La selección de fútbol marroquí en la copa del mundo representa el modo en el que nos gustaría pensar en nosotros mismos.
AMÁN, Jordania — La asombrosa actuación de Marruecos en el Mundial, que haya llegado a las semifinales contra Francia y la euforia global que ha generado, encapsulan un momento especial para los marroquíes y para muchas otras personas del mundo árabe y más allá.
Esta no es solo la historia clásica de un equipo subestimado, una historia de revanchismo del sur global contra las viejas potencias coloniales y adversarios históricos o una oleada de orgullo árabe, africano y musulmán. Más allá de los memes, la actuación de Marruecos en la Copa del Mundo de este año subraya un momento especial de vulnerabilidad, autoconciencia y optimismo cándido que no he visto en esta región desde los levantamientos sociales de 2011.
No soy el tipo de persona que en una situación normal haría declaraciones tan grandilocuentes a partir de un evento deportivo. Mientras crecía en Marruecos, en la década de 1980, mi desinterés por el fútbol (no me hagan llamarlo “soccer”) era absoluto. En la escuela, solía ser el niño torpe y descoordinado que, de manera sistemática, era el último en ser elegido en los equipos en la clase de deportes. Por lo general, lo más cerca que estaba de la pelota era cuando me pegaba detrás de la cabeza mientras divagaba por la cancha, absorto en mis pensamientos.
Durante los Mundiales, mis amigos coleccionaban con entusiasmo los álbumes de cromos de Panini de los jugadores de los equipos que clasificaban (el equivalente a las tarjetas de béisbol en el fútbol internacional); yo prefería los cromos de dinosaurios.
Ahora, avancemos la historia en cámara rápida a poco más de 30 años, hasta llegar a la semana pasada. Estoy en Beirut, casi con lágrimas, abrazado de un mesero en el bar de un hotel. Marruecos acaba de derrotar a España en penales después de un partido largo y tenso y avanzó a los cuartos de final por primera vez en la historia del campeonato.
El bar estalla en gritos y aplausos. Pronto, en Beirut, Marruecos y en todo el mundo árabe y gran parte de Europa, los hinchas de Marruecos de todo tipo tocarán la bocina de sus autos y celebrarán hasta bien entrada la noche. Amigos, colegas y familiares me llaman o escriben — ¡a mí! — con felicitaciones.
Esa noche, apenas logro dormir.
En los próximos días, mientras Marruecos avanza a las semifinales luego de vencer a Portugal, se ven escenas de celebración en lugares devastados por la guerra como Gaza y declaraciones de incontables funcionarios de gobiernos y organizaciones internacionales que ofrecen sus parabienes. En Amán, la capital de Jordania, en donde vivo, las empresas cambian sus mensajes publicitarios para beneficiarse de la fascinación por Marruecos.
Cuando voy a una tienda a comprar un colchón me ofrecen “el descuento de Marruecos”. Para alguien que solía ser un grinch del fútbol, no he pensado en otra cosa en la última semana; al parecer, es el caso de la mayoría de la gente en la región.
Para los marroquíes, esto no es solo chovinismo común y corriente. El país ha trabajado arduamente para lograrlo, reformó su federación de fútbol hace más de una década e invirtió mucho más en sus jugadores. Walid Regragui es un entrenador cerebral que puede explicar con elocuencia cada una de sus decisiones con un análisis preciso de las fortalezas y debilidades de los equipos contrarios.
Marruecos no solo tuvo suerte: con una estrategia de defensa férrea, derrotó a equipos mucho más experimentados y mejor ranqueados con arrojo y, a menudo, con consecuencias brutales para sus jugadores, quienes han sufrido lesiones una y otra vez al detener ataques incisivos.
Hay mucho de qué enorgullecerse pero, de manera más fundamental, se trata de estar a la altura en las grandes ligas, de ver jugadores que se parecen a nosotros —una paleta de piel blanca, olivácea y morena; cabello rizado o desordenado; los rasgos afilados, angulosos y melancólicos de Hakim Ziyech; el rostro alegre y luminoso de Achraf Hakimi; el encanto bien parecido del imperturbable portero Yassine Bounou— alcance este lugar destacado en el escenario mundial.
Lo que estamos sintiendo es también una forma más refinada de orgullo nacional, sin los complejos sobre quién es y quién no es un marroquí “real”. La mitad del equipo está integrado por binacionales, e incluso Regragui nació en Francia. Parte del éxito del equipo es que puede recurrir a jugadores de clubes europeos con recursos, por supuesto, pero ese no es el punto.
En Francia, los políticos de extrema derecha como Eric Zemmour se quejan en el horario estelar de la televisión sobre el exceso de piel oscura en su selección nacional y están indignados de que los franco-marroquíes opten por apoyar a Marruecos en la semifinal. En Marruecos, sin embargo, nadie se atrevería a sugerir que la selección nacional es poco representativa.
Todo lo contrario, representa la diversidad de Marruecos, la constatación de que es un país de emigrantes, de árabes, bereberes y judíos, que se piensa tanto de África como del Medio Oriente. Confunde a algunos que esta selección pueda ser celebrada en Tel Aviv por judíos marroquíes y también