Por qué Peng Shuai atemoriza a los líderes de China

Por qué Peng Shuai atemoriza a los líderes de China
Por qué Peng Shuai atemoriza a los líderes de China. Foto, L.F./The New York Times.

 La fama de Peng sin duda ha despertado interés en su caso, pero sus acusaciones también son revolucionarias. 

Cuatro años después de que el movimiento #MeToo sacudió las instituciones de poder a nivel mundial, uno de los casos con mayores repercusiones en el ámbito político hasta la fecha se está desarrollando en el lugar menos probable: China. Y, como no es de extrañar, el gobierno está tratando de silenciar la disidencia.

Sin embargo, la respuesta coreografiada del Partido Comunista de China ante las acusaciones de abuso sexual de una estrella del tenis ha resultado increíblemente contraproducente. En lugar de acabar con el escándalo, está impulsando el movimiento feminista de China y hasta podría llegar a plantear un desafío para el propio partido.

El 2 de noviembre, Peng Shuai, excampeona del torneo de Wimbledon en la categoría de dobles, acusó a un ex vice primer ministro de ChinaZhang Gaoli, de agresión sexual. “Aunque sea como un huevo estrellándose contra una roca, o una polilla acercándose al fuego, arriesgando mi propia destrucción, contaré la verdad sobre usted”, escribió en una publicación extensa en Weibo, la popular plataforma de redes sociales de China. Luego desapareció.

Los censores estatales de inmediato restringieron las búsquedas del nombre de Peng en el internet chino y borraron la publicación, pero no antes de que fuera compartida alrededor de 1000 veces. En las horas posteriores, los internautas buscaron la publicación casi siete millones de veces.

Los periodistas empezaron a preguntar sobre el paradero de Peng en las sesiones informativas del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China. La etiqueta “#WhereIsPengShuai” (Dónde está Peng Shuai) se volvió tendencia en Twitter. Pekín eludió el asunto durante días. Pero después, los medios de comunicación controlados por el Estado publicaron una serie de imágenes y videos extraños que pretendían mostrar a Peng sana y salva: en un restaurante; abrazando a un gato; firmando las pelotas de tenis de unos niños en un torneo juvenil.

Si Pekín creyó que esas medidas calmarían las aguas, cometió un gravísimo error de cálculo. Hasta el momento, Peng no ha realizado ningún comentario público. El miércoles, Steve Simon, director ejecutivo de la Asociación Femenina de Tenis declaró que el circuito profesional de tenis femenino suspendería todos los torneos en China, incluso en Hong Kong, como respuesta a la desaparición de Peng, y mencionó que se tenían “dudas serias” de que ella estuviera a salvo y en libertad.

La fama de Peng sin duda ha despertado interés en su caso, pero sus acusaciones también son revolucionarias: son las primeras que implican a un funcionario chino de tan alto perfil, a un antiguo miembro del Comité Permanente del Buró Político del Partido Comunista, el organismo rector más importante del país.

Los altos mandos del Partido Comunista de China han sido casi impenetrables ante los escándalos y han gozado de un respeto relativo de gran parte de la población. Sin embargo, las acusaciones de Peng suscitan la sospecha de que no todo es color de rosa entre las élites y que quizás ella no es la única: más mujeres podrían alzar la voz. Las compuertas podrían abrirse de par en par, y el partido no puede permitir eso.

Eso tal vez explica la severa reacción a las acusaciones de Peng: fue un claro intento del Partido Comunista de protegerse y proteger su legitimidad ante la mirada pública.

Estas estrategias tomadas del manual autoritario suelen ser efectivas para silenciar a la disidencia. No obstante, lo que el partido parece haber pasado por alto es el clima actual en materia de derechos de la mujer en China. Sus acciones echan sal a una herida ya abierta que de por sí es dolorosa. Por lo tanto, el escándalo #MeToo nacional desató un “cause célèbre” internacional.

A pesar de que la naturaleza patriarcal de la sociedad china es bien conocida, el caso de Peng es un momento inusual y revelador que expone la medida en que los dirigentes de China (todos hombres) dependen de la subyugación de las mujeres para garantizar la longevidad del Partido Comunista.

La situación no ha hecho más que empeorar al mando del presidente Xi Jinping, el arquitecto de una campaña estatal de masculinidad.

La representación de las mujeres en la política nacional es muy escasa: hay una mujer en el Buró Político conformado por 25 miembros. La representación femenina en el Comité Central de 204 miembros, el organismo político más grande del partido, ha disminuido en la última década, de 13 miembros en 2012 a 10 en la actualidad.

La desigualdad de género en términos más generales también ha empeorado. La participación de las mujeres en la fuerza laboral se ha reducido de un 73 por ciento en 1990 a un 60,5 por ciento en 2019, según el Banco Mundial. China está en el tercio inferior de todos los países evaluados en materia de disparidades de género, de acuerdo con el Foro Económico Mundial.

Las sombrías expectativas para las mujeres chinas son aún más estremecedoras cuando se considera el destacado papel del feminismo en la historia revolucionaria de China. La emancipación de las mujeres no solo fue un objetivo central para los activistas en el Movimiento del Cuatro de Mayo de 1919, sino también a lo largo de la revolución comunista, que culminó con la fundación de la República Popular China en 1949.

El mandatario de China Mao Zedong proclamó en una frase famosa que “las mujeres sostienen la mitad del cielo”. Las imágenes propagandísticas de los años cincuenta y sesenta mostraban a soldadoras y obreras de fábrica sonrientes y musculosas trabajando para impulsar la producción industrial.

No obstante, el Partido Comunista de la actualidad parece querer que las mujeres sean esposas y madres obedientes. En su discurso del Día Internacional de la Mujer de este año, Xi apenas mencionó las contribuciones de las trabajadoras al desarrollo económico.

Ese es el combustible que ha avivado la furia feminista actual en torno al caso de Peng. También debió haberse considerado al formular la respuesta del gobierno, ya que esas mismas condiciones y extralimitación autoritaria llevaron al Partido Comunista a un desastre parecido en 2015. En aquel entonces, las autoridades chinas encarcelaron a cinco mujeres activistas por planear repartir calcomanías contra el acoso sexual en el transporte público en conmemoración del Día Internacional de la Mujer.

En aquella época, las cinco mujeres eran prácticamente desconocidas. Pero otras feministas crearon el término “Feminist Five” (Las cinco feministas) para atraer la atención mediática a las cinco mujeres encarceladas.

Dentro de China, la injusticia revitalizó a las activistas y marcó el comienzo de un movimiento feminista importante. Mientras los censores en internet se esforzaban para eliminar las expresiones de solidaridad con las cinco mujeres, el término “feminista” (“nüquan zhuyi zhe”) se volvió una palabra clave delicada.

Desde entonces, las activistas feministas organizadas han canalizado el descontento generalizado que sienten las mujeres chinas y han adquirido un nivel de influencia que es muy poco común para cualquier movimiento social en China.

La respuesta del gobierno ha sido cerrar los centros para los derechos de la mujer y de la comunidad LGBTQ, desactivar cuentas feministas en redes sociales y reforzar el control sobre los cursos de estudios de género. La represión por parte del gobierno contra la movilización feminista se intensificó a principios de este año. Según informes, una activista del movimiento #MeToo, Sophia Huang Xueqin, fue arrestada por “incitar a la subversión del poder del Estado”.

Sin embargo, dice mucho que ni su caso ni los otros pocos casos del movimiento #MeToo que lograron esquivar la censura de los medios estatales —como la acusación de violación contra un ejecutivo del gigante tecnológico Alibaba— hayan tenido el impacto explosivo del caso de Peng.

Eso se debe a que ninguno de ellos tenía el potencial de acarrear consecuencias tan importantes para el futuro del Partido Comunista de China. La legitimidad del partido proviene en parte de su habilidad de controlar y pulir (todas) las narrativas mediante censura y otros medios autoritarios. Pero con Peng, ha perdido el control. Si más mujeres se sienten inspiradas y son capaces de alzar la voz, el partido tal vez no pueda recuperarlo.

Celebridades deportivas como Naomi Osaka, Serena Williams y Martina Navratilova han publicado tuits para apoyar a Peng. El gobierno de Joe Biden solicitó a Pekín brindar “pruebas verificables” de que Peng está a salvo.

Es cierto que siempre existe la probabilidad de que el gobierno tome medidas aún más severas para acabar con el movimiento #MeToo.

Es indudable que el liderazgo del partido está atemorizado. Si reconoce las acusaciones de Peng podría deslegitimar su permanencia en el poder. Si se mantiene en el mismo rumbo, podría enfurecer a más gente y llevarla al activismo.

Las feministas chinas han publicado tuits con fotografías de Peng proyectadas sobre muros, con consignas como: “Las mujeres chinas rompen el silencio” y “¡Los oprimidos alzan la voz!”.

Sus palabras hacen eco de las de la feminista revolucionaria Qiu Jin a principios del siglo XX: “¡Levántense, levántense, mujeres chinas, levántense! […] Las mujeres chinas se liberarán de las cadenas y se levantarán con pasión”, escribió. “Ascenderán al escenario del nuevo mundo, donde los cielos les han encomendado que consoliden la nación”.

Pocos años después, la lucha por mayores libertades de las mujeres y los hombres de China contribuyó a derribar la última dinastía imperial.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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