Impulsadas por aliados y activistas de las personas transgénero, las organizaciones médicas, gubernamentales y progresistas han adoptado un lenguaje neutro de género que hace pocas distinciones entre mujeres y hombres transgénero, así como entre quienes rechazan esas identidades por completo.
La Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por su sigla en inglés), cuya defensa de los derechos reproductivos tiene más de medio siglo de antigüedad, tuiteó recientemente su advertencia sobre el precario estado del aborto legal:
“Las prohibiciones del aborto perjudican de manera desproporcionada a: comunidades negras, nativo estadounidenses y otras personas de color. La comunidad LGBTQ. Inmigrantes. Personas jóvenes. Los que trabajan para apenas sobrevivir. Gente con discapacidades. Proteger el acceso al aborto es un asunto urgente de justicia racial y económica”.
Este tuit abarcó muchas cosas y, sin embargo, olvidó mencionar un grupo demográfico relevante: las mujeres.
Esto no fue un descuido, ni algo peculiar del lenguaje favorecido por la ACLU. El lenguaje ha estado cambiando con rapidez, incluso mientras la Corte Suprema pareciera estar a punto de revocar una garantía constitucional al derecho al aborto, y los progresistas enfrentan la tarea de encabezar la oposición.
Desde Planned Parenthood, NARAL Pro-Choice America y la Asociación Médica Estadounidense, hasta los departamentos de salud de ciudades y estados, y activistas más jóvenes, la palabra “mujeres” ha aparecido mucho menos, en cuestión de pocos años, en las conversaciones sobre el aborto y el embarazo.
Impulsadas por aliados y activistas de las personas transgénero, las organizaciones médicas, gubernamentales y progresistas han adoptado un lenguaje neutro de género que hace pocas distinciones entre mujeres y hombres transgénero, así como entre quienes rechazan esas identidades por completo.
La velocidad del cambio es clara: en 2020, NARAL emitió una guía para activistas sobre el aborto que enfatizaba que debían hablar sobre la “decisión de la mujer”. Dos años después, la misma guía enfatizó la necesidad de un “lenguaje neutral de género”.
El año pasado, el editor de The Lancet, una revista médica británica, se disculpó por una portada que hacía referencia a “cuerpos con vaginas” en lugar de mujeres.
Hoy en día, los términos “personas embarazadas” y “personas gestantes” han desbancado a “mujeres embarazadas”.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades tienen una sección sobre “Cuidado para las personas que amamantan”, el gobernador de Nueva York emitió una guía sobre las parejas que acompañan a las “personas gestantes” durante el COVID-19, y los departamentos de salud de las ciudades y de algunos estados ofrecen consejos sobre la “lactancia de pecho” a “personas que están embarazadas”.
La Clínica Cleveland, un conocido hospital sin fines de lucro, planteó una pregunta en su sitio web: “¿Quién tiene vagina?”. Su respuesta comienza con: “Las personas a las que se les asigna sexo femenino al nacer (AFAB, por su sigla en inglés) tienen vaginas”. El sitio web de la Sociedad Americana contra el Cáncer recomienda exámenes de detección de cáncer para las “personas con cuello uterino”.
Esto refleja el deseo de los profesionales médicos de encontrar un lenguaje que no excluya y brinde tranquilidad a quienes dan a luz y se identifiquen como no binarios o transgénero. Ninguna agencia parece recopilar datos sobre embarazos transgénero y no binarios, pero Australia ha informado que aproximadamente el 0,1 por ciento de todos los nacimientos involucran a hombres transgénero.
Ti-Grace Atkinson tomó el teléfono desde su casa en Cambridge, Massachusetts, y suspiró. Se ha considerado a sí misma una feminista radical durante la mayor parte de sus 83 años. En la década de 1960 renunció a la Organización Nacional de Mujeres cuando esta se negó a presionar de forma enérgica por el derecho al aborto.
