Viviendo con TOC en una pandemia

Viviendo con TOC en una pandemia
La pandemia del coronavirus empeoró las circunstancias de muchas personas que padecen el trastorno obsesivo-compulsivo. Pero también trajo consigo un aspecto positivo. Foto, Gracia Lam/The New York Times.

El trastorno (TOC), suele ser hereditario, y cada integrante puede vivirlo con distintos grados de intensidad. Los síntomas del padecimiento suelen comenzar en la infancia o la adolescencia, y aquejan aproximadamente del uno al dos por ciento de los jóvenes.

La mayoría de las personas se comportan de una o varias maneras que otros podrían considerar peculiares, y yo no soy la excepción. Quiero que mi ropa combine, desde los zapatos hasta los lentes y todo lo demás (incluso la ropa interior, que implica todo un desafío al momento de empacar para un viaje). Si algún invitado usa mi cocina, le pido que vuelva a poner las cosas exactamente donde las encontró. Cuando acomodo mis muebles, la encimera de mi cocina y los adornos de la pared, siempre busco la simetría. También etiqueto mis alimentos envasados con sus fechas de caducidad y los guardo por orden cronológico en mi alacena. 

Sé que no soy la única que vive con estas excentricidades que otros podrían considerar “muy TOC”, una referencia al trastorno obsesivo-compulsivo. Pero el síndrome clínico, en el que las personas tienen pensamientos espontáneos recurrentes que conducen a hábitos repetitivos, es mucho más que una colección de conductas raras. En cambio, es un padecimiento neuropsicológico crónico y muy angustiante que puede detonar niveles graves de ansiedad y dificultar el buen desempeño en la escuela, el trabajo o el hogar. 

Para alguien con TOC, se cree que ciertas circunstancias o acciones que la mayoría de la gente consideraría inofensivas, como tocar una manija, pueden tener terribles consecuencias y requerir estrategias correctivas extremas, si no es que una evasión total. Una persona podría temerles tanto a los gérmenes, por ejemplo, que saludar a alguien de mano podría forzarla a lavar su propia mano unas 10, 20 o hasta 30 veces para asegurarse de que está limpia. 

¿Qué tan serio es el TOC?

El trastorno suele ser hereditario, y cada integrante puede vivirlo con distintos grados de intensidad. Los síntomas del padecimiento suelen comenzar en la infancia o la adolescencia, y aquejan aproximadamente del uno al dos por ciento de los jóvenes y llega a afligir a más o menos uno de cada cuarenta adultos. Alrededor de la mitad de ellos sufre un serio menoscabo a causa del trastorno, un 35 por ciento se ve moderadamente afectado y el 15 por ciento es ligeramente afectado. 

No es difícil ver cómo el trastorno puede ser tan perturbador. Una persona con TOC preocupada por no haber cerrado bien la puerta, por ejemplo, podría sentir la necesidad de cerrarla y abrirla una y otra vez. O podría estresarse demasiado y esperar lo peor si no sigue una rutina estricta, como encender y apagar un interruptor 10 veces, siempre que sale de una habitación. A algunas personas con TOC les invaden pensamientos prohibidos sobre sexo o religión o un miedo de lastimarse a sí mismas o a otros. 

¿Cómo se trata el TOC?

“Hasta mediados de la década de los ochenta, se consideraba que el TOC no se podía tratar”, dijo Caleb W. Lack, profesor de psicología en la Universidad de Oklahoma Central. Sin embargo, afirmó, ahora hay tres terapias basadas en la evidencia que pueden ser eficaces, incluso para los pacientes más afligidos: la psicoterapia, la farmacología y una técnica llamada estimulación magnética transcraneal, que envía pulsaciones magnéticas a áreas específicas del cerebro.

 En un inicio, a la mayoría de los pacientes se les ofrece una forma de terapia cognitivo-conductual, llamada exposición y prevención de la respuesta. Se empieza con algo poco propenso a generar ansiedad —por ejemplo, mostrarle un pañuelo sucio a alguien que tiene un miedo obsesivo a la contaminación— se invita a los pacientes a resistir una respuesta compulsiva, como lavarse las manos una y otra vez. Se les enseña a los pacientes a entablar “diálogos internos”, en los que exploren los pensamientos a menudo irracionales que pasan por su mente, hasta que su nivel de ansiedad disminuya. 

Cuando ven que no contrajeron ninguna enfermedad por ver el pañuelo, la terapia puede avanzar a una exposición más provocativa, como tocar el pañuelo, y así sucesivamente, hasta que superen su miedo irreal a la contaminación. Para los pacientes que sienten un miedo más intenso, este enfoque terapéutico suele combinarse con un medicamento que contrarresta la depresión o la ansiedad.  

Para aquellos que padecen el TOC en grados paralizantes y que no han respondido a ningún otro tratamiento, la opción más reciente es la estimulación magnética transcraneal, o EMT, una técnica no invasiva que estimula las células nerviosas en el cerebro y ayuda a redirigir los circuitos neuronales implicados en los pensamientos obsesivos y las compulsiones. 

“Es como si el cerebro estuviera atorado en un bache, y la EMT ayuda a los circuitos cerebrales a tomar un camino diferente”, explicó Lack.  Así como con el tratamiento de exposición y prevención de la respuesta, dijo, la EMT utiliza exposiciones provocativas, pero las combina con la estimulación magnética para ayudarle al cerebro a resistir el ansia de responder de manera más efectiva. 

En un estudio, publicado en mayo, con 167 pacientes gravemente afectados por el TOC en 22 clínicas, el 58 por ciento seguía mejorando de manera significativa tras un promedio de 20 sesiones con EMT. La Administración de Medicamentos y Alimentos ya aprobó esta técnica para tratar el TOC, aunque muchas aseguradoras aún no la cubren.  

 

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