Una biblioteca del Vaticano acorta la distancia, entre sus obras y sus estudiantes

Una biblioteca del Vaticano acorta la distancia, entre sus obras y sus estudiantes
Algunas de las 200.000 obras del Pontificio Instituto Oriental, en Roma, el 25 de noviembre de 2021. Foto, Nadia Shira Cohen/The New York Times.

Algunos de los textos de este instituto de Roma, que con el paso de los años han llegado a cerca de 200.000 obras, acaban de ser digitalizados y pronto estarán al alcance del teclado de la gente de todo el mundo.

ROMA — El 13 de abril de 1923, un prelado francés llamado Eugenio Tisserant y su asistente zarparon de la ciudad portuaria italiana de Trieste, para comprar algunos libros.

Para el año siguiente, después de revisar librerías y colecciones privadas esparcidas por todo Medio Oriente y Europa, habían regresado con 2,700 tomos; y entonces nació la biblioteca del Pontificio Instituto Oriental, una escuela superior dedicada al estudio del cristianismo oriental.

“Tenía que estar subido en una escalera, entre el polvo y el calor”, recordaría Tisserant años más tarde con relación a su época en Constantinopla, donde analizó los tomos “uno por uno durante días enteros”.

Es posible que todo sea mucho más fácil para los actuales estudiosos de la Iglesia. Algunos de los textos de este instituto de Roma, que con el paso de los años han llegado a cerca de 200.000 obras, acaban de ser digitalizados y pronto estarán al alcance del teclado de la gente de todo el mundo, sin la necesidad de viajar ni de estar subidos en una escalera.

Como resultado de una iniciativa filantrópica que puso en contacto al instituto con empresas de tecnología en Estados Unidos y Alemania, las primeras versiones digitalizadas estarán disponibles al público a mediados de 2022.

“Es algo así como una película de Mickey Rooney: cuento con el vestuario, conozco a alguien que tiene un cobertizo y ahí podemos montar la obra”, comentó David Nazar, rector del instituto.

Nazar mencionó que, de inmediato, las empresas entendieron el valor del proyecto. Muchos de los libros proceden de países como Siria, Líbano e Irak, donde la guerra u otros disturbios pusieron en riesgo colecciones enteras. Otros provienen de países donde la censura autoritaria planteaba una amenaza similar.

“No somos ni un hospital, ni estamos en los campos de Siria”, señaló Nazar, “pero tenemos alumnos que vienen de esos lugares a estudiar aquí porque la guerra no ha acabado con nuestras riquezas”.

Pese a que la población en general no reconoce la mayoría de los títulos que hay en el instituto (la colección canónica ortodoxa oriental de seis tomos del siglo XIX “Syntagma tôn theiôn kai hierôn kanonôn” nunca llegó a estar en la lista de los libros más vendidos), para los investigadores son un tesoro. Entre los textos se incluyen tomos como la primera edición griega de las liturgias de Juan Crisóstomo, uno de los primeros padres de la Iglesia, impresa en Roma en 1526.

“La biblioteca es única en el mundo”, aseveró Gabriel Radle, profesor de la Universidad de Notre Dame que estudió hace una década en ese instituto.

Sus volúmenes abarcan el extenso abanico que es el cristianismo oriental, un término amplio que incluye las tradiciones y denominaciones que se desarrollaron en Jerusalén y Medio Oriente durante los primeros siglos de la Iglesia y que se propagaron a través de Grecia, Turquía y Europa Oriental, hacia el norte hasta llegar a Rusia, hacia el sur hasta Egipto y Etiopía y más hacia el este, hasta llegar a la India.

La primera serie de libros en digitalizarse fueron escaneados por un equipo de ocho integrantes de una empresa de Long Island, Nueva York, Seery Systems Group, con la tecnología de escaneo de SMA de Alemania. El proyecto era algo un tanto inusual para Richard Seery, cuyos clientes en su mayoría son gobiernos locales y estatales.

“Yo le decía a la gente que, por lo general, no cruzaba el puente hacia Nueva Jersey en viajes de trabajo y ahora estoy yendo hasta Roma”, nos dijo Seery en una entrevista telefónica. También para él, este material era una novedad.

“Puede haber una página en alemán y la siguiente en sánscrito o en algún otro idioma”, explicó Seery sobre su experiencia en el escaneo de los textos. “Y lo que fue gracioso es que después de pasar página tras página y libro tras libro, de pronto pude leer algo… inglés, algo en inglés”.

Fabio Tassone, director de la biblioteca, mencionó que, al momento de escanear, se le había dado prioridad a los libros que tenían más demanda, los que son acerca de la liturgia oriental y del estudio de los primeros escritores cristianos de las iglesias orientales.

David Nazar, rector del Pontificio Instituto Oriental, en los estantes de su biblioteca, en Roma, el 25 de noviembre de 2021. Foto, Nadia Shira Cohen/The New York Times.

 

Entre los primeros materiales en ser digitalizados, estuvieron también las revistas publicadas por el instituto mismo, sobre todo los ejemplares que incluían manuscritos sin publicar, su traducción y análisis científico. Hasta ahora, se han digitalizado en total cerca de 500 tomos, comentó Tassone, y hay planes de continuar este proceso en el futuro.

Este material refleja la singularidad del instituto, en el cual “se pueden estudiar todas las iglesias orientales y no solo una”, explicó Nazar. “Preservamos las riquezas de muchas de estas culturas e iglesias orientales para que la gente regrese y vea sus raíces, sobre todo cuando las cosas están en caos”.

El propio esfuerzo de Tisserant por comprar libros reflejaba la envergadura de la misión del instituto y el alcance de su compromiso.

En 1923, su asistente, el sacerdote católico oriental Cyrille Korolevskij, se fue a Rumania, Transilvania, Hungría y Polonia antes de llegar por fin a Vilna, la capital de Lituania.

“Tenía la esperanza de llegar a Bosnia, pero tuvo que desistir”, recordaría Tisserant en una carta escrita en 1955, para cuando él mismo había llegado muy alto.

Tisserant había llegado a dirigir la biblioteca del Vaticano y, como decano del Colegio de Cardenales, más tarde presidió las misas de los funerales del papa Pío XII, en 1958, y del papa Juan XXIII, en 1963.

Muchos de los libros que el instituto siguió recopilando provinieron de países que formaron parte de la antigua Unión Soviética.

Como resultado, la biblioteca cuenta con algunas joyas insólitas, entre ellas una colección completa de los periódicos Izvestia y Pravda de la era soviética, que incluyen ejemplares que no se pueden encontrar en Rusia “porque los desaparecieron”, señaló Tassone.

El instituto, el cual está calculando un plan de cuotas para poder tener acceso a los tomos digitalizados, seguirá digitalizando la colección incluso después de que sus socios filántropos se hayan ido. Con esa idea, terminó comprando el escáner.

Otra exalumna comentó que la pandemia ha subrayado la importancia del proyecto.

La exalumna, Lejla Demiri, quien ahora es presidenta de la doctrina islámica en la Universidad de Tubinga, Alemania, escribió en un correo electrónico que dos años de cierres y confinamientos habían sido una prueba de lo “primordial que es tener acceso digital a las fuentes teóricas”. Y sin tener que recurrir a una escalera.

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