Para una buena salud cardiovascular, muchos médicos recomiendan una dieta tradicional mediterránea, rica en frutas y verduras, pescado y grasas saludables para el corazón, como nueces y aceite de oliva.
Desde hace mucho tiempo, una estrategia común para bajar de peso ha sido seguir dietas bajas en carbohidratos. Pero como en estas dietas casi siempre se consumen muchas grasas saturadas como las que encontramos en la carne roja y la mantequilla, algunos médicos y especialistas en nutrición no las han recomendado por temor a que aumenten los riesgos de enfermedades cardiovasculares.
No obstante, un nuevo estudio, uno de los más grandes y rigurosos sobre el tema hasta la fecha, propone que, cuando se tiene sobrepeso, una dieta baja en carbohidratos y alta en grasa puede ser beneficiosa para la salud del corazón.
En esta investigación, publicada en la revista American Journal of Clinical Nutrition, se descubrió que las personas obesas y con sobrepeso que aumentaron su consumo de grasa y redujeron la cantidad de carbohidratos refinados en su dieta —al tiempo que siguieron comiendo alimentos ricos en fibra como frutas, verduras, nueces, frijoles y lentejas— tuvieron menos probabilidades de enfrentar factores de riesgo a enfermedades cardiovasculares que quienes siguieron una dieta similar más baja en grasa y más alta en carbohidratos. Incluso los sujetos que remplazaron los carbohidratos de granos enteros “saludables”, como el arroz y el pan integrales, por alimentos más altos en grasa registraron asombrosas mejoras en una gran variedad de factores de riesgo para enfermedades metabólicas.
El estudio plantea que puede ser bueno para la salud del corazón consumir menos carbohidratos procesados e ingerir más grasa, señaló Dariush Mozaffarian, cardiólogo y decano de la Escuela de Ciencias y Políticas de la Nutrición Friedman, de la Universidad Tufts, quien no participó en la investigación. “Creo que es un estudio importante”, comentó. “La mayoría de los estadounidenses siguen pensando que los alimentos bajos en grasa son más saludables para ellos, y este estudio demuestra que, al menos en estos resultados, le fue mejor al grupo que siguió dietas altas en grasa y bajas en carbohidratos”.
“Es un estudio bien controlado que demuestra que en realidad es mejor para la salud comer menos carbohidratos y más grasas saturadas, siempre y cuando consumamos muchas grasas insaturadas y sigamos, sobre todo, una dieta tipo mediterránea”, añadió Mozaffarian. Para una buena salud cardiovascular, muchos médicos recomiendan una dieta tradicional mediterránea, rica en frutas y verduras, pescado y grasas saludables para el corazón, como nueces y aceite de oliva. En otras investigaciones rigurosas se ha descubierto que seguir una dieta mediterránea puede ayudar a prevenir los infartos al miocardio y los accidentes cerebrovasculares.
En el nuevo estudio se reclutaron a 164 adultos obesos y con sobrepeso, la mayoría mujeres, quienes participaron en dos fases. Primero, los participantes siguieron dietas bajas en calorías muy estrictas que redujeron el doce por ciento de su peso. Luego, a cada uno se le asignó una de tres dietas en las cuales el 20, el 40 o el 60 por ciento de sus calorías procedían de carbohidratos.
En todas las dietas, las proteínas aportaron una cantidad fija del 20 por ciento de las calorías y las grasas aportaron las calorías restantes. A los participantes se les dio la cantidad suficiente de calorías para mantener su peso estable. Los sujetos siguieron estos planes alimentarios durante cinco meses y se previó que en todas sus comidas se apegaran por completo a sus dietas.
El 50 por ciento del consumo diario de calorías del estadounidense promedio se obtiene de los carbohidratos, en su mayoría alimentos con almidón muy procesados como pasteles, pan y donas, así como bebidas y alimentos azucarados. En este estudio, el grupo que consumió pocos carbohidratos comió mucho menos carbohidratos que los estadounidenses promedio. Pero no seguían una dieta cetogénica demasiado baja en carbohidratos, la cual restringe muchísimo los carbohidratos a menos del diez por ciento del consumo diario de calorías y obliga al cuerpo a quemar más grasa que carbohidratos. Tampoco comieron una cantidad ilimitada de alimentos altos en grasas saturadas, como tocino, mantequilla y carne roja.