Atkinson está cansada de las batallas por el género y el lenguaje, las cuales, dice, son promovidas por activistas transgénero y entusiastas progresistas, y a las que se les oponen, con igual entusiasmo, los políticos de derecha. Dista de las necesidades urgentes de las mujeres, quienes constituyen el 50,8 por ciento de la población.
“Quiero ver cambios significativos”, afirmó. “Quitarnos nuestros derechos reproductivos va a agudizar la batalla. Esto se trata de las mujeres y nuestros derechos; no es un juego por el lenguaje”.
El año pasado, la doctora Sara Dahlen escribió un editorial para una revista médica británica en el que señaló la presión que se ejerce sobre los médicos en el Reino Unido, donde las cuestiones de género no están menos cargadas, para que utilicen frases como “leche humana” en lugar de “leche materna”. Advirtió que corrían el riesgo de perder una audiencia más grande.
“Si el objetivo es maximizar el respeto por el sentido de identidad de cada persona, debe entenderse que no se puede esperar que las pacientes femeninas que simplemente se entienden a sí mismas como mujeres ‘acaten en silencio un lenguaje en el que no existen’”, escribió, citando a defensores del lenguaje neutro de género.
Para quienes luchan en las trincheras de las políticas reproductivas, la sorpresa es que un giro hacia un lenguaje neutro de género sorprenda. Louise Melling, subdirectora legal de la ACLU, señaló que hasta hace poco tiempo los pronombres masculinos (términos como “todos”) se consideraban suficientes para abarcar a todas las mujeres. El lenguaje es un instrumento poderoso, afirmó Melling, y ayuda a determinar la conciencia política.
“El lenguaje evoluciona y puede excluir o incluir”, señaló Melling. “Es muy importante para mí que pensemos en personas embarazadas. Es la verdad: no solo mujeres dan a luz, no solo mujeres buscan el aborto”.
NARAL puntualizó esto en un tuit el año pasado que defendía el uso del término “personas gestantes”: “Usamos un lenguaje neutral de género cuando hablamos de embarazo, porque no solo las mujeres cisgénero pueden quedar embarazadas y dar a luz”.
Feministas como Atkinson y la escritora J. K. Rowling han expresado abiertamente que las mujeres deben tener derecho a espacios —vestuarios, refugios para abuso doméstico, prisiones— que estén separados de los hombres y las mujeres transgénero.
Estas y otras críticas agudas indignaron a los activistas transgénero y sus aliados, quienes las calificaron de transfóbicas. Algunos se oponen también al lenguaje del movimiento por el derecho al aborto, que habla de una “guerra contra las mujeres”. “Es realmente difícil formar parte de un movimiento que es tan increíblemente cissexista”, escribió un activista transgénero.
La profesora Laurel Elder del Hartwick College y el profesor Steven Greene de la Universidad Estatal de Carolina del Norte han estudiado el crecimiento de la identidad feminista por edad y nivel educativo. Muchos activistas jóvenes, señaló Elder, rechazan por completo las distinciones entre hombres y mujeres. “Sin embargo, la realidad es que la mayoría de la sociedad aún no ha llegado a ese punto”, afirmó.
Greene cuestionó la sabiduría de los activistas al insistir en que un movimiento de masas descarte su identidad sexual central. ¿Por qué no, por ejemplo, insistir en que tanto las mujeres como los hombres transgénero se enfrentan a problemas en lo que respecta al aborto?
“Los activistas están adoptando símbolos y lenguajes que son desconcertantes no solo para la derecha sino también para las personas del centro e incluso liberales”, señaló.
Por esa razón no le sorprendió que la mayoría de los políticos demócratas se negaran a hacer eco del lenguaje de las organizaciones progresistas. “No te conviertes en candidato a la presidencia o en presidente de la Cámara de Representantes ignorando lo que funciona en la política”, afirmó Greene. “Los demócratas no iban a tener miedo de utilizar la palabra ‘mujeres’”.