvan a ser los mismos.
Rachel Ernst, por ejemplo, se unió a un grupo de otras seis personas solteras en la zona de la bahía de San Francisco al comienzo de la pandemia. Aunque al principio no los conocía bien, ahora los considera sus mejores amigos, gracias a sus profundas conversaciones sobre la vida, la muerte, la fe y la justicia, en lugar de la charla social más superficial a la que se había acostumbrado antes de la pandemia.
Antes, dijo, su vida social era una carrera loca de un evento social a otro. “Tenía un grupo bastante amplio de amigos en muchos lugares diferentes, pero no siempre era una conexión profunda o satisfactoria”, dijo Ernst. También estaba agotada la mayor parte del tiempo.
“Ahora sé que puedo relajarme con amistades más profundas”, dijo. “La angustia ha desaparecido, y se siente muy bien”.
Las investigaciones de Robin Dunbar , psicólogo evolutivo, demuestran que los seres humanos tienen capacidad cognitiva para albergar solo de cuatro a seis amigos íntimos. Se trata de las personas del nivel superior de su red social, por las que siente mayor afinidad y cariño y que requieren interacciones diarias o semanales para mantenerse. En ese grupo suele estar tu pareja sentimental y quizá un par de familiares.
Más abajo en la jerarquía están los amigos en los que inviertes cada vez menos atención y, por tanto, tus vínculos se vuelven más tenues. Sin un cierto grado de contacto regular, estos amigos de segundo y tercer nivel pueden caer en el terreno de los conocidos. Dado que tenemos tiempo y energía emocional limitados, las redes sociales son un juego de suma cero. Si se añade un amigo, de manera inevitable cae otro en la clasificación.
“A veces dejas de hablarle a la gente, o simplemente encuentras a otra persona que sustituye a la anterior en ese puesto”, dice Dunbar. “Es probable que la pandemia agudice las decisiones que tomamos sobre quién nos agrada de verdad y que dejemos de lado a los que nos caen bien si no hay nadie más”. Es probable que todos esos amigos fortuitos o convenientes se hayan evaporado, y que te quedes reflexionando sobre quién es realmente importante para ti.
No cabe duda de que las redes sociales de los seres humanos son muy cambiantes, incluso en los mejores momentos. Varios estudios demuestran que reemplazamos hasta la mitad de nuestra red social cada cinco o siete años. No es de extrañar que las investigaciones demuestren que solo la mitad de nuestras amistades son mutuas. Es decir, solo la mitad de los que creemos que son nuestros amigos sienten lo mismo por nosotros. Pero normalmente tardamos en darnos cuenta.
La pandemia no ha hecho más que acelerar nuestro duro despertar. Cuando cada interacción interpersonal se convierte en un análisis de riesgo-beneficio, descubres con bastante rapidez lo comprometidos que están tú y la otra persona con la relación. Muchas relaciones circunstanciales —amigos que hemos hecho en el trabajo o en la escuela y los equipos deportivos de nuestros hijos— se han quedado en el camino.
William Rawlins, profesor emérito de Comunicación Interpersonal, en la Universidad de Ohio, ha entrevistado a personas de entre 4 y 100 años sobre la amistad y ha descubierto que la gente tiene expectativas similares cuando se trata de sus amigos: queremos a quienes estén ahí para nosotros, que nos escuchen sin juzgarnos y que entiendan por lo que estamos pasando. Puede que no estén de acuerdo con nosotros, pero nos entienden.
“Las personas siguen siendo amigas en la medida en que cumplen las expectativas de la relación a lo largo de la vida y, yo diría, a lo largo de la COVID”, afirma Rawlins. “Tenemos que examinarnos a nosotros mismos: ¿con quién hemos mantenido el contacto durante la pandemia? ¿A quién te has arriesgado a ver en un momento dado porque significa mucho para ti?”.
Los amigos no surgen de la nada. Hay que esforzarse. Y parte de eso es darse cuenta de quiénes te hacen sentir cómodo y conectado, y quiénes te hacen sentir agobiado e incómodo, como esos tacones de aguja o los trajes de negocios que llevabas antes de la pandemia y que ahora te preguntas cómo aguantaste.
Aunque algunos pronostican un periodo de promiscuidad y fiesta similar al de los locos años veinte tras la pandemia de gripe de 1918, hay razones para creer que la historia quizá no se repita. La nuestra ha sido una época definida por la división, el narcisismo, el ajetreo frenético y una epidemia de soledad. El aislamiento social impuesto por la COVID-19 ha puesto de manifiesto las deficiencias del individualismo, el esfuerzo incesante, la superficialidad y los estilos de vida de “no puedo hablar ahora, envíame un mensaje”.
Muchos, como Ernst, tienen una reticencia culposa a que las cosas vuelvan a ser como antes. “Suena terrible, pero me ha gustado la paz que supone no tener que correr de un lado a otro”, dice. “He podido tener menos amistades, que son más profundas, y quiero aferrarme a eso”.