Las fuerzas ucranianas y rusas han detenido a miles de prisioneros desde que Rusia invadió en febrero. Las batallas que van y vienen, las ofensivas y las retiradas a menudo producen docenas de cautivos que son transportados al cuartel general para ser interrogados.
REGIÓN DE DONETSK, Ucrania — La lancha blanca se acercó con rapidez a la orilla del río en el este de Ucrania y arrojó a media docena de soldados ucranianos que llevaban sus rifles, sus mochilas y la mirada de agotamiento que solo puede producir el pasar días en el frente de batalla bajo un bombardeo implacable.
Pero los dos últimos hombres a bordo de la embarcación recreativa convertida en transporte de tropas levantaron torpemente de la tierra un tipo diferente de carga: un prisionero vestido con una chaqueta parka de camuflaje ruso y con un paño de cocina sujeto alrededor de su cabeza con cinta de embalaje transparente, que sus captores le aplicaron para que no pudiera identificar la ubicación.
Su nombre era Aleksandr, tenía 69 años e insistía en que no había hecho nada malo. Los ucranianos no creían una sola palabra.
Las fuerzas ucranianas y rusas han detenido a miles de prisioneros desde que Rusia invadió en febrero. Las batallas que van y vienen, las ofensivas y las retiradas a menudo producen docenas de cautivos que son transportados al cuartel general para ser interrogados. Y con ambos ejércitos a menudo uniformados, identificar a los combatientes es mucho más fácil que durante los turbios conflictos de contrainsurgencia de las últimas dos décadas en lugares como Irak o Afganistán.
Pero la semana pasada, cuando Aleksandr fue capturado en las afueras de la ciudad oriental de Limán, vestía ropa fina, sin el brazalete habitual que denotaba su filiación, generalmente rojo o blanco para Rusia y azul o amarillo para Ucrania. Para mantenerlo caliente, los soldados ucranianos le dieron una chaqueta parka rusa que tenían tirada en la trinchera.
“Salió del bosque y llegó hasta nuestras posiciones”, dijo Serhiy, uno de los soldados ucranianos que había encontrado a Aleksandr, relatando la captura a un par de reporteros de The New York Times que visitaban su posición cerca del frente de batalla.
Muy poco se puede determinar con mucha convicción en el campo de batalla: dónde atacará el enemigo a continuación, qué hay alrededor de la curva de un río, si el próximo paso en un campo cubierto de maleza te hará avanzar de manera segura o detonará una mina mortal. El intercambio que se desarrolló durante los siguientes 15 minutos entre los soldados ucranianos y Aleksandr fue una imagen de la confusión y la ambigüedad que definen la vida en el frente, lo que durante mucho tiempo se ha conocido como la niebla de la guerra.
Limán, un centro ferroviario de importancia estratégica, se encuentra en la orilla noreste del río Siversky Donets en medio de una red de campos y bosques. Los rusos la capturaron en mayo, pero durante el fin de semana las fuerzas ucranianas recuperaron la ciudad como parte de una sorprendente ofensiva que está haciendo retroceder a Rusia en el este. Limán podría servir como una importante posición establecida en los futuros avances de Ucrania.
Retomar los bastiones rusos significa también capturar prisioneros rusos. En su mayoría, son soldados retenidos por los ucranianos y que posiblemente serán intercambiados por sus propios camaradas. Pero también hay civiles sospechosos de colaborar con los rusos, como pensaron los soldados ucranianos cuando detuvieron a Aleksandr la semana pasada.
Los ucranianos estaban convencidos de que era un explorador de las tropas rusas cercanas que estaba tratando de encontrar sus posiciones e informar al enemigo. “¡Él es de reconocimiento, estaba mirando a su alrededor!”, exclamó Serhiy.
“¿Cómo que ‘mirando alrededor’? Iba a buscar leña”, protestó Aleksandr, de pie junto a Serhiy, con los ojos vendados y expresando la molestia que le causaban las acusaciones. La única parte visible de su rostro bajo las rayas de colores de la toalla era una barbilla curtida y una barba canosa.
