Las dosis de refuerzo ofrecen poca defensa contra la infección, en particular con las versiones más recientes del virus. La protección que ofrecen disminuye brusca y rápidamente, según han demostrado varios estudios.
La infección de coronavirus del presidente Joe Biden es una clara demostración de que las vacunas contra el COVID-19, por poderosas que sean, están lejos de ser los escudos a prueba de balas que los científicos alguna vez esperaron que fueran.
Biden ha recibido múltiples dosis de la vacuna Pfizer-BioNTech; su segunda dosis de refuerzo, la más reciente, le fue aplicada el 30 de marzo. Los estudios sugieren que esas dosis proporcionarán una protección sustancial contra enfermedades graves. Ciertamente, el presidente solo presenta hasta el momento síntomas leves, tras haber dado positivo el jueves, según la Casa Blanca.
Pero, incluso, las dosis de refuerzo ofrecen poca defensa contra la infección, en particular con las versiones más recientes del virus. La protección que ofrecen disminuye brusca y rápidamente, según han demostrado varios estudios. En el caso del Presidente, lo más probable es que la dosis de refuerzo que recibió hace casi cuatro meses haya perdido la mayor parte de su potencia para prevenir infecciones.
Al principio de la pandemia, los expertos creían que las vacunas serían suficientes para prevenir no solo los casos de enfermedad grave, sino también la gran mayoría de las infecciones. Y eso fue así cuando las primeras versiones del virus, incluida la variante delta, azotaron el planeta.
Pero la variante ómicron truncó esas esperanzas. A medida que más población obtuvo algo de inmunidad, ya sea por infección o por las vacunas, el virus evolucionó para esquivar esas defensas. BA.1, la subvariante de ómicron que circuló durante el invierno, fue experta en causar infecciones incluso en aquellas personas que habían recibido una dosis de refuerzo apenas unas semanas antes.
Cada versión posterior del virus se ha vuelto aún más experta en eludir la inmunidad. La subvariante BA.5, que en la actualidad representa casi el 80 por ciento de los casos en Estados Unidos, es la más astuta hasta ahora. Datos detallados recopilados en Catar sugieren que la inmunidad obtenida de infecciones y vacunas previas es más débil contra la subvariante BA.5 en comparación con sus predecesoras.
La BA.5 es además altamente contagiosa. Estados Unidos está registrando unos 130.000 casos por día en promedio, y es muy probable que ese número se quede bastante corto, porque la mayoría de las personas se hacen las pruebas en casa o no se aplican ninguna prueba en absoluto.
El número de hospitalizaciones también se ha disparado en las últimas semanas, aunque la BA.5 parece no generar más casos de enfermedad grave que otras formas de ómicron.
Dado lo mucho que ha cambiado el virus, el gobierno ha estado debatiendo los beneficios de autorizar la aplicación de dosis adicionales de la vacuna original en el otoño y ofrecer segundos refuerzos a adultos menores de 50 años. Un comité asesor de la Administración de Alimentos y Medicamentos declaró el mes pasado que los fabricantes deberían adaptar las vacunas a las variantes más recientes.
Sin embargo, no se sabe con certeza si esas vacunas llegarán a tiempo para evitar una oleada en otoño, y si el virus habrá vuelto a evolucionar más lejos de su alcance.