Un informe presentado al Congreso de EE.UU., llamó a replantear la epidemia de diabetes como problema social, económico y ambiental. Ofrece un conjunto de soluciones detalladas, desde mejorar el acceso a alimentos saludables y agua potable hasta repensar los diseños de comunidades, viviendas y redes de transporte.
En los últimos 50 años, los avances médicos han conducido a una comprensión más sofisticada de las causas de la diabetes tipo 2 y a una gran cantidad de nuevas herramientas para controlarla. Sin embargo, estos tratamientos optimizados han hecho muy poco para frenar el auge de la enfermedad.
En la actualidad, uno de cada siete adultos estadounidenses tiene diabetes tipo 2, un incremento comparado a la década de 1970, cuando solo uno de cada 20 la padecía. Muchos adolescentes están desarrollando lo que antes se consideraba una enfermedad de las personas mayores; el 40 por ciento de los adultos jóvenes serán diagnosticados con esta en algún momento de sus vidas.
Los investigadores que estudian la diabetes tipo 2 han llegado a una conclusión contundente: no existe ningún dispositivo ni fármaco lo suficientemente potente como para contrarrestar los efectos de la pobreza, la contaminación, el estrés, un sistema alimentario deficiente, ciudades difíciles de transitar a pie y acceso desigual a la salud, en particular en las comunidades pertenecientes a minorías.
“Toda nuestra sociedad está perfectamente diseñada para crear diabetes tipo 2”, afirmó Dean Schillinger, profesor de medicina de la Universidad de California, campus San Francisco. “Tenemos que desarticular eso”.
Schillinger y cerca de dos docenas de expertos establecieron una hoja de ruta para lograr ese objetivo en un informe nacional integral sobre la diabetes presentado al Congreso a principios de este año, el primero de su tipo desde 1975.
El informe hace un llamado a replantear la epidemia como un problema social, económico y ambiental, y ofrece un conjunto de soluciones detalladas, que van desde mejorar el acceso a alimentos saludables y agua potable hasta repensar los diseños de comunidades, viviendas y redes de transporte.
“Todo gira en torno a los subsidios federales masivos que respaldan la producción de ingredientes que se utilizan en alimentos ultraprocesados, cargados de azúcar, de bajo costo y con alta densidad energética, así como la comercialización sin restricciones de la comida chatarra orientada a niños, la expansión suburbana que exige transportarse en automóviles en lugar de caminar o andar en bicicleta, es decir, todas esas fuerzas del entorno contra las que algunos de nosotros tenemos los recursos para protegernos, pero las personas con bajos ingresos no”, afirmó Schillinger.
“Nos sentimos impotentes como médicos, porque no tenemos las herramientas para abordar las condiciones sociales que enfrentan las personas”, añadió.
El informe, publicado en enero, solicita la creación de una oficina de políticas nacionales para implementar una estrategia de gran alcance para la prevención y el control de la diabetes. El documento también exhorta a una mayor participación de las agencias federales, incluidas las que regulan la vivienda y el crecimiento urbano que, aunque parecieran tener poca relación con la salud podrían desempeñar un papel importante en la reducción de la propagación de la enfermedad.
Las recomendaciones están diseñadas para abordar los llamados determinantes sociales de la salud, afirmó Felicia Hill-Briggs, vicepresidenta de prevención de Northwell Health.
“Cuando dejamos de pensar en la salud como solo una enfermedad biológica a curar, podemos ver que las condiciones en las que las personas nacen, crecen, trabajan, viven y envejecen juegan un papel crucial al momento de influir quién contrae la enfermedad y cuáles serán las consecuencias”, afirmó Hill-Briggs.
“Nacer en la pobreza no debería determinar si tienes acceso a alimentos, espacios verdes o un sistema educativo que funcione”.
Cada paciente con diabetes tipo 2 enfrenta un aluvión de riesgos, que incluyen un doloroso daño nervioso, pérdida de la visión, enfermedades renales y cardíacas, así como amputaciones de pies y dedos de los pies. (La diabetes tipo 1, antes llamada diabetes juvenil, conlleva muchos de los mismos riesgos, pero se cree que es una afección autoinmune).
Hasta 2019, más del 14 por ciento de los adultos indígenas estadounidenses y nativos de Alaska tenía diabetes, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés). La cifra en adultos negros e hispanos fue de alrededor del 12 por ciento, en comparación con el 7,4 por ciento en adultos blancos.
María García, de 58 años, trabajadora de un restaurante en San Francisco, desarrolló diabetes tipo 2 hace casi 30 años, tras un embarazo. Ha desarrollado numerosas complicaciones a través de los años, entre ellos problemas digestivos, pérdida de la visión y daños en los nervios tan graves que le han generado problemas para caminar. Por la noche, siente como si sus piernas estuvieran “en llamas”, contó.
García ha dejado de tomar gaseosas endulzadas, pero afirmó que no puede costearse el lujo de comprar con regularidad alimentos saludables como carne magra, pescado y verduras. La situación era muy diferente en el pequeño pueblo de México donde nació, recordó.
“La comida fresca era realmente económica, y los dulces y las golosinas eran costosas”, contó. “Caminábamos a todas partes, incluso solo para ir al supermercado”.
Muchas de las recomendaciones propuestas en la actualidad por los investigadores de la diabetes son tanto políticamente desagradables como costosas. Pero podrían ahorrar dinero a largo plazo: uno de cada cuatro dólares destinados a la atención médica va al tratamiento de la diabetes, y eso le cuesta a la nación 237.000 millones de dólares anuales (la mayor parte pagados por los planes de salud gubernamentales), junto con 90.000 millones de dólares por la reducción de la productividad.
Entre las propuestas se encuentran:
— Subsidios para que los agricultores cultiven alimentos saludables como frutas, verduras y frutos secos para hacerlos más asequibles.
— Permiso laboral de maternidad retribuido, para que las madres trabajadoras puedan amamantar a sus hijos. Está práctica está asociada con un menor riesgo de obesidad y diabetes tipo 2 tanto para la madre como para el hijo.
— Directrices claras del gobierno sobre el fuerte vínculo entre las bebidas azucaradas y la diabetes tipo 2. Casi 1 de cada 10 dólares de los programas de nutrición se gasta en bebidas endulzadas, y los investigadores recomiendan que los programas gubernamentales dejen de pagarlas.
—Etiquetas nutricionales mejoradas que especifiquen las cantidades de azúcar en las bebidas en cucharaditas en lugar de gramos, pues es una medida que los consumidores pueden comprender con mayor facilidad. Un frappuccino de Starbucks de 470 mililitros contiene 11 cucharaditas de azúcar; una botella de 470 mililitros de té helado de frambuesa Snapple tiene 9 cucharaditas.
El informe también propone impuestos elevados del 10 al 20 por ciento sobre el precio de las bebidas azucaradas. La industria de bebidas ha luchado agresivamente contra iniciativas similares en el pasado.