Más bien, los investigadores diseñaron lo que consideraban eran dietas prácticas y relativamente saludables para cada grupo. Todos los participantes comían platillos como omelets de verduras, burritos de pollo con frijoles negros, asado de Londres condimentado, chili con vegetales, sopa de coliflor, ensaladas de lentejas tostadas y salmón a la parrilla. Pero el grupo de la dieta alta en carbohidratos también comía alimentos como pan integral, arroz integral, panecillos ingleses multigrano, jalea de fresa, pasta, leche descremada y yogur de vainilla. El grupo de la dieta baja en carbohidratos no comía pan, arroz, mermeladas ni yogures azucarados. En cambio, sus comidas constaban de más ingredientes altos en grasa, como leche entera, crema, mantequilla, guacamole, aceite de oliva, almendras, cacahuates, nueces de macadamia y quesos para untar.
Después de cinco meses, los sujetos de la dieta baja en carbohidratos no tuvieron ningún cambio desfavorable en sus niveles de colesterol, pese a que el 21 por ciento de su consumo diario de calorías procedía de grasas saturadas. Esta cantidad representa más del doble de lo que recomiendan las directrices del gobierno federal. Por ejemplo, su colesterol LDL, al que se le llama “colesterol malo”, se mantuvo más o menos igual al de quienes siguieron la dieta alta en carbohidratos, los cuales obtuvieron de las grasas saturadas solo el siete por ciento de su ingesta diaria de calorías. Las pruebas también demostraron que en el grupo de la dieta baja en carbohidratos hubo una reducción aproximada del quince por ciento en sus niveles de lipoproteína (a), una partícula grasa de la sangre que está muy relacionada con el desarrollo de enfermedades del corazón y accidentes cerebrovasculares.
Los parámetros metabólicos relacionados con el desarrollo de la diabetes tipo 2 también mejoraron en el grupo de la dieta baja en carbohidratos. Los investigadores evaluaron los valores de la resistencia a la insulina por lipoproteínas (LPIR, por su sigla en inglés), un parámetro de la resistencia a la insulina que analiza el tamaño y la concentración de las moléculas que transportan el colesterol en la sangre.
En estudios amplios se ha descubierto que es más probable que desarrollen diabetes las personas con valores altos de LPIR. En este nuevo estudio, los valores de LPIR de las personas que siguieron la dieta baja en carbohidratos presentaron un descenso del quince por ciento (lo cual reduce el riesgo de desarrollar diabetes), mientras que los valores de LPIR de quienes siguieron la dieta alta en carbohidratos aumentaron diez por ciento. Los valores de LPIR de las personas que siguieron la dieta moderada en carbohidratos no tuvieron ningún cambio.
El grupo de la dieta baja en carbohidratos también presentó otras mejoras, entre ellas, una disminución de sus triglicéridos, un tipo de grasa en la sangre que está asociada con infartos al miocardio y accidentes cerebrovasculares. También aumentaron sus niveles de adiponectina, una hormona que ayuda a reducir la inflamación y a hacer que las células sean más sensibles a la insulina, lo cual es muy positivo. Los niveles altos de inflamación en todo el cuerpo están vinculados con una gama de enfermedades debidas a la edad, como las enfermedades cardiovasculares y la diabetes.
Este nuevo estudio tuvo un costo de doce millones de dólares y fue patrocinado en gran parte por Nutrition Science Initiative, un grupo de investigación sin fines de lucro. También contó con el patrocinio de los Institutos Nacionales de Salud, de la New Balance Foundation y de otras instituciones.
Mozaffarian señaló que su mensaje final es que la gente adopte lo que él llama una dieta mediterránea alta en grasas. Esto implica comer menos carbohidratos demasiado procesados y menos alimentos azucarados y, en cambio, consumir frutas, verduras, nueces, semillas, pescado, queso, aceite de oliva y productos lácteos fermentados, como el yogur y el kéfir. “Esa es la dieta que deberían seguir los estadounidenses”, comentó. “Es donde toda la ciencia converge”.