“¿Cómo sé de quién son las posiciones y dónde están?”, Aleksandr preguntó mansamente.
Un soldado que estaba cerca regañó a su prisionero: “¿A quién le estás contando cuentos aquí?” y se burló de la excusa de Aleksandr por estar en el área. “¡Leña!”, resopló.
Pelear en los bosques, como lo hacían las tropas ucranianas cuando capturaron a Aleksandr el lunes pasado, es desgarrador. Las líneas de visión están obstruidas por el follaje, los sonidos se amplifican y se analizan en exceso. La vegetación baja proporciona un amplio escondite para las emboscadas, por lo que el descubrimiento, especialmente por parte de los rusos mejor armados, haría que la artillería entrara a la acción con rapidez.
“Salió a nuestras 12”, agregó Serhiy, es decir, directamente en frente de su posición. “De donde se supone que nadie debe estar, ni gente pacífica”. De acuerdo con las precauciones militares ucranianas, Serhiy proporcionó solo su nombre de pila.
“¿Por qué los estabas ayudando?”, preguntó otro soldado.
“¿A… A quién ayudé?, no lo entiendo”, dijo Aleksandr.
El fuego de artillería retumbaba en la distancia y los soldados que regresaban amarraron su lancha de motor en la lodosa orilla.
Las manos de Aleksandr no tenían ataduras, pero las sostuvo detrás de su espalda. Serhiy ajustó su peso y sostenía su rifle con indiferencia, recordándole de vez en cuando a su cautivo que mantuviera los brazos donde pudiera verlos.
La atmósfera entre las tropas y su cautivo era en su mayor parte tranquila, pero en el transcurso de la guerra, las fuerzas ucranianas y rusas han sido acusadas de torturar y matar prisioneros, aunque las acusaciones contra las fuerzas de Moscú han superado con creces las de Ucrania.
Aleksandr dijo que había servido en el Ejército soviético en 1971 y que no había servido en el ejército separatista de la República Popular de Donetsk, que ha estado luchando contra las fuerzas del gobierno ucraniano en una guerra a fuego lento desde 2014. Donetsk es una de las cuatro regiones de Ucrania que el presidente Vladimir Putin dijo que anexionaba el viernes, una afirmación que fue ampliamente denunciada como ilegítima en Occidente.
Algunos soldados ucranianos que estaban cerca se rieron de las negativas de Aleksandr, aunque otros se enfurecieron, convencidos de que trabajaba para el enemigo. Las milicias separatistas dependen en gran medida de los reclutas, muchos de ellos hombres mayores. Pero un hombre que se acerca a los 70 años sería una exageración incluso para el reclutador más desesperado.
“Estoy viviendo en Zeleniy ahora”, explicó Aleksandr. “En Limán, bueno… Tengo una casa en el campo, un jardín allí. Estoy cultivando un jardín allí”.
“Papas. Él estaba excavando por papas. ¡Bulbas! ¡Bulbas!”, bromeó Serhiy, usando la palabra ucraniana para la verdura.
No se pudo confirmar la veracidad de las explicaciones de Aleksandr. En su bolsillo había rublos rusos (que dijo que se usaban en el mercado local) y un pase de un solo uso para transitar desde Limán a la ciudad de Ilovaisk, controlada por los separatistas.
Su pase había caducado en la primera semana de septiembre, pero decía: SE PERMITE LA SALIDA DEL TERRITORIO LIBERADO DE LA REPÚBLICA POPULAR DE DONETSK. El territorio liberado se refiere a las ciudades y pueblos ocupados por Rusia desde el comienzo de la guerra.
Pero ahora significaba poco. Estaba en tierra controlada por Ucrania y pronto sería interrogado por su servicio de inteligencia.
Cuando se le preguntó si estaba asustado, Aleksandr se encogió de hombros.
“Claro que tengo miedo”.