Anhelamos lo único que el metaverso no puede darnos

Anhelamos lo único que el metaverso no puede darnos
Meta es el resultado de la apuesta de Zuckerberg por la “internet personificada”, pero en última instancia es una tecnología que nos mantiene distantes, y nos aleja aún más de nuestros cuerpos y de los demás. Foto, Ariel Davis/The New York Times.

Después de haber luchado contra la anorexia y la bulimia durante más de 20 años, lo último que quiero es una tecnología que me aleje aún más de mi cuerpo.

Cuando Mark Zuckerberg anunció el cambio de nombre de Facebook a Meta a finales del mes pasado en una “carta del fundador”, yo estaba en una videollamada con mi grupo de escritura, hablando de los placeres táctiles de nuestro oficio: los beneficios de escribir a mano, nuestro amor por las hermosas libretas Rhodia, nuestros ejemplos favoritos de páginas manuscritas (el mío: las de David Foster Wallace, cargadas de obsesión). Entre los tres tenemos cinco máquinas de escribir y ninguna cuenta de redes sociales. Y allí estábamos en el metaverso, anhelando lo único que no nos puede proporcionar: la experiencia del tacto.

A través de la realidad virtual y aumentada (y también las gafas inteligentes Ray-Ban Stories), la tecnología de Meta tiene como objetivo cambiar la forma en que vivimos y en que nos conectamos con amigos y familiares (imagina teletransportar a tu yo en versión holograma a conciertos o a cenas de Acción de Gracias). Excepto que, pese a todo su charloteo sobre unir a las personas, Meta avanza una desconexión humana fundamental: elimina nuestros cuerpos de la ecuación.

Yo, por mi parte, no me entregaré con docilidad al metaverso. No porque esté en contra de la tecnología (no lo estoy) o porque esté irrazonablemente apegada a los placeres de los bolígrafos de tinta de gel y los libros de tapa dura (aunque quizás sí lo estoy). Es porque después de haber luchado contra la anorexia y la bulimia durante más de 20 años, lo último que quiero es una tecnología que me aleje aún más de mi cuerpo. “Si perdemos el contacto con nosotros mismos”, escribe el filósofo Richard Kearney, “perdemos el contacto con el mundo. Sin conexión táctil, no hay resonancia entre uno mismo y los demás”.

Meses de encierros, cócteles por Zoom y saludos con el codo nos han dejado en una crisis de tacto. Libros como “Touch: Recovering Our Most Vital Sense” (Tacto: recuperando nuestro sentido más vital) de Kearney y “How to Feel: The Science and Meaning of Touch” (Cómo sentir: la ciencia y el significado del tacto) de Sushma Subramanian, ambos publicados este año, tratan precisamente de esta necesidad básica. Incluso hemos desarrollado un lenguaje que compara el tacto con el sustento básico y la supervivencia: los artículos sobre “el hambre por el tacto” y “desnutrición de tacto” revelan cuán vital es esta conexión táctil. El tacto es fundamental para nuestra humanidad. Es el primer sentido que desarrollamos.

Los constructores de mundos virtuales también lo saben y cada vez más están enfrentando la necesidad del tacto y desarrollando nuevas maneras de recrearlo. Por ejemplo, está la Criatura Hápticade Steve Yonahan, una cosa zoomorfa, robótica y lenta que ronronea y vibra, y que influye en los estados emocionales de los humanos que la acarician y la cargan.

Investigadores de la Universidad de Texas A&M están desarrollando pantallas táctiles con “efecto háptico máximo” para transmitir texturas (aseguran que podrás notar la diferencia entre sábanas de satén y percal, en línea). Un grupo de investigadores de la Universidad Johns Hopkins descubrió que la incorporación de retroalimentación háptica en las prótesis de extremidades superiores les ha facilitado su uso a las personas con amputaciones.

