La guerra de Ucrania, iniciada por el presidente Vladimir Putin, con el fin de recuperar la influencia de Rusia en esa región, también es un combate por el futuro de las Iglesias ortodoxas rusas y ucranianas.
KIEV, Ucrania — De pie en el patio de adoquín de un monasterio medieval, con un viento helado que le agita las túnicas negras y obuses de artillería que explotan a lo lejos, el arzobispo Yefrem se siente desolado por una guerra que poco a poco va engullendo su ciudad.
Pero mientras que el gobierno de Ucrania está convocando a todos los hombres sanos para que defiendan su país de la invasión rusa, el arzobispo ve las cosas un poco diferente. Según él, debido a que los rusos y los ucranianos son un solo pueblo con una sola religión, el ejército ruso no es enemigo. Los ucranianos creyentes deben “rezar por la paz, no por la victoria”.
La guerra de Ucrania, iniciada por el presidente Vladimir Putin, con el fin de recuperar la influencia de Rusia en esa región, también es un combate por el futuro de las Iglesias ortodoxas rusas y ucranianas.
La Iglesia rusa —de la cual forma parte Yefrem— no ha ocultado su deseo de unir sus filiales bajo el mando de un solo patriarca en Moscú, lo cual le permitiría controlar los sitios más sagrados de la ortodoxia en el mundo eslavo y a millones de creyentes en Ucrania. Por su parte, la Iglesia ortodoxa ucraniana ha tardado en consolidarse bajo su propio patriarca después de la independencia de Ucrania en 1991 y en restablecer una rama separada e independiente de la ortodoxia oriental.
Si Ucrania se impone ante la invasión rusa, con seguridad la Iglesia de Moscú será expulsada. Si Rusia gana, es poco probable que la Iglesia ucraniana sobreviva dentro de ese país.
Los trofeos de la contienda incluyen algunos sitios sagrados como el Monasterio de las Cuevas, un extenso complejo de iglesias en Kiev que dan al río Dniéper, cuyas doradas cúpulas de bulbo brillaban con el sol una tarde reciente cuando los obuses de artillería explotaban en toda la capital. En las cuevas, dentro de las grutas, yacen los restos de los primeros santos de la ortodoxia eslava, cuyo control sobre las cuales simbolizaría la primacía de esta rama del cristianismo.
Tras la independencia de Ucrania, el patriarca de Moscú conservó el acceso a ese sitio, aunque el gobierno ucraniano era su propietario oficial y lo tenía como un museo.
Pese a que la recién independizada Iglesia ucraniana ha logrado que las parroquias cambien su adscripción, la rama ucraniana de la Iglesia subordinada a Moscú también goza de la lealtad de una mayoría de las iglesias de ciudades, pueblos y aldeas de Ucrania. Dichos logros hicieron enojar tanto a Putin, que en 2018 advirtió que esto se podría “convertir en una gran disputa, si no es que en un derramamiento de sangre”.
Los analistas políticos y religiosos ucranianos afirman que la Iglesia ortodoxa rusa de Ucrania estaba muy infiltrada por Moscú y muchas personas la consideran una herramienta de la política exterior rusa. La semana pasada, la policía no intervino cuando una multitud enfurecida expulsó a un predicador ruso de su iglesia en el área occidental de Ucrania.
La doctrina cristiana también ha llegado a ser parte del campo de batalla. El domingo, en los sermones recomendados por sus líderes, los sacerdotes leales a Rusia hicieron hincapié en los evangelios pacifistas en un momento en que la estrategia defensiva del país consistía en movilizar a civiles para el combate. Muchos ucranianos consideraron esa postura como subversiva o traidora.
Yefrem, un miembro de la Iglesia de Moscú que celebra misa en el Monasterio de las Cuevas, señaló que había estado exhortando a los creyentes a rezar. “Solo Dios puede traer la paz”, añadió.
“Si llegara un enemigo, entonces sí podríamos pelear”, comentó al explicar su postura. “Pero un punto muy importante sobre Ucrania es que somos el mismo pueblo que los rusos y solo el diablo difunde la hostilidad entre nosotros”.
La Iglesia ortodoxa ucraniana independiente ha adoptado un punto de vista muy diferente. En un sermón televisado el domingo, su patriarca, el Epifanio Metropolitano, apoyó firmemente la resistencia. “Queridos hermanos y hermanas”, les dijo, “recemos y actuemos”.
Según el patriarca, los creyentes deben defender su país. “Nuestro heroico pueblo nos está defendiendo del ataque de Rusia, la cual está mandando sus soldados y sus armas a nuestras ciudades y aldeas”, aseveró. “Y cada hora de nuestra resistencia motiva a cada vez más personas de todo el mundo para que apoyen a Ucrania”.
Tanto la Iglesia ortodoxa ucraniana como la rusa tienen mucho que perder, dependiendo de quién gane la guerra, y es probable que eso configure el futuro de la Iglesia ortodoxa oriental en Rusia y en Ucrania.
En 2019, el Patriarcado de Constantinopla, la máxima autoridad de la ortodoxia oriental, le otorgó legitimidad a la Iglesia ucraniana que se formó después de la independencia, lo cual enfureció a los líderes políticos y religiosos de Rusia. Las parroquias de Ucrania pronto comenzaron a cambiar sus adscripciones y, hoy en día, la Iglesia ucraniana cuenta con cerca de 700 parroquias en el país, pero otras 12.000 siguen estando bajo la influencia de Rusia.
“Este también es uno de los factores de la agresión rusa en contra de Ucrania”, señaló Ihor Kozlovsky, un estudioso de la religión en el Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de Ucrania. “Si nuestra Iglesia se uniera en su totalidad bajo la Iglesia ortodoxa ucraniana, Moscú perdería su hegemonía en el mundo ortodoxo”.
Tanto la Iglesia ortodoxa ucraniana como la rusa surgieron de la conversión al cristianismo de un príncipe de Kiev, Vladimir (en ruso) o Volodymyr (en ucraniano) en 988. En una señal de que a Putin lo motiva la historia, después de anexar Crimea en 2014, el presidente ruso erigió una estatua del príncipe Vladimir junto a los muros del Kremlin en Moscú.
La Iglesia ucraniana había estado bajo la jurisdicción de Moscú desde 1686, cuando, bajo la presión de Rusia dejó de serle leal a Constantinopla, hasta 2019, cuando oficialmente volvió a obtener su independencia.
Ambas Iglesias comparten los mismos sitios sagrados y tal vez el más importante de ellos es el Monasterio de las Cuevas y sus catacumbas donde descansan los restos de santos muy reverenciados en Ucrania y Rusia.
A pesar de la guerra que se libra en la periferia de la ciudad, el martes acudieron unos cuantos devotos a este antiguo y oscuro laberinto de túneles iluminado solo con lámparas de aceite. En la oscuridad, se arrodillaron o se inclinaron en silencio ante los ataúdes y los besaron.
Marina Shuyeva, una doctora de 37 años, caminaba llorando por los senderos de piedra nevados entre los muros medievales de ladrillo.
Las lágrimas le corrían por las mejillas. Nos comentó que su hijo estaba atrapado en un sótano de la ciudad de Járkov, la cual había sido alcanzada por misiles rusos el martes. Añadió que no sabía nada de su paradero y que no podía hacer nada por él excepto venir a rezar a las cuevas.
“Escriban la verdad”, comentó acerca de los soldados rusos que ahora también estaban avanzando a Kiev, con imágenes de satélite que mostraban un camino que lleva a la ciudad con una columna de tanques rusos de varios kilómetros de longitud. “No nos están rescatando. Nos están matando”.