En la actualidad, de 22 a 26 millones de adultos estadounidenses, aproximadamente, proporcionan cuidados a familiares o amigos, la mayor parte de ellos gente mayor que requiere ayuda en sus actividades cotidianas; más de la mitad de esos cuidadores tienen empleo.
Al principio, Dana Guthrie pensó que podría ayudar a cuidar a sus padres, cuya salud había comenzado a deteriorarse, y al mismo tiempo seguir ocupándose de la administración de un exitoso consultorio dental en Plant City, Florida.
“Era un empleo que pagaba muy bien y yo no quería perderlo”, recordó hace poco Guthrie, de 59 años. Así que intentó cambiarse a un horario de cuatro días y trabajar en las noches para seguir el ritmo de las exigencias del consultorio, y luego comenzó a pasar algunas noches a la semana en la casa de sus padres, en vez de la suya que estaba a poca distancia.
Pero al final, el padecimiento hepático de su madre empeoró y a su padre le diagnosticaron demencia senil. La familia averiguó que contratar auxiliares de atención domiciliaria para dos personas enfermas de 82 años tenía un costo incluso superior a los ahorros y la pensión de jubilación de una persona de clase media. “Realmente me necesitaban”, comentó Guthrie. En 2016, dejó su empleo “y me mudé por completo a la casa de mis padres”.
En la actualidad, de 22 a 26 millones de adultos estadounidenses, aproximadamente, proporcionan cuidados a familiares o amigos, la mayor parte de ellos gente mayor que requiere ayuda en sus actividades cotidianas; más de la mitad de esos cuidadores tienen empleo. “Sin duda puede ser muy difícil tratar de arreglárselas con ambas cosas”, señaló Douglas Wolf, demógrafo y gerontólogo en la Universidad de Siracusa.
Según las investigaciones, quienes cuidan a adultos y cuentan con un empleo a menudo disminuyen su jornada laboral o renuncian a su trabajo. No obstante, varios estudios recientes revelan con mayor detalle el impacto que tienen esas decisiones, no solo para los cuidadores que trabajan, sino para los empleadores y la economía en general.
Yulya Truskinovsky, una economista de la Universidad Estatal Wayne, y sus colaboradores cruzaron los datos de una encuesta de la Oficina del Censo de Estados Unidos con los expedientes del Seguro Social para realizar el seguimiento de las trayectorias laborales excepcionalmente largas de casi 13.000 personas.
Los investigadores descubrieron que, entre las personas que se convirtieron en cuidadoras, el empleo tuvo una caída de casi el ocho por ciento en comparación con las personas demográficamente similares que no eran cuidadoras. “Ocurre de inmediato… durante el primer año”, mencionó Truskinovsky. “No hay muchas pruebas de que disminuyan sus horas de trabajo o de que se vuelvan trabajadores independientes, sino que dejan la fuerza laboral y permanecen inactivos durante bastante tiempo”.
Truskinovsky añadió: “Los cuidadores jóvenes tienen las mismas probabilidades de abandonar la fuerza laboral que los de más edad”. Según el estudio, siete años después, esos cuidadores no habían vuelto a tener el mismo nivel de participación laboral que el de las personas demográficamente similares que no se habían dedicado al cuidado de sus familiares.
Además, había diferencias considerables de género entre las personas que abandonaban la fuerza laboral.
Los hombres comenzaban a disminuir su carga de trabajo mucho antes de convertirse en cuidadores; y posteriormente “abandonan la fuerza laboral y no regresan”, señaló Truskinovsky, pero no se pudo tener ninguna explicación de esto a través del estudio; tal vez los hombres se encargan del cuidado cuando su vida laboral ya está menguando.
Por el contrario, las cuidadoras dejan la fuerza laboral de manera más repentina y es más probable que regresen —en promedio, después de solo dos años— “pero con salarios más bajos o con menos horas de trabajo”, aseveró Truskinovsky.