Tiffany Field, directora del Instituto de Investigación del Tacto de la Universidad de Miami, ha estudiado el tacto durante más de cuatro décadas. Sus investigaciones revelan la importancia del tacto desde las primeras etapas de la vida humana. El masaje prenatal reduce la posibilidad del bajo peso al nacer (así como de la depresión posparto). Masajear las extremidades de los bebés prematuros con presión moderada los lleva a ganar peso un 47% más rápido. El tacto produce oxitocina, la “hormona del abrazo” que une a los padres con sus recién nacidos durante el “tiempo piel con piel”.

 El tacto mejora la atención y el rendimiento cuantitativo (velocidad y precisión en problemas matemáticos). En las madres adolescentes que experimentan depresión, el masaje disminuye los comportamientos ansiosos. En pacientes con VIH, la terapia de masaje genera un aumento de las células asesinas naturales. La anorexia, el autismo, los dolores de espalda, el cáncer, el síndrome de fatiga crónica, la fibromialgia, la esclerosis múltiple y el trastorno por estrés postraumático responden positivamente al tacto.

Incluso las víctimas de abuso sexual se benefician del tacto terapéutico. Después de un mes de masajes dos veces por semana, las mujeres que formaron parte de un estudio del Instituto de Investigación del Tacto experimentaron menos depresión y ansiedad, y sus niveles de cortisol disminuyeron. Las mujeres en el grupo de control que no recibieron masajes “reportaron una actitud cada vez más negativa hacia el tacto”.

Al leer sobre el trabajo de Liisa Holsti, una investigadora del dolor neonatal, y Karon MacLean, investigadora de háptica, me sorprendió lo conmovida que podía llegar a sentirme al aprender sobre la tecnología háptica. Su studio de 2020 presentó el Calmer, una incubadora rectangular equipada con fuelles neumáticos, altavoces de subgraves y un microcontrolador que replica la frecuencia respiratoria, los latidos del corazón y el tacto de una madre para los bebés prematuros en la unidad de cuidados intensivos neonatales. El “tiempo piel con piel” o el método “madre canguro”, en el que el bebé está acostado boca abajo sobre el pecho de la madre o padre después de nacer, reduce el dolor neonatal. Si un padre no puede estar presente o una enfermera no está disponible para calmar al bebé durante un procedimiento de rutina, como la toma de una muestra de sangre, el Calmer ofrece una alternativa a la interacción con el tacto humano. Una madre que participó en el estudio lo describió como un “yo de reserva”.

Debo admitir que fui aversa al tacto durante la mayor parte de mi vida (conozco a otras personas con trastornos alimentarios que también lo son; mi mejor amigo que era igualmente antitacto y yo solíamos bromear sobre la tintineante incomodidad de nuestro abrazo navideño). Eso cambió cuando tuve un bebé y descubrí cómo el peso de 2,7 kilogramos de mi hijo sobre mi pecho se sentía como el amor más pesado del mundo. No es de extrañar que sea tan importante recrear el primer sentido.

Y aunque la expansión del metaverso podría incentivar a equipos como Facebook AI a desarrollar más simulaciones somatosensoriales, soy escéptica sobre los valores que guiarán su trabajo. ¿Serán tan éticos como Holsti y MacLean, quienes dedicaron 10 años a probar tres prototipos de una háptica diseñada para “replicar mas no remplazar” la presencia materna? ¿Será la compañía de Zuckerberg igual de sensible a los sentimientos de desconexión o incorporeidad de los usuarios cuando se les suministren tecnologías sensoriales como ReSkin, con sus “módulos de sensación táctil adaptables y económicos”?

Meta es el resultado de la apuesta de Zuckerberg por la “internet personificada”, pero en última instancia es una tecnología que nos mantiene distantes, y nos aleja aún más de nuestros cuerpos y de los demás. Estar desconectada de mi cuerpo alimentó el autodesprecio y el perfeccionismo que facilitaron mi trastorno alimentario. No necesitamos suplir nuestros cuerpos con hologramas y avatares. Necesitamos nutrir nuestro sentido del tacto. Un apretón de manos firme durante la oración antes de una comida, una caricia al perro en el sofá, un abrazo en serio. En otras palabras, las alegrías táctiles de estar vivo.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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