Se debe empezar primero por la educación escolar, que sí está dañando el sistema lingüístico español, en el cual los educadores se han convertido en los “dioses” de los estudiantes y lo que digan es inalterable e inexpugnable.
“El idioma español se ve amenazado por la educación escolar, la fuerza colonial del inglés y la desidia de una gran parte de quienes tienen el poder político, informativo y económico”. Así se afirma en la contraportada interior del libro La seducción de las palabras (2000), de Álex Grijelmo, periodista y defensor del idioma español.
Pero estas tres causas no son las únicas que amenazan la vida del español, también hay que considerar otras, como la literatura, ya que la mayoría de las obras deberían pasar por un comité de corrección, puesto que, en ellos, durante siglos, han abundado los errores gramaticales, de vocabulario, de sintaxis y semánticos, pero a nadie parece importarles.
Sin embargo, se debe empezar primero por la educación escolar, que sí está dañando el sistema lingüístico español, en el cual los educadores se han convertido en los “dioses” de los estudiantes y lo que digan es inalterable e inexpugnable.
Un señor contaba que se atrevió a corregir el nombre Maria (le faltaba la tilde) en una tarea de su hija y esta se enfureció y le dijo que su maestra la había escrito sin tilde, y que, por lo tanto, estaba bien. No le quedó más remedio que aceptar la razón de su hija.
Y esta es una responsabilidad suprema de los educadores que deben estar bien preparados para que puedan cumplir su función de enseñar eficazmente y aceptar cuando han impartido erróneamente una clase.
Pero no solo ocurre con los niños, ya que también los mayores son engatusados por otro “dios”, el Registro Civil, cuyos errores se eternizan. Una estudiante de un curso de redacción para profesores de una universidad se quejó de que el profesor le había eliminado la tilde de su apellido Ruíz (Ruiz) y le dijo que así lo inscribió el dependiente del Registro Civil y, por lo tanto, era correcto. El profesor le solicitó que pronunciara el nombre y dijo Ruiz, llanamente, sin separar las sílabas. Entonces, se escribe sin tilde, dijo el profesor porque, si no, sería Ru-íz.
Las tildes tienen como función señalar la acentuación de una palabra o diferenciar una letra de otra. Se dice que los estudiantes tienen que esforzarse mucho para aprender las normas básicas de acentuación para evitar errores, ya que los profesores les rebajan las notas de los exámenes por las palabras que no tengan estas “benditas” señales lingüísticas.
¿Qué puede hacerse frente a esta situación? Se tendría que realizar una investigación en esa dependencia para corregir todos los nombres mal escritos que se han inmortalizado allí y solicitarle a la dirección de ella que, por favor, nombre a personas aptas para realizar las funciones.
En cuanto a la fuerza colonial del inglés, todavía no encuentran una técnica para enseñar bien esta lengua y lo que ocurre es que los hablantes aprenden algunas palabras y frases que insisten en repetir todos los días, especialmente, en los medios de comunicación como si fueran expertos.
Relacionado con los que tienen el poder político, informativo y económico, a estos les importa muy poco el idioma que usan sus periodistas, y por eso eliminaron a los correctores de estilo y ahora los redactores cometen toda clase de groserías contra la lengua, porque ahora practican una involución lingüística con el empleo desastroso del gerundio de posterioridad y de los tiempos verbales al confundir el indicativo con el subjuntivo.
Sobre el gerundio se han escrito cientos de artículos para recomendar el empleo adecuado de este aditamento en el idioma español. Por su parte, la confusión de los tiempos verbales se perpetra todos los días cuando le dan valor de irrealidad a hechos reales: “El hombre que intentara asesinar a la vicepresidenta argentina”. En todo caso, sería “El hombre que intentó asesinar a la…”, en indicativo no subjuntivo.
Los educadores deben ceñir sus enseñanzas a las partes más importantes y enfatizar en los aspectos más relevantes del uso diario de la lengua española. Quienes creen que leer bastante los ayudará a escribir bien, están muy equivocados, ya que podría significar aprender a perpetuar los errores que se han estado cometiendo durante siglos.
En la literatura española, en general, los autores insignes ocupan lugares cimeros, pero eso no significa que son un dechado de virtudes lingüísticas. Solo basta revisar las obras de muchos de los encumbrados autores españoles y de otros idiomas que emplean el gerundio de la forma más despreocupada:
“Viéndose, pues, rico y próspero, tocado del natural deseo que todos tienen de volver a su patria, pospuestos grandes intereses que se le ofrecían, dejando el Pirú, donde había granjeado tanta hacienda, trayéndola toda en barras de oro y plata, y registrada, por quitar inconvenientes, se volvió a España” (Cervantes: La novela de el celoso extremeño).
Los gerundios salen sobrando, no tienen sentido:
“Viéndose, pues, rico y próspero, tocado del natural deseo de volver a su patria, pospuso grandes intereses que se le ofrecían, y dejó el Pirú, donde había granjeado tanta hacienda, que traería (o llevaría)en barras de oro y plata, y registrada, por quitar inconvenientes, y después se volvió (volvería) a España”.
Es parte de un párrafo ininteligible, pero que el lector puede entender si colige que se trata de un rico que había ganado mucho dinero en el extranjero y que planeaba regresar a España con barras de oro y plata.
Valdría la pena recoger en un libro las incongruencias y desatinos encontrados en los libros escritos por los autores más representativos en lengua española y otras, si eso para animar a las personas a emplear con justeza el idioma y tratar de conservarlo.