Europa necesita muchísimo el gas y el petróleo rusos, y Rusia, los ingresos que obtiene de venderlos. El gas de Rusia representa el 40 por ciento del suministro del continente y su petróleo, el 25 por ciento.
BRUSELAS — Al participar en una diplomacia de coacción con Occidente, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, enfrenta un difícil dilema: avanzar a nivel militar para tomar el control de Ucrania o conservar sus vínculos económicos con Europa. Pero será complicado que logre ambas cosas.
Para bien o para mal, la relación de Rusia y Europa es de interdependencia.
Europa necesita muchísimo el gas y el petróleo rusos, y Rusia, los ingresos que obtiene de venderlos. El gas de Rusia representa el 40 por ciento del suministro del continente —en Alemania, es más del 55 por ciento— y su petróleo, el 25 por ciento. Al mismo tiempo, Rusia sigue dependiendo mucho de las ventas de los energéticos, mismas que representan más del 30 por ciento de su economía y más del 60 por ciento de sus exportaciones.
Esto significa que, incluso si se imponen sanciones, Europa aún tendría que comprar la energía de Rusia, ya sea que el gasoducto Nord Stream 2, el cual está diseñado para llevar el gas ruso a Europa, rodeando a Ucrania, entre en funcionamiento o no. De todas formas, el continente diversificaría el suministro y se apartaría mucho más rápido de Moscú, y al mismo tiempo agilizaría su transición a las energías sustentables.
Aunque Rusia y China se estén acercando mucho, como lo demuestra un insólito comunicado conjunto emitido por Putin y el dirigente chino Xi Jinping la semana pasada en los Juegos Olímpicos, pasarían muchos años antes de que el mercado chino compense las pérdidas del mercado europeo.
Es indudable que Putin recurriría a China, señaló Alexander Gabuev, presidente del programa de Rusia en la región Asia-Pacífico del Centro Carnegie de Moscú. “Si se desata otra guerra en Ucrania, Vladimir Putin va a volver a necesitar un amigo, y ese amigo será su acaudalado camarada, aliado y vecino Xi Jinping”, explicó Gabuev.
Ambos países están tratando de presentar un frente unido contra la influencia global de Estados Unidos, tanto en Europa como en Asia. Pero seguimos sin saber qué tanto Rusia desea apartarse de sus mercados en Europa y qué tanto China quiere hacer enojar a los europeos.
Una ruptura significativa con Europa podría alargarse hasta una década y perjudicaría la credibilidad de Rusia como un socio comercial y diplomático confiable durante todavía más tiempo.
Eso destaca la importancia de la Unión Europea y su disposición a sancionar a Rusia como una manera de disuadir a Putin; la intensificación en la movilización de los propios soldados de la OTAN tiene menos que ver con la disuasión que con el restablecimiento de la confianza. Nadie espera que Rusia ponga a prueba el compromiso que tiene la OTAN con la defensa colectiva de sus miembros, entre los cuales, desde luego, no se encuentra Ucrania.
Estados Unidos también puede imponer sanciones económicas importantes, sobre todo a los bancos rusos y a la importación de componentes técnicos esenciales, como los semiconductores. Pero, si se compara con la Unión Europea, que es el socio comercial más grande de Rusia, Estados Unidos tiene poco comercio con este país.
Así que es importante la manera en que la Unión Europea decida ejercer su poder económico. Es por eso que el gobierno de Biden ha dedicado tanto tiempo a dar instrucciones y persuadir a los europeos.
Además, pese a las diferencias entre los países europeos, mismos que pagarían el precio más alto por las sanciones y por cualquier medida que tome Rusia como respuesta, la duración de esta crisis ha permitido que haya negociaciones sustanciales acerca de un paquete de sanciones severas. Las autoridades europeas han creado lo que consideran un poderoso conjunto de sanciones de referencia, en caso de que Rusia invada Ucrania, con la opción de ampliarlo, dependiendo de lo que decida hacer Putin.
El nuevo gobierno alemán, de una coalición de tres partidos, ya ha tenido tiempo de debatir el asunto de manera interna y aprobar un importante paquete de sanciones, que incluyen acciones contra el Nord Stream 2. Alemania ya ha retrasado hasta este verano, por lo menos, la aprobación de este gasoducto. Esta semana, el presidente Joe Biden señaló en Washington, junto con el canciller alemán, Olaf Scholz, que “Si Rusia invade —es decir, que los tanques y los soldados vuelvan a cruzar la frontera de Ucrania— dejará de existir el Nord Stream 2”.
No obstante, Europa es vulnerable a la respuesta de Rusia ante las sanciones, y no solo a la interrupción del flujo de energéticos, la cual Moscú podría atribuir a accidentes o a daños en los gasoductos y no a un incumplimiento descarado de contrato. Incluso un recorte de gas durante unos cuantos días incrementaría los precios de por sí elevados de la energía, lo que enfadaría a los electores y asustaría muchísimo al mercado de valores.
Como siempre, casi todo depende de Putin.
Nigel Gould-Davies, un exdiplomático británico que ahora trabaja en el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, cree que este periodo de presión diplomática “no es una alternativa a la ofensiva, sino un posible preludio” debido a la concentración de soldados rusos alrededor de Ucrania, aunada a los ataques cibernéticos y a una reducción del suministro de gas a Europa, lo cual es una señal de preparativos sin precedentes para iniciar actividades militares.
No obstante, escribe Gould-Davies, de manera sorprendente, la respuesta de Estados Unidos y Europa ha sido muy firme y ha limitado las opciones de Putin mientras Ucrania se mueve hacia Occidente. Ahora, comentó, “la ofensiva es la única opción que, con seguridad, no dejará a Rusia en una posición diplomática peor de la que tenía antes de su escalada”.