El líder de la Iglesia ortodoxa rusa en el centro de las aspiraciones de Putin

El líder de la Iglesia ortodoxa rusa en el centro de las aspiraciones de Putin
Fieles cristianos ortodoxos de Ucrania en una ceremonia de bendición el día anterior a la Pascua ortodoxa, afuera de la catedral de San Jorge, en Leópolis, Ucrania, el 23 de abril de 2022. Foto, Finbarr O'Reilly/The New York Times.

Cirilo no solo está separado de Francisco, sino de una gran parte del mundo. Cirilo, de 75 años, líder de unos 100 millones de fieles, ha apostado el destino de su filial del cristianismo ortodoxo en una alianza cercana y mutuamente beneficiosa con Putin.

Cuando Rusia invadió Ucrania, el patriarca Cirilo I, el líder de la iglesia ortodoxa rusa con sede en Moscú, tuvo una incómoda reunión por Zoom con el papa Francisco.

Los dos líderes religiosos habían trabajado juntos con anterioridad para subsanar una escisión de 1000 años entre las Iglesias cristianas de oriente y de occidente. Pero en la reunión de marzo estaban en los lados opuestos del abismo. Cirilo pasó 20 minutos leyendo algunas notas ya preparadas en favor de los argumentos del presidente de Rusia, Vladimir Putin, de que la guerra en Ucrania era necesaria para eliminar a los nazis y contrarrestar la expansión de la OTAN.

Desde luego que el papa Francisco quedó desconcertado. “Hermano, nosotros no somos clérigos del Estado”, le dijo el pontífice a Cirilo y después lo comentó en el diario Corriere della Sera, añadiendo que “el patriarca no puede convertirse en el monaguillo de Putin”.

Ahora, Cirilo no solo está separado de Francisco, sino de una gran parte del mundo. Cirilo, de 75 años, líder de cerca de 100 millones de fieles, ha apostado el destino de su filial del cristianismo ortodoxo en una alianza cercana y mutuamente beneficiosa con Putin, a quien le ha ofrecido protección espiritual mientras su Iglesia —y quizás él mismo— recibe a cambio enormes recursos del Kremlin, lo que le permite extender su influencia en el mundo ortodoxo.

Para sus detractores, este acuerdo ha hecho que Cirilo sea una parte esencial de la ideología nacionalista en el centro de los proyectos expansionistas del Kremlin mucho más que cualquier otro apparatchik, oligarca o cómplice de Putin.

Cirilo ha denominado el largo mandato de Putin como “un milagro de Dios” y ha calificado la guerra como una defensa justa contra las conspiraciones liberales para que los “desfiles de homosexuales” se infiltren en Ucrania.

“En la actualidad, nuestro pueblo entero tiene que despertar —despertar— entender que ha llegado una época especial de la cual quizás dependa el destino histórico de nuestro pueblo”, afirmó en un sermón de abril. “A lo largo de toda nuestra historia hemos sido educados para amar a nuestra patria y estaremos listos para protegerla, como solo los rusos pueden defender a su país”, les dijo a los soldados en otro sermón.

El papel de Cirilo es tan importante que las autoridades europeas lo han incluido en una lista de las personas a las que piensan destinar una siguiente ronda de sanciones —aún no se establecen del todo— contra Rusia, de acuerdo con personas que han visto la lista.

Una amonestación de ese tipo sería una medida extraordinaria contra este líder religioso, cuyo antecedente más cercano tal vez sean las sanciones que Estados Unidos impuso al líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei.

Durante más de una década, los detractores de Cirilo han alegado que su experiencia formadora de represión religiosa durante la era soviética trágicamente lo habían llevado a recibir el ineludible apoyo de empoderamiento por parte de Putin, el cual convirtió a la Iglesia ortodoxa rusa bajo el liderazgo de Cirilo en una filial espiritual corrupta de un Estado autoritario.

Aunque es probable que dentro de Rusia y de su Iglesia las sanciones sean vistas como una prueba más de la hostilidad del pecaminoso Occidente, pueden servir como contrapeso en la inestable balanza del poder dentro de la Iglesia ortodoxa que casi siempre está tan dividida.

“Esto es algo nuevo”, comentó Enzo Bianchi, un prelado católico italiano que conoció a Cirilo a fines de la década de 1970 en las conferencias que organizó para promover la reconciliación con la Iglesia ortodoxa.

A Bianchi le preocupaba que imponerle sanciones a un líder religioso fuera un peligroso precedente de “injerencia política en la Iglesia”. Sin embargo, pensaba que la alianza de Cirilo con Putin era nefasta.

Todo esto ha planteado la pregunta de por qué Cirilo se ha alineado a ese grado con el dictador de Rusia.

Los observadores cercanos y quienes han conocido a Cirilo afirman que parte de la respuesta tiene que ver con la capacidad de Putin para someter tanto al patriarca como a otros actores importantes en la estructura del poder ruso. Pero también es producto de las propias aspiraciones de Cirilo.

En los últimos años, Cirilo ha anhelado expandir la influencia de la Iglesia mediante una ideología que coincide con que Moscú sea una “tercera Roma”, una alusión a la idea del siglo XV sobre el destino manifiesto de la Iglesia ortodoxa, según la cual la Rusia de Putin se convertiría en el centro espiritual de la verdadera Iglesia después de Roma y Constantinopla.

Es un proyecto muy ambicioso que concuerda a la perfección con el imperialismo con tintes místicos de Putin de un “Russkiy Mir”, o un mundo ruso más amplio.

“Logró convencer sobre el concepto de los valores tradicionales, el concepto del Russkiy Mir, a Putin, quien estaba en busca de una ideología conservadora”, explicó Sergei Chapnin, investigador sénior en estudios sobre el cristianismo ortodoxo en la Universidad de Fordham que trabajó con Cirilo en el patriarcado de Moscú.

Cirilo, cuyo nombre de nacimiento es Vladímir Mijáilovich Gundiáyev, nació al final de la Segunda Guerra Mundial y, al igual que Putin, creció durante la era soviética en un pequeño apartamento de San Petersburgo. Pero mientras Putin se ha descrito a sí mismo como un niño belicoso, Cirilo formaba parte de un linaje de clérigos, entre ellos un abuelo que estuvo en los gulags por causa de su religión.

“Cuando regresó, me dijo: ‘No tengas miedo de nada, excepto de Dios’”, relató una vez Cirilo en la televisión estatal rusa.

Al igual que casi todos los clérigos de la élite rusa de la era, se cree que Cirilo colaboró con la KGB, donde Putin aprendió su oficio inicial.

 

Cirilo I alianza Putin
Estragos del bombardeo ruso al este de Járkov, en la aldea de Vilkhivka, Ucrania, el 19 de mayo de 2022. Foto, Finbarr O’Reilly/The New York Times.

Pronto, Cirilo se convirtió en un personaje prometedor en los círculos ortodoxos rusos y, en 1971, fue el representante de la Iglesia en el Consejo Mundial de Iglesias de Ginebra, lo cual le permitió tener contacto con los clérigos de otras denominaciones cristianas de Occidente.

“Siempre estaba abierto al diálogo”, comentó Bianchi, quien recuerda a Cirilo como un monje delgado que asistía a sus conferencias.

Al principio, los tradicionalistas desconfiaban del estilo reformista de Cirilo; celebraba eventos en estadios, parecidos a los de las megaiglesias, y apuntalaba su mensaje y su popularidad en un programa semanal de televisión que comenzó en 1994.

Pero también había señales iniciales de un profundo conservadurismo. En ocasiones, Cirilo se horrorizaba por las iniciativas de los protestantes de aceptar a las mujeres en el sacerdocio y por lo que él describía como la utilización que hace Occidente de los derechos humanos para imponer “de manera dictatorial” los derechos de los homosexuales y otros valores anticristianos en las sociedades tradicionales.

A fines de 2011, Cirilo apoyó las críticas contra las elecciones parlamentarias fraudulentas defendiendo la “respuesta negativa legítima” a la corrupción y dijo que sería “una muy mala señal” que el Kremlin no prestara atención.

Muy poco tiempo después, los medios de comunicación rusos informaron que Cirilo y su familia eran propietarios de unos apartamentos de lujo. Comenzaron a correr otros rumores no confirmados sobre miles de millones de dólares en cuentas bancarias secretas, yates y chalets en Suiza.

Un portal informativo sacó a relucir una fotografía de 2009 en la cual Cirilo portaba un reloj Breguet modelo Réveil du Tsar de un valor aproximado de 30.000 dólares, lo cual era una señal de que pertenecía a la élite rusa.

Luego de que su Iglesia intentó borrar el reloj de la fotografía y Cirilo negara que lo hubiera tenido, el reflejo de él que se siguió viendo en una mesa brillante hizo que la Iglesia ofreciera una embarazosa disculpa.

Cyril Hovorun, un sacerdote ortodoxo que a lo largo de una década fue asistente personal de Cirilo, señaló que la desacreditación de la reputación del patriarca fue interpretada por Cirilo como un mensaje del Kremlin para que no traspasara los límites.

Cirilo cambió de rumbo drásticamente y ofreció todo su respaldo y configuración ideológica a las aspiraciones de Moscú.

De manera paulatina se fue difuminando la línea entre la Iglesia y el Estado.

En 2012, cuando las integrantes de Pussy Riot, la banda feminista de música punk interpretó “Una plegaria punk” en la catedral de Cristo Salvador de Moscú como rechazo a la alianza entre Putin y Cirilo, parece que este último tomó la iniciativa para promover el encarcelamiento del grupo. También apoyó de manera explícita la candidatura de Putin a la presidencia.

Su Iglesia recibió decenas de millones de dólares para reconstruir algunas iglesias, así como financiamiento del Estado para escuelas religiosas. La fundación de San Basilio el Grande de Konstantín Maloféyev, un oligarca ortodoxo ruso cercano a Putin, pagó la remodelación de las oficinas centrales del departamento de relaciones exteriores de la Iglesia en Moscú, las cuales solía administrar Cirilo.

Al igual que el Kremlin de Putin, la Iglesia de Cirilo ejerció influencia en el extranjero al proporcionar fondos a los patriarcados ortodoxos de Jerusalén y Antioquía con sede en Siria, inversiones que ya han dado frutos.

Este mes, el patriarcado de Antioquía rechazó de manera pública las sanciones contra Cirilo, mediante una recomendación al primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, supuestamente el líder europeo más cercano a Putin, de que esta semana se comprometiera a impedir cualquier sanción contra Cirilo.

Pero tal vez para Cirilo, el estatus de Moscú en el mundo ortodoxo sea de primordial importancia.

El gran cisma de 1054 dividió el cristianismo entre la Iglesia de Occidente, fiel al papa de Roma, y la Iglesia de Oriente de Constantinopla. En los siglos posteriores, el patriarca de Constantinopla, cuya sede estaba en la actual Estambul, mantuvo su estatus de primus inter pares de las Iglesias ortodoxas Orientales, pero otras cobraron gran influencia, como la de Moscú.

La invasión de Moscú al este de Ucrania en 2014 hizo que la Iglesia ortodoxa de Ucrania, ya descontenta, dejara de estar bajo la jurisdicción centenaria de Moscú, lo que le costó más o menos una tercera parte de sus parroquias. El reconocimiento de la Iglesia ucraniana por parte del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla agravó las tensiones entre Moscú y Constantinopla.

La guerra interna de la Iglesia también se ha extendido a la militar y Moscú está usando la protección de los fieles ortodoxos de Ucrania que siguen siendo leales a Cirilo como parte de los argumentos de su invasión.

Parece que la guerra de Putin y el respaldo de Cirilo a ella han mermado su ambicioso proyecto. Cientos de sacerdotes ucranianos han acusado a Cirilo de “herejía”. Se avecina la amenaza de las sanciones por parte de la Unión Europea y una reconciliación con la Iglesia de Occidente está descartada.

Sin embargo, Cirilo no ha vacilado y ha hecho un llamado a que la población apoye la guerra para que Rusia pueda “ahuyentar a sus enemigos, tanto externos como internos”. Y el 9 de mayo, durante el desfile del Día de la Victoria en Moscú, estuvo muy sonriente junto con otros personajes leales pertenecientes al círculo de allegados a Putin.

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