En la actualidad, pocas mujeres quieren convertirse en lo que los antropólogos llaman las “vírgenes juradas” de Albania, una tradición que data de hace siglos. Hacen un juramento de celibato de por vida y disfrutan de privilegios masculinos.
LEPUSHE, Albania — Cuando era una adolescente atrapada en una aldea patriarcal y tradicionalista de montaña, en el extremo norte de Albania, Gjystina Grishaj tomó una decisión drástica: viviría el resto de su vida como hombre.
No quería que la casaran a una edad temprana y tampoco le gustaba cocinar, planchar la ropa o “hacer cualquiera de las cosas que hacen las mujeres”, así que se unió a una hermandad albanesa que desafía los roles de género a cuyos miembros se les conoce como “burrneshat”, o “mujeres-hombre”. Grishaj adoptó un apodo masculino: Duni.
“Tomé una decisión personal y les dije: ‘Soy un hombre y no quiero casarme’”, recordó Duni sobre el momento en que habló con su familia.
En la actualidad, pocas mujeres quieren convertirse en lo que los antropólogos llaman las “vírgenes juradas” de Albania, una tradición que data de hace siglos. Hacen un juramento de celibato de por vida y disfrutan de privilegios masculinos, como el derecho a tomar decisiones familiares, fumar, beber y salir solas.
Duni dijo que su decisión fue aceptada en general, aunque su madre siguió intentando que cambiara de opinión hasta el día en que murió en 2019. Como sucede con otras burrneshat, la gente sigue llamando a Duni (que sigue siendo Gjystina Grishaj en documentos oficiales) de la manera tradicional, con pronombres y apelativos femeninos, y no se considera transgénero.
La hermandad a la que se unió Duni hace casi 40 años se está extinguiendo a medida que el cambio llega a Albania y a sus zonas rurales paternalistas, lo que les permite a las mujeres jóvenes tener más opciones. En los últimos años, su pueblo, que es cristiano, como gran parte del norte del país, ha empezado a deshacerse de su aislamiento claustrofóbico, gracias a la construcción de una sinuosa carretera a través de las montañas que atrae a los visitantes, pero que también les ofrece una salida a las mujeres locales de convicciones férreas que quieren vivir su vida.
Muchas mujeres, como Duni, hicieron el juramento para poder escapar de los matrimonios forzados; otras lo hicieron para poder asumir funciones masculinas tradicionales (como dirigir una granja) en familias en las que todos los hombres habían muerto en las reyertas familiares que abundaban en la región; y otras porque, sencillamente, se sentían más como hombres.
“La sociedad está cambiando y las burrneshat están desapareciendo”, afirmó Gjok Luli, experto en las tradiciones del norte de Albania. No hay cifras exactas de cuántas quedan, pero de la decena que hay más o menos, la mayoría son de edad avanzada. Es probable que Duni, con 56 años, sea la más joven, dijo.
“Se trató de una manera de escapar del papel que se les dio a las mujeres”, dijo Luli, “pero ya no hay una necesidad desesperada de huir”.
Entre quienes ahora pueden elegir caminos diferentes en la vida se encuentra la sobrina de Duni, Valerjana Grishaj, de 20 años, quien de adolescente decidió dejar las montañas y mudarse a Tirana, la capital albanesa de mentalidad relativamente moderna. El pueblo, explicó Grishaj mientras se tomaba un café en una cafetería de Tirana, “no es lugar para mí”.
En los últimos años, la economía y las costumbres sociales de Albania, que estuvo aislada bajo una dictadura comunista hasta 1991, se han desarrollado con rapidez, y el país está cada vez más conectado con el resto de Europa, pero Tirana, a donde se mudó Grishaj a los 17 años para estudiar dirección teatral, puede seguir siendo un lugar difícil para una mujer joven que intenta abrirse camino.
“El patriarcado sigue existiendo, incluso aquí en Tirana”, comentó la sobrina de Duni. Las jóvenes que viven solas, lamentó, son blanco de chismes desagradables y “a menudo son consideradas como prostitutas”.
No obstante, dijo que ahora la diferencia es que “las mujeres de la actualidad tienen mucha más libertad que antes, y no necesitas convertirte en hombre para vivir tu vida”.
Al declararse hombre, Duni no estaba combatiendo las normas de género convencionales, sino sometiéndose a ellas. También comparte las opiniones transfóbicas y homófobas que predominan en Albania.
Los hombres, todos en su remota aldea alpina de Lepushe, creían que siempre tendrían más poder y respeto, por lo que la mejor manera de que una mujer compartiera su privilegio era unirse a ellos, en lugar de intentar vencerlos.
“Como hombre, obtienes un estatus especial en la sociedad y en la familia”, explicó Duni, al recordar casi cuatro décadas de vestir, comportarse y ser tratada como un hombre. “Nunca he usado falda y nunca me he arrepentido de mi decisión”, afirmó.
En el norte de Albania, esta tradición se basa en la firmeza de “el Kanun”, un conjunto de reglas y normas sociales que clasifican a las mujeres como esclavas, cuya finalidad es servir a los hombres.
El bajo estatus de las mujeres les daba una ventaja: las eximía de las batallas que durante siglos diezmaron a las familias del norte de Albania cuando los hombres de los clanes rivales morían en un ciclo interminable de asesinatos por venganza. Los padres, cuyos hijos varones habían sido asesinados, solían instar a sus hijas a adoptar una identidad masculina para que hubiera un hombre que representara a la familia en las reuniones del pueblo y administrara sus propiedades.
Una mujer que se convertía en virgen jurada no era considerada del todo masculina, no contaba en las disputas familiares y, por lo tanto, se libraba de ser objetivo de asesinato por parte de un clan rival.
Luli, el experto en tradiciones locales, dijo que una de sus primas, que usaba el apodo de Cuba en lugar de su nombre original, Tereza, era hija única y se convirtió en virgen jurada para evitar que la casaran y dejar a sus padres a su suerte. Murió de edad avanzada en 1982.
Luli comparó a Cuba con una “mujer que decide volverse monja”.
“Es el mismo tipo de devoción”, dijo Luli, “solo que hacia la familia en lugar de Dios”.
Para los albaneses que luchan por la equidad de género, esa devoción despierta sentimientos encontrados. “Decir que no voy a recibir órdenes de un hombre es feminista”, señaló Rea Nepravishta, activista en favor de los derechos de la mujer que vive en Tirana. “Decir que soy dueña de mí misma y que no seré propiedad de un hombre es feminista”.
No obstante, añadió, “ser obligada a ser un hombre en lugar de una mujer es antifeminista por completo; es terrible”.
Las desigualdades consagradas por el Kanun, dijo Nepravishta, les daban a las mujeres la posibilidad de elegir “entre vivir como un semianimal o tener un poco de libertad al convertirse en hombre”. Añadió que, aunque sigue teniendo fuerza, el patriarcado ha perdido parte de su poder y ya no enfrenta a las mujeres a opciones tan duras.
Duni dijo que le entristecía que la tradición de las vírgenes juradas fuera a desaparecer pronto, pero señaló que su sobrina en Tirana había demostrado que ahora había maneras menos drásticas para que una mujer pueda tener una vida plena y de respeto.
“La sociedad está cambiando, pero creo que tomé la decisión correcta para mi época”, concluyó Duni. “No puedo renunciar al papel que he elegido. Le hice un juramento a mi familia. Este es un camino que no tiene vuelta atrás”.