La pandemia trajo consigo cambios radicales que los motivaron a cambiar

La pandemia trajo consigo cambios radicales que los motivaron a cambiar
Mark Finazzo, quien trabajaba en una cervecería y se quedó sin empleo durante el confinamiento por la pandemia, en el campus de la Universidad Estatal de Ohio en Columbus, Ohio, el 29 de diciembre de 2021. Foto, Rich-Joseph Facun/The New York Times.

No se puede exagerar el número de víctimas del virus: ha cobrado más de 800.000 vidas en Estados Unidos y millones en todo el mundo. Los esfuerzos por combatirlo han arrasado con los medios de subsistencia, alterado la infancia y dejado secuelas emocionales duraderas.

Cuando comenzó la pandemia, Mark Finazzo trabajaba en una cervecería de Columbus, Ohio, y quedó desempleado a causa de las medidas de confinamiento que, como a muchos estadounidenses, lo sumieron en meses aterradores de aislamiento, ansiedad e impotencia, sin mucho que hacer más que ver cómo el coronavirus causaba estragos en las noticias de la televisión.

Hoy, Finazzo, de 35 años, está cursando el primer semestre en la Universidad Estatal de Ohio; estudia su segunda licenciatura, esta vez en microbiología, con la esperanza de convertirse en un investigador científico, como la gente que se esfuerza por crear una vacuna de la que él veía y leía mientras estaba sentado en su sofá en los primeros y más oscuros días de la pandemia.

“Cuando vi las imágenes de las tiendas de campaña de los hospitales en Central Park, pensé: ‘Vaya, la vida es frágil y preciosa´”, dijo Finazzo, refiriéndose a los hospitales que la ciudad de Nueva York instaló en la calle en la primavera de 2020. “’Tal vez debería hacer algo para ayudar, además de hacer un delicioso veneno que nos gusta beber’”.

No se puede exagerar el número de víctimas del virus: ha cobrado más de 800.000 vidas en Estados Unidos y millones en todo el mundo. Los esfuerzos por combatirlo han arrasado con los medios de subsistencia, alterado la infancia y dejado secuelas emocionales duraderas. Ahora que comienza otro año de COVID-19 entre nosotros, con su última variante en aumento, muchos tienen ya un viejo presentimiento.

Sin embargo, todo el tiempo, en el valle de la sombra del virus, ha habido una notable resiliencia. Se puede ver en la rápida creación de vacunas que han desactivado en gran medida la COVID-19 y en los recientes descubrimientos de que los métodos utilizados ahora pueden ser prometedores en la lucha contra el VIH y el sida. Está en cada giro realizado por un empresario astuto que salvó un negocio y en cada agencia gubernamental que impulsó un cambio innovador en tiempos caóticos.

Y está en los individuos, como Finazzo, que ante los cambios radicales en la sociedad no se han venido abajo, sino que también han cambiado.

En el campo de la medicina, la avalancha de enfermos llevó al límite los hospitales y extenuó a muchos profesionales de la medicina. Pero también ha revolucionado algunas partes de este ramo, explicó Rita A. Manfredi, profesora clínica de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad George Washington y coautora de “The Silver Linings of COVID-19: Uplifting Effects of the Pandemic” en la revista Academic Emergency Medicine.

Un ejemplo: Manfredi afirma que la telemedicina, para la que las autoridades extendieron en gran medida los permisos durante la pandemia, facilitó la atención a muchas personas y es probable que haya llegado para quedarse.

“En toda gran tragedia, siempre hay un lado positivo”, dijo Manfredi. “El lado negativo es evidente, pero siempre hay un lado positivo”.

La vacuna contra el coronavirus, fabricada en condiciones de guerra, puede llegar a combatir otras enfermedades intratables: un estudio publicado en diciembre utilizó con éxito la misma tecnología de ARN mensajero empleada en la vacuna contra el coronavirus para reducir el riesgo de infección de un virus similar al VIH en macacos Rhesus, lo que quizá sea un rayo de esperanza en la lucha contra del SIDA.

“Este es un hallazgo prometedor”, comentó en una entrevista Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas y coautor del estudio.

“Estamos muchísimo mejor ahora que en 2020”, continuó Fauci. “Si estuviéramos en 2020 y tuviéramos este tipo de oleada de ómicron superpuesta a una oleada de delta, tal vez habríamos tenido que implementar medidas de confinamiento en todo el país, porque no tendríamos otras herramientas para evitar la propagación. Ahora, creemos que podemos seguir funcionando como sociedad”.

Y añadió: “Las cosas mejorarán. Esto no va a durar para siempre”.

Para algunas personas con discapacidad, los cambios culturales obligados por la pandemia, como el trabajo flexible y a distancia (por el que abogaban desde hace tiempo), ya mejoraron sus vidas: en estos momentos, la tasa de empleo de las personas discapacitadas alcanzó niveles nunca antes vistos, aunque sigue estando muy por debajo de la de las personas sin discapacidad, según la Fundación Kessler, una organización no lucrativa que da seguimiento a los datos relativos a las personas con discapacidad.

Para Jon Novick, que padece acondroplasia (un tipo de enanismo), los entornos de oficina pueden resultar agobiantes. Novick, de 30 años, dice que su baja estatura no se adapta a las sillas ni a los escritorios estándar. A causa de su físico, tiene que conseguir ropa profesional a medida, a menudo con un costo adicional. En otoño encontró un nuevo empleo en una agencia creativa de Nueva York con sede en Manhattan, pero puede trabajar desde su apartamento en Astoria, Queens.

“Vivo en un mundo que no está hecho para mí”, dice Novick. “Mi oficina perfecta es mi casa”.

El beneficio viene acompañado de la frustración de muchas personas discapacitadas como él, de que haya sido necesaria una pandemia para convertir en norma algo que su comunidad ha reclamado durante mucho tiempo y que con frecuencia se le ha negado.

“Las personas con discapacidad pueden contribuir mucho a la fuerza de trabajo; podemos contribuir aún más cuando las condiciones son equitativas”, dijo Novick.

El cambio de hábitos obligó a metrópolis enteras a cambiar: a fin de que los habitantes de Nueva York (tan afectada por la pandemia) un espacio para convivir guardando la debida distancia, en mayo de 2020 el Departamento de Transporte de la ciudad comenzó a cerrar las calles al tráfico vehicular de manera temporal en más de 250 lugares. El programa ha sido criticado por el hecho de que los cierres de calles generan tráfico y disminuyen los espacios para estacionarse. Pero para muchos, las calles peatonales fueron un nuevo uso bienvenido para los miles de kilómetros de pavimento de la ciudad cuando estaban encerrados en casa. Ahora el programa es permanente.

En la calle 120 de Harlem, Tressi Colon, una sargento jubilado del Departamento de Policía de Nueva York, ayuda a supervisar la programación de la calle peatonal, que incluye cenas comunitarias al aire libre y conferencias gratuitas de vecinos que trabajan en el mundo académico en temas como la gentrificación. “Teníamos la intención de que en medio de esta pandemia surgiera algo bueno”, dijo Colon. “Esa era la clave”.

Después de ver un segmento de televisión sobre la nueva tecnología para esterilizar las mascarillas N95 para combatir la escasez nacional, Finazzo, el trabajador de la cervecería, solicitó un puesto de trabajo en la empresa. La satisfacción de ayudar cimentó su creciente interés por una carrera científica.

“Pensaba: ¿Quería contarles a mis hijos o nietos que sobreviví a la pandemia de COVID-19 de 2020 sentado solo en mi apartamento emborrachándome o quería ir y aprovechar esta oportunidad para poder ayudar a la gente?”, dijo Finazzo.

 

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