La moda se basa en el consumo y la extracción continua de los recursos de la Tierra, pero el decrecimiento es un movimiento anticapitalista que desafía la postura sostenida desde hace mucho tiempo de que más siempre es mejor.
En fechas recientes, una palabra aparece de la nada una y otra vez en las conversaciones sobre la moda y el cambio climático: decrecimiento.
¿Qué significa? Jason Hickel, un antropólogo económico que propone el movimiento, ha escrito que el decrecimiento: “es una reducción planeada de la energía y el uso de los recursos diseñada para regresar a la economía al equilibrio con el mundo vivo, de tal manera que reduzca la desigualdad y mejore el bienestar humano”.
A primera vista, parece una combinación extraña. La moda se basa en el consumo y la extracción continua de los recursos de la Tierra, pero el decrecimiento es un movimiento anticapitalista que desafía la postura sostenida desde hace mucho tiempo de que más siempre es mejor.
El término, acuñado en 1972 por el teórico político francés André Gorz, se está volviendo más común a medida que los consumidores se hacen más conscientes de los niveles catastróficos de calentamiento global.
El decrecimiento se hace cada vez más presente en las estanterías de Tokio, donde el filósofo Kohei Saito publicó “Capital in the Anthropocene”, un popular libro sobre el tema. En los salones de debate de Londres, la academia modelo está presentando eventos como “La búsqueda de crecimiento es un desastre para nuestro país y nuestro planeta” y el decrecimiento también aparece en TikTok, mediante explicaciones poco convencionales que les resultan atractivas a la generación Z.
Los debates sobre el decrecimiento no se limitan a la industria de la moda. A pesar de ello, parece que, en esa industria, es particularmente desafiante, dado que se proyecta un aumento del 63 por ciento, de 62 millones de toneladas a 102 millones de toneladas —el equivalente a más de 500.000 millones de camisetas adicionales— en el consumo de prendas a nivel mundial, según una investigación del Boston Consulting Group.
El decrecimiento tal vez resuene más ahora porque las pruebas sugieren que a medida que el cambio climático se acelera, se proyecta que las emisiones de la fabricación de textiles se disparen un 60 por ciento para 2030, según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Al mismo tiempo, los patrones climáticos impredecibles y los recursos decrecientes afectan las cadenas de suministro, incluidos los campos de algodón en Pakistán y la selva amazónica, lo cual dificulta obtener y producir materiales. Y hasta ahora, muchos de los objetivos establecidos por las empresas de la moda para reducir la contaminación y tener mejores estándares laborales o invertir en nuevas tecnologías y sistemas verdes han surtido poco efecto.
Ninguna empresa de renombre está renovando sus modelos de negocio para alinearse con los detractores acérrimos. Pero décadas después de que Patagonia presentara su impopular campaña publicitaria de Navidad “No compres esta chamarra”, algunas marcas están explorando con timidez cómo incorporar el concepto a su negocio.
Casi todos los esfuerzos implican la circularidad; es decir, estrategias para asegurarse de que los productos se reciclen, renazcan y reutilicen de manera continua. En septiembre, los grandes almacenes británicos Selfridges anunciaron que querían que casi la mitad de las transacciones de los clientes se basaran en la reventa, la reparación, el alquiler o la reutilización para 2030. Marcas emergentes como Early Majority, fundada por un antiguo ejecutivo de Patagonia, son consideradas marcas de decrecimiento porque instan a los consumidores a comprar artículos una sola vez. Y Ralph Lauren está explorando cómo podría ser el “crecimiento financiero a través del decrecimiento de los recursos”.
“Hemos visto que nuestras finanzas mejoran a pesar de que producimos menos unidades en comparación con hace cinco años”, declaró Halide Alagöz, directora de producto y sustentabilidad de Ralph Lauren, a los delegados de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático el año pasado.
La empresa no quiso dar más detalles cuando The New York Times se puso en contacto con ella en octubre. Pero, en esencia, el término “decrecimiento” se utiliza aquí para referirse a la optimización de la cadena de suministro: la mejora de la eficiencia en el uso de las materias primas para fabricar más productos que en verdad se vendan; lo cual se traduce en menos productos desperdiciados y mayores ganancias.
Al igual que el término “sustentabilidad”, que significa cosas diferentes para cada persona, el decrecimiento se utiliza de diversas maneras, lo que provoca grandes desacuerdos sobre lo que es y lo que implica. Algunos dicen que la amplitud de las definiciones lo hace vulnerable al ecoblanqueo: la práctica de las empresas de hacer afirmaciones engañosas sobre sus credenciales medioambientales para estafar a los clientes.
“Parte del problema es que nadie conoce los términos”, afirma Daniel Susskind, economista y profesor de investigación del King’s College de Londres y la Universidad de Oxford.
Los economistas que creen que el decrecimiento es la solución, se empeñan en afirmar que la única manera de reducir las emisiones de carbono es creciendo menos. Pero aseguró que una mentalidad centrada solo en la contracción de la economía de la moda sería un error.
“Creo que para ser creíble hay que centrarse en un crecimiento diferente, en mejores tipos de crecimiento y en cómo incentivarlo”, dijo Susskind. “Una mentalidad de acelerador o freno no es realista en este caso. Ayudar a la gente a encontrar una ruta segura hacia prácticas empresariales y de abastecimiento más responsables sí lo es”.
La diseñadora estadounidense Eileen Fisher, considerada la madrina del movimiento occidental de la moda lenta, ha buscado desde hace cuarenta años la manera de comprar menos, consumir menos y producir menos sin que una marca deje de ser rentable.
“El crecimiento sano significa salarios justos y poner atención a los recursos naturales menguantes de la Tierra”, afirmó Fisher.
Su solución es vender diseños atemporales fabricados con tejidos duraderos y de origen ético que puedan repararse y reciclarse con facilidad. También puso en marcha en 2009 el programa Renew, en el que los clientes pueden devolver la ropa que ya no quieren para revenderla, donarla o convertirla en nuevos diseños.
Otros creen que el verdadero decrecimiento vendrá de los consumidores, no de las marcas que fabrican la demanda. Comprar menos es la forma más fácil de que los consumidores reduzcan su impacto en el planeta, porque evita todos los dolores de cabeza y las contradicciones que conlleva intentar comprar de un modo sostenible, explicó Alec Leach, antiguo editor de moda y autor del libro “The World Is On Fire but We’re Still Buying Shoes”.
“Soy bastante escéptico en cuanto a que las empresas sean las que nos ofrezcan el decrecimiento. Es algo que vamos a tener que asumir nosotros mismos”, dijo Leach. “Aunque las marcas ofrezcan oportunidades de reventa, van a seguir trabajando con influentes, impulsando campañas publicitarias, montando pasarelas internacionales y, en definitiva, produciendo lo mismo, si no más”.
Puede que las nuevas leyes tengan un impacto. En Estados Unidos y Europa, es probable que las nuevas normativas mejoren la diligencia debida en la cadena de suministro y exijan requisitos de durabilidad destinados a reducir los residuos.
Muchos expertos afirman que los debates sobre el decrecimiento en la moda también deben tener en cuenta el sustento de los millones de trabajadores de esta industria.
Mostafiz Uddin, propietario de una fábrica de ropa de Bangladés con 2000 empleados, señaló que cualquier desaceleración de los pedidos, salvo que se gestione con cuidado, podría tener un impacto catastrófico en los empleos.
“Debemos ser muy cautelosos y generar un diálogo claro y colectivo entre Oriente y Occidente para crear una infraestructura adecuada”, afirmó.
Aunque es fundamental salvar el planeta: “también necesitamos tener en cuenta a la gente”, sentenció el empresario.