En otro estudio, Truskinovsky y sus colegas descubrieron que la pandemia hizo que se volviera más grande la disyuntiva entre el empleo y el cuidado a familiares. “La organización relacionada con el cuidado que se brinda a los familiares suele ser muy delicada”, señaló. Aunque casi siempre las familias combinan el cuidado remunerado con el no remunerado, “es algo poco estable y, si algo falla, toda la logística se viene abajo”.
En una muestra a nivel nacional de adultos mayores de 55 años, la mitad de las personas que brindan cuidados a sus familiares señalaron que el COVID-19 había alterado el tiempo que dedicaban a esta actividad y las había obligado a dedicarle más tiempo (ya que la asistencia remunerada se volvió inaccesible) o menos a la misma (debido a las cuarentenas y al temor de contagiarse). Antes de la pandemia, más de una tercera parte tenía empleo.
Lo más probable era que los cuidadores, cuya logística se vio alterada fueran suspendidos de sus empleos o los perdieran. También tuvieron índices mucho más elevados de depresión, ansiedad y soledad que las personas que no brindaban cuidados a sus familiares o los cuidadores cuya logística no tuvo modificaciones.
El costo para los cuidadores que trabajan puede ser de muy diversa índole. Susan Larson, una especialista en servicios educativos de 59 años que trabaja en el Ejército de Estados Unidos, ha renunciado a tener ascensos, aun cuando sus superiores le han insistido que los solicite. “Yo no puedo cambiar mi ubicación geográfica”, comentó.
No puede irse de su casa en Saint Paul, Minnesota, donde ella y su esposo hicieron una ampliación con instalaciones para personas discapacitadas para su madre de 83 años quien requiere muchísima ayuda. Según Larson, el Ejército la ha apoyado mucho, pero calculó que tendría un salario casi 25 por ciento más elevado si hubiera aceptado los ascensos y, a la vez, habría mejorado tanto el monto final de su pensión como sus prestaciones de la seguridad social.
Otro estudio reciente señala que, aun cuando los cuidadores conserven su empleo, casi una cuarta parte falta al trabajo (ausentismo) o tiene una menor productividad (conocida como presentismo laboral).
El presentismo laboral se traduce en la mayor parte de la pérdida de productividad, explicó Jennifer Wolff, gerontóloga e investigadora de servicios sanitarios en la Universidad Johns Hopkins. “El ausentismo es visible, pero el presentismo laboral no tanto”, comentó. Acudes al trabajo, pero te la pasas en llamadas al médico o realizando trámites con la aseguradora”.
Entre los empleados afectados, la productividad laboral cayó un tercio, en promedio. Según los datos de 2015, los más recientes de los que se dispone relacionados con adultos de 65 años y mayores, eso representa una pérdida anual de 49.000 millones de dólares.
El presidente Joe Biden prometió en su campaña un ambicioso plan de asistencia que otorgaría un permiso con goce de sueldo de doce semanas al año para los familiares, además de créditos fiscales, con el fin de compensar los gastos, y créditos para la seguridad social durante el tiempo que los cuidadores no estuvieran en el mercado laboral. La oposición de los republicanos en el Senado ha impedido que esto se apruebe.
Se seguirá debatiendo cuál es la mejor manera de apoyar a las personas que brindan cuidados dentro de la familia, pero no el hecho de que estas necesitan ayuda. Pese a que muchos trabajadores pueden gestionar las necesidades más previsibles de los padres y los cónyuges cuando envejecen, algunos enfrentan grandes presiones que no son compatibles con los empleos actuales.
Después de que fallecieron los padres de Guthrie, ella se mudó a Radcliff, Kentucky, donde vive su hermana. Ahí encontró trabajo en consultorios dentales, pero nunca con las ventajas ni el salario del empleo que dejó en Florida.
Guthrie, quien ahora se encuentra desempleada, ha estado acudiendo a entrevistas para solicitar empleo y ha estado preguntándose si algún día ella podrá jubilarse, aunque no se arrepiente de los sacrificios que hizo para cuidar a sus padres.
“Fuimos una familia muy unida y yo lo volvería a hacer; pero fue algo super desgastante, tanto emocional como económicamente”, afirmó. “Y, de hecho, todavía no he podido recuperarme”.