El mandatario ha utilizado desde hace mucho tiempo su gusto por los autos para pulir la imagen de su origen común y, en fechas más recientes, para invocar un aura de vitalidad a pesar de ser el presidente de mayor edad en la historia de Estados Unidos.
WASHINGTON — A finales del verano, en Maryland, en una instalación de entrenamiento del Servicio Secreto, el presidente estadounidense, Joe Biden, sacó su amado Corvette Stingray de 1967 y aceleró el auto hasta casi alcanzar los 190 kilómetros por hora, según el velocímetro que se encendió por unos segundos en la pantalla durante un episodio de “Jay Leno’s Garage” que está próximo a difundirse.
Biden y Leno, otro amante de los autos, conversaron largo rato durante el programa sobre la clásica F-100 de Ford en versión eléctrica (el empeño más reciente del mandatario de combinar una pasión por los “muscle cars” con una agenda ambiental que depende de la transición a los vehículos eléctricos).
Tras dos años en la presidencia, Biden de nuevo está adoptando un personaje que le ha sido útil desde sus primeros días en la política hace casi cinco décadas: el del amante de los autos.
El mandatario ha utilizado desde hace mucho tiempo su gusto por los autos para pulir la imagen de su origen común y, en fechas más recientes, para invocar un aura de vitalidad a pesar de ser el presidente de mayor edad en la historia de Estados Unidos. Rumbo a las elecciones de medio mandato del mes próximo (con el control del Congreso y el futuro de su agenda en juego), Biden espera que su reputación como fanático del volante resulte atractiva a ciertas partes de la base republicana.
En un país de amantes de los autos, las encuestas indican que los demócratas aún se dirigen a una derrota. Sin embargo, personas cercanas a Biden afirman que su amor por los autos va más allá del posicionamiento político habitual que se exhibe solo cuando las votaciones se aproximan. Aseguran que es casi una obsesión.
Durante reuniones en el Despacho Oval para trazar la ruta del futuro de la industria automotriz de Estados Unidos, Biden entretiene a los asistentes con datos poco conocidos de automóviles que se fabricaron antes de que muchos de ellos nacieran.
El año pasado, previo a una reunión de ejecutivos de la industria automotriz en la Casa Blanca para subrayar la revolución eléctrica, el presidente tuvo un encuentro con miembros de su personal para plantear una pregunta importante en el ámbito nacional: ¿qué vehículo podría probar ante las cámaras? Se subió a un Wrangler híbrido de Jeep para dar una vuelta en el jardín sur (un beneficio de la presidencia que estuvo muy dispuesto a aceptar).
En el Salón del Automóvil de Detroit el mes pasado, Biden dijo: “Todos ustedes saben que soy un amante de los autos. El simple hecho de verlos y conducirlos me da una sensación de optimismo”.
Agregó: “Aunque también me gusta la velocidad”.
Biden, hijo de un gerente de una concesionaria automotriz, ha atribuido su amor por los autos rápidos a su padre quien, según ha dicho Biden, fue un gran conductor. Su linaje tenía beneficios automovilísticos.
En el bachillerato, el joven Biden conducía un Plymouth convertible 1951. Para su fiesta de graduación, impresionó a la chica con la que asistió con un Chrysler 300D que tomó prestado de la agencia de su padre. Para cuando llegó a la universidad, Biden ya había comprado un Mercedes 190SL.
El Corvette Stingray, al que los hijos de Biden dieron mantenimiento durante su vicepresidencia, fue un regalo de bodas sorpresa de parte de su padre.
Las reglas del Servicio Secreto prohíben a los presidentes y vicepresidentes que manejen en caminos públicos por cuestiones de seguridad. Cuando llegas al cargo más importante, quedas relegado al asiento trasero de una limusina a prueba de balas.
En 2011, cuando era vicepresidente, Biden le dijo a la revista Car and Driver que el requisito de seguridad que le prohibía hacer rugir los motores era “lo único odioso de este trabajo”.
Fue famoso el aprecio que el expresidente Ronald Reagan tenía por su Jeep Willys 1962 rojo, el cual fue un regalo de su esposa, Nancy, y que manejaba de manera exclusiva en su rancho. A principios de la década de los noventa, Reagan en una ocasión le dio un recorrido a Mijaíl Gorbachov en su Jeep Scrambler con una matrícula de circulación en la que se leía “Gipper” durante una visita al rancho.
El expresidente Bill Clinton solía lamentarse de que ya no podía manejar su Mustang azul convertible de 1967. En 1994, una multitud que de otra manera pudo haber sido hostil lo aclamó cuando sacó su auto antiguo para un recorrido rápido en el Autódromo de Charlotte.
Incluso el expresidente Donald Trump era conocido por tener una colección de autos de lujo multimillonaria, aunque, a lo largo de los años, se le ha visto manejando en pocas ocasiones.
David A. Kirsch, un profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Maryland y el autor de “The Electric Vehicle and the Burden of History”, comentó: “Es conveniente para los políticos estadounidenses de alto nivel tener un ‘muscle car’ estadounidense favorito. Es un tipo de afinidad con el trabajador estadounidense y creo que transmite una imagen de virilidad y machismo que es importante para un líder que desea parecer fuerte”.
Leno, quien es una de las pocas personas que se han subido a un auto manejado por Biden desde que asumió el cargo, declaró que el presidente manejó su Corvette verde con aplomo.
En una entrevista, Leno, quien no confirmó si el presidente de verdad llevó su auto a una velocidad de tres dígitos, declaró: “¿Sabes? Es un buen conductor. Todavía tiene un Corvette; puede manejar estándar. Quiero decir, la mayoría de los presidentes no son amantes de los autos”.