Rush, el caballo de Bridget Eukers, Connecticut, tenía 39 años y 188 días cuando murió, tal vez el purasangre más longevo en la historia de Estados Unidos.
WINDSOR, Connecticut — Bridget Eukers se detuvo a hacer una pausa en el granero, con pensamientos que parecían lejanos, y tocó el cabestro de su caballo como un amuleto. Afuera de su casilla vacía, un amigo solidario había esparcido crisantemos amarillos por el suelo.
Eukers explicó que no usaba con frecuencia el cabestro en el caballo. Ella y Rush tenían un acuerdo.
“En realidad, solo se lo ponía para ejercitarlo porque podía entrar y salir del granero sin él”, comentó con los dedos sobre una correa. “Solo ponía la mano sobre su crin y salíamos y entrábamos caminando”.
Había pasado tan solo una semana desde que Rush había muerto en el piso de concreto a unos pocos metros de donde estaba parada. Eukers seguía de duelo, pero también celebraba el extraordinario legado de Rush. Tenía 39 años y 188 días cuando murió, tal vez el purasangre más longevo en la historia de Estados Unidos.
Es difícil marcar con precisión el récord. El Jockey Club, el registro de razas de la industria, no guarda las estadísticas sobre la longevidad, así que en el mundo de las carreras de caballos se transmite de boca en boca. El caballo que se pensaba que poseía el récord estadounidense tenía 38 años y 203 días cuando murió en 2016, según la publicación de carreras BloodHorse, la cual informó primero sobre la muerte de Rush. Un purasangre australiano vivió hasta los 42 años, según los Récords Guinness. Un típico purasangre vive hasta entrados los veintitantos años.
Sin importar el lugar de Rush entre los caballos ancianos, su muerte marcó el fin de una sociedad de 30 años —en palabras de Eukers—, en la que el caballo y la dueña se mostraron un nivel de dedicación extraordinario para cualquier par de seres, ya sea equino o humano.
“Peleaba por mí y yo lo hacía por él”, comentó Eukers. “No importa que sea la relación con tu caballo, tus amigos o tu pareja, se reduce a eso. Peleas por mí y yo lo hago por ti”.
Forjaron su relación compitiendo en eventos ecuestres. Seis días a la semana durante seis años, separados tan solo por una montura, perfeccionaron sus habilidades para moverse juntos con fluidez y pasar volando sobre obstáculos, de 91 centímetros primero y luego de 1,06 metros. Para Eukers, estar con su caballo era un estilo de vida.
Eukers asistió a la universidad cerca de casa para poder no estar lejos de Rush, rechazó trabajos que habrían reducido su tiempo con él, no socializaba mucho y nunca se fue de vacaciones. El tiempo que más pasó alejada de Rush fue una semana, por un viaje escolar.
A cambio, él le producía alegría al llevarla en el lomo, alrededor de óvalos de exhibición y a través de la colcha de granjas en Windsor, a menudo a un paso estruendoso digno de una pista de carreras. “En verdad es una emoción especial sentir un purasangre de carreras a toda velocidad debajo de ti. Simplemente es algo mágico”, comentó.
El caballo que se llegó a conocer como Rush nació en Kentucky el 4 de mayo de 1983. Lo vendieron de un año por 60.000 dólares (170.000 dólares actuales) y fue registrado como Dead Solid Perfect. Corrió 16 veces y ganó una, en 1986 en Meadowlands, según el sitio de estadísticas de carreras de caballos Equibase, con la jinete Julie Krone encima, quien pertenece al Salón de la Fama. Después de su carrera, fue vendido a un nuevo dueño y lo entrenaron para la doma clásica.
Los padres de Eukers le compraron el caballo cuando ella empezaba la adolescencia. Ya con el nombre de Rush, el caballo era un atleta hermoso, según Eukers, con hombros inmensos que se mecían como los de un león cuando caminaba. También era un cobarde al que a veces le ponían nervioso las flores, las ardillas y una lámpara para mosquitos.
“Su misión en la vida en ese momento era preocuparse de cosas y era muy bueno para eso”, mencionó Eukers.
Llegaron a entenderse. Ella lo alimentaba, acicalaba y protegía de los objetos comunes. Y, cuando ella le pedía saltar una cerca, lo hacía, aunque tuviera miedo.
“Si le pedía que lo intentara, siempre lo hacía, una y otra vez”, dijo. Eukers todavía guarda los premios que ganó en las competencias ecuestres.
Eukers dejó de montar a Rush cuando él tenía 35 años. Según Eukers, todavía podía llevarla, pero ella tenía una prioridad distinta: habían diagnosticado a su padre con una enfermedad terminal. El cuidado de Rush tuvo que equilibrarse con el tratamiento de investigación para su papá y el tiempo que Eukers simplemente pasaba con él. Cuando su padre murió en 2019, Rush ya no podía ser montado, señaló Eukers.
El caballo que alguna vez había sido marrón ahora era casi todo gris. Rush pasó sus días en Windsor Hunt Stables debajo de un manzano, en contacto con unos perros llamados Wilson y Lola, mirlos de alas rojas, chochines, un gato amarillo de granero y un cuarto de milla llamado Cowboy que le robaba el heno.
El verano pasado, de alguna manera, Rush se golpeó la cabeza cuando estaba solo. Eukers se dio cuenta por la inflamación y su conducta. Le tomó mucho tiempo recuperarse. También sufrió de un absceso en la pezuña frontal izquierda y de dificultades respiratorias persistentes. En medio de todo, Cowboy, su compañero de 14 años, murió a los 26 años y dejó descorazonado a Rush.
Más o menos en esa época, Eukers, quien trabajaba en la administración de una empresa aeroespacial, comenzó a recibir mensajes de texto frecuentes en el trabajo que la alertaban porque Rush estaba acostado y ella debía salir a toda prisa para ayudarlo.
No hay problema con que los caballos se acuesten, comentó Stewart, el veterinario de Rush, en una entrevista, pero, debido a la manera en que funciona su sistema digestivo, deben pararse para sobrevivir. Eukers siempre lograba que Rush se pusiera de pie, a menudo con ayuda, pero a medida que pasaba el tiempo se sentía cada vez menos tranquila de dejarlo solo. Empezó a pasar las noches en el granero, sentada en una silla afuera de la casilla de Rush y envuelta en cobijas de caballo mientras escuchaba su respiración.
“Tú y yo tendríamos suerte de tener a alguien que nos cuide cómo tú lo hiciste con él”, le dijo Stewart.
La noche del 7 de noviembre, Eukers se quedó hasta tarde con Rush, luego se fue a casa a dormir un par de horas en su cama. Cuando regresó a las 5:30 a. m., Rush estaba en el suelo, desparramado fuera de su cuadra sobre el piso frío del granero. Eukers llamó a su madre, luego a Stewart. Estuvieron cuatro horas intentando levantarlo, pero el espacio apretado y la pendiente del suelo les jugó en contra.
Según Eukers, en años recientes, la gente a menudo le decía que los animales pueden sentir cuando están muriendo. Te dirá cuando llegue el momento, le decían. Sin embargo, Rush no hacía eso, comentó Eukers. Incluso después de sobarle la frente y decirle que había hecho suficiente, que ya no lo intentara más, Rush seguía luchando para levantar la cabeza y revolviéndose para levantar las patas.
Por fin, Eukers le preguntó a Stewart si creía que había llegado el final y, cuando le respondió que sí, ella tomó la decisión. Había luchado por Rush lo más que había podido. Sabía que, aunque lo pudieran levantar, se volvería a caer pronto y Rush iba a sufrir y lo iba a intentar otra vez por ella.