Al temer por su seguridad y la de sus familias, los jugadores publicaron un breve video que rápidamente se volvió viral. La comida comenzaba a escasear, dijeron los jugadores. Las necesidades como los pañales ya se habían agotado.
La ansiedad crecía, minuto a minuto, dentro de la sala de conferencias sin ventanas del hotel de Kiev donde se habían reunido las estrellas de fútbol. Un intento fallido de huir de Ucrania había sido un desastre. Y los sonidos de la guerra —fuego de mortero, explosiones de cohetes y el chirrido de los aviones de guerra— eran un recordatorio casi constante de sus precarias circunstancias.
El sábado por la mañana, el grupo, compuesto en su mayoría por brasileños, pero que ahora también contaba con la presencia de otros sudamericanos e italianos, llegaba a las 70 personas. Los jugadores habían venido a Ucrania para jugar fútbol; semanas antes, habían saltado al campo en la Liga de Campeones, la competencia más prestigiosa de Europa. Ahora que la temporada se había suspendido y las fuerzas rusas avanzaban hacia la ciudad, los jugadores estaban hacinados con sus familias (esposas, parejas, niños pequeños, parientes ancianos), planeando cómo y cuándo huir para salvar sus vidas.
“Espero que todo salga bien”, dijo el sábado por la mañana Júnior Moraes, uno de los jugadores brasileños varados. Moraes, delantero del Shakhtar Donetsk, un club ucraniano, explicó cómo el equipo había llevado al grupo de personas al hotel la semana pasada. En los días siguientes, cuando el país y luego la ciudad fueron atacados, sus filas se ampliaron después de que jugadores extranjeros de un club rival, el Dinamo de Kiev, pidieran unirse a ellos.
Al temer por su seguridad y la de sus familias, los jugadores publicaron un breve video que rápidamente se volvió viral. La comida comenzaba a escasear, dijeron los jugadores. Las necesidades como los pañales ya se habían agotado.
“Estamos aquí pidiendo su ayuda”, suplicó Marlon Santos, un jugador del Shakhtar, tras referirse a los obstáculos. “No tenemos forma de salir”.
Se idearon planes para evacuar y luego se descartaron con rapidez. Viajar por avión era imposible; Ucrania había cerrado la aviación civil y las fuerzas rusas estaban atacando el aeropuerto. La gasolina escaseaba, y un grupo que ahora se contaba por docenas sabía que sería casi imposible organizar suficientes autos o permanecer juntos en medio del caos.
Huir también conllevaba sus propios riesgos, ya que esto habría requerido que el grupo renunciara a su conexión con el mundo exterior. En el hotel, al menos había un suministro de electricidad y, lo que es más importante, una conexión a internet confiable, dijo Moraes.
Mediante frenéticas llamadas telefónicas, Moraes y otros en el grupo, que incluía al entrenador del Shakhtar, Roberto De Zerbi, un italiano, se habían puesto en contacto con funcionarios consulares y gobiernos de su país. La empatía fue abundante. Las soluciones no lo fueron.
Se le aconsejó a los jugadores y a sus familias que trataran de llegar a la estación de tren en Kiev y así unirse a la multitud que se dirigía al oeste hacia Leópolis, una ciudad en el oeste de Ucrania, que está más cerca de la frontera con Polonia y que se había convertido en un punto focal para el éxodo a causa de la avanzada rusa.
“Al principio parecía una buena idea”, narró Moraes sobre el plan de correr hacia Leópolis. “Pero mira, aquí también tenemos bebés y ancianos. Si salimos del hotel que tiene internet y electricidad, y que nos mantiene a todos en contacto, y vamos a otra ciudad y nos quedamos con niños en la calle, ¿cuánto tiempo podemos hacer eso antes de que la situación empeore?”.
En cambio, el grupo colocó su atención y sus esperanzas en el fútbol. La dirección del Shakhtar había hecho arreglos para que los brasileños se quedaran en el hotel mientras la situación de seguridad en Ucrania se deterioraba. (El equipo ha tenido su sede en Kiev durante años, desde que se vio obligado a huir de Donetsk en 2014 después de un asalto anterior respaldado por Rusia). Pero, aunque los funcionarios del equipo le aseguraron al grupo que estaban trabajando en una solución, ninguna se materializó.
La idea de pasar otra noche en la sala de conferencias había llevado a algunos de los presentes al borde de un “colapso psicológico”, relató Moraes. Varios miembros del grupo habían tratado de llegar a un lugar seguro huyendo el sábado temprano, narró, solo para regresar rápidamente en estado de shock.
“Cuando salieron hubo explosiones y regresaron gritando a la habitación”, describió Moraes. “Fue un pánico, una locura”.
Para entonces, a los jugadores brasileños y sus familias se les había sumado un contingente de Argentina y Uruguay. Pronto, otros brasileños que vivían en Kiev, pero que no estaban relacionados con el fútbol, se acercaron para pedir refugio y se les hizo un espacio.
Moraes dijo que Roberto De Zerbi, de 42 años, y sus asistentes se negaron a abandonar el grupo. “Tuvieron dos oportunidades para dejarnos”, afirmó Moraes, “y el entrenador dijo: ‘No, me quedo aquí hasta el final’”.
Al final, la salvación no provino de las conexiones políticas sino de las locales: los funcionarios de la federación de fútbol de Ucrania habían conseguido dos autobuses y los habían enviado al hotel en Kiev.
Los jugadores recibieron llamadas telefónicas. Les dijeron que se apresuraran. La instrucción fue: reúnan sus pertenencias y a sus familias, y prepárense para moverse rápidamente.
Los autobuses llegaron, los atletas y sus familias subieron a bordo y el grupo fue trasladado a toda prisa a una de las estaciones de tren de la ciudad.
Mientras daban vueltas en la plataforma repleta, los atletas, que en otras circunstancias podrían haber sido reconocidos y recibidos como superestrellas locales, miraban a su alrededor con nerviosismo. El sábado, eran solo unos cuantos más entre un mar de rostros ansiosos.
Luego, a las 4:50 p. m., hora local, la locomotora en la que habían subido dio una breve sacudida y partió hacia el oeste, hacia Rumania, hacia la seguridad, lejos de la guerra.