¿El Occidente está regresando al paganismo?

¿El Occidente está regresando al paganismo?
¿El Occidente está regresando al paganismo? Foto, Paige Mehrer/The New York Times.

El sucesor de la civilización cristiana se parece un poco a la iconoclasia actual conocida como conciencia social.

Este año, en el momento álgido de lo que solía llamarse la temporada navideña, una encuesta del Centro de Investigaciones Pew sobre religión reveló que solo un número ligeramente mayor de estadounidenses se describía como católico romano (21 por ciento) que como creyente en “nada en particular” (20 por ciento). La generación de los mileniales, que incluye a la mayoría de los estadounidenses adultos menores de 40 años, es la primera en la que los cristianos son una minoría.

Muchos estadounidenses tienen la sensación de que su país es menos religioso que antes. Pero, ¿en verdad es así? La interacción entre las instituciones, los comportamientos y las creencias es bastante difícil de trazar. Incluso si pudiéramos determinar que el sentimiento religioso está cambiando, sería difícil decir si estamos hablando de la moda de este año o de la tendencia de este siglo.

O quizás estemos ante un proceso aún más profundo. Este es el argumento de un libro del que se ha hablado mucho, publicado en París este otoño. En él, la teórica política francesa Chantal Delsol sostiene que estamos viviendo el fin de la civilización cristiana, una civilización que comenzó (a grandes rasgos) con la derrota romana de los paganos a finales del siglo IV y terminó (a grandes rasgos) con la adopción del pluralismo religioso por parte del Papa Juan XXIII y la legalización del aborto en Occidente.

El libro se titula ”, que podría traducirse como “El fin del mundo cristiano”. Delsol tiene muy claro que lo que se acaba no es la fe cristiana, con sus ritos y dogmas, sino solo la cultura cristiana: la manera en la cual se gobiernan las sociedades cristianas y el arte, la filosofía y la sabiduría que han surgido bajo la influencia del cristianismo.

Eso de cualquier manera es bastante. En Occidente, la sociedad cristiana es la fuente de nuestras normas culturales y proscripciones morales, por no mencionar el territorio de nuestras actuales guerras culturales, con sus estridentes discusiones sobre pronombres y estatuas y novios homosexuales y sacerdotes pedófilos.

En su mayor parte, Delsol se lamenta de lo que se está perdiendo con el fin de la civilización cristiana. Sin embargo, sus argumentos, aunque sólidos y contundentes, son casi secundarios en relación con el tono del libro, que es un modelo de compromiso cortés con temas muy polémicos. Un beneficiario de las tendencias que ella deplora —por ejemplo, un ateo, una feminista, un transexual, un inmigrante musulmán— tal vez reconozca el mundo que ella describe como el mundo en el que él vive.

El ingenioso planteamiento de Delsol consiste en analizar el cambio de civilización que se está produciendo a la luz del último que se produjo hace 1600 años. Los cristianos aportaron lo que ella llama una “inversión normativa” a la Roma pagana.

Es decir, valoraron mucho de lo que los romanos despreciaban y condenaron mucho de lo que los romanos valoraban, en particular en cuestiones relacionadas con el sexo y la familia. Hoy en día se está eliminando el revestimiento cristiano de la vida cultural occidental, lo que revela muchos de los impulsos paganos que encubría.

Para decirlo sin rodeos, Delsol plantea que lo que está ocurriendo hoy en día es un deshacer, pero también es un rehacer. Estamos invirtiendo la inversión normativa. Estamos volviendo al paganismo.

El paganismo nunca tuvo una definición precisa. La denominación englobaba a los que rechazaban la revelación cristiana, ya fueran politeístas, adoradores de la naturaleza o agnósticos. El pagus era el campo. La palabra latina “paganus”, al igual que la palabra inglesa “heathen”, conllevaba un desprecio por el pueblerino y el campesino.

Por supuesto, la cultura pagana de Roma no fue un logro menor. Tenía sus artistas e intelectuales, junto con sus sólidas religiones naturalistas, y no se podía hacer desaparecer a base de reprender y avergonzar. El paganismo siempre ha ejercido un tirón subterráneo en el pensamiento del Occidente cristiano. El Renacimiento, con su redescubrimiento de Epicuro y Lucrecio, es un buen ejemplo de ello.

Los paganos pensaban que el colapso de sus creencias significaría el colapso de Roma. Muchos conservadores del siglo XXI creen algo parecido sobre la erosión de los valores cristianos: que las libertades de nuestra sociedad abierta son parásitas de nuestra herencia cristiana y que cuando esa herencia se derrumbe, la civilización también lo hará.

Delsol no ve las cosas de esa manera. La ética de la era cristiana, señala, estaba llena de préstamos no reconocidos de los valores paganos que el cristianismo reemplazó (considérese el estoicismo o el juramente hipocrático en medicina). Del mismo modo, el progresismo poscristiano de hoy viene acompañado de una gran dosis de cristianismo. ¿Por qué utilizar el matrimonio cristiano para unir a las parejas homosexuales, por ejemplo, en lugar de una nueva institución menos envuelta en valores cristianos? Porque esa es la forma en que se produce el cambio civilizatorio.

Así que si otra civilización viene a sustituir al cristianismo, no será una mera negación, como el ateísmo o el nihilismo. Será una civilización rival con su propia lógica, o al menos con su propio estilo de moralización. Quizá se parezca a la iconoclasia actual a la que los comentaristas franceses se refieren como “le woke” (en esencia, el término significa tener conciencia social, salvo que para los franceses es un sistema importado al por mayor de las universidades estadounidenses y, por tanto, casi una doctrina religiosa).

El cristianismo como religión tiene enseñanzas sobre el amor al prójimo y el poner la otra mejilla que son de una claridad impresionante. Sin embargo, para el cristianismo como cultura, estas pueden ser fuentes de ambivalencia. El cristianismo ha producido algunos moralistas empedernidos, por decirlo con suavidad. Pero siempre ha habido una tensión entre sus enseñanzas y su búsqueda del poder político.

A Delsol le preocupa que “le woke” no tenga esa vacilación. Los códigos de expresión, la concienciación desde la escuela primaria, la publicidad corporativa de servicio público, en cierto modo nuestro orden público se está pareciendo al de la Roma pagana, donde la religión y la moralidad eran dos cosas aparte. La religión era un asunto de la casa. La moral era determinada e impuesta por las élites de la sociedad, con resultados nefastos para la libertad de pensamiento.

Que una sociedad sea o no tolerante con las ideas contrarias tiene menos que ver con el posicionamiento ideológico ocioso de sus líderes y mucho más con su postura en un ciclo histórico. Cuando en el año 384 d. C. los cristianos lograron retirar el pagano Altar de la Victoria del Senado romano, donde había permanecido durante casi cuatro siglos, el estadista pagano Símaco comprendió que en adelante Roma le negaría su tolerancia a quienes la habían construido. Si hoy conocemos a Símaco por un sentimiento, es su condena de las pretensiones dogmáticas del cristianismo sobre la verdad como una afrenta al sentido común. “No puede haber un solo camino hacia un misterio tan grande”, dijo.

La gente encuentra esos sentimientos inspiradores. Los regímenes no suelen hacerlo. Una década más tarde, el emperador cristiano Teodosio prohibió los Juegos Olímpicos por considerar que había demasiados desnudos en ellos, sin que el sentido común pusiera objeciones. La sabiduría convencional había llegado al dogmatismo. Todavía lo hace con demasiada frecuencia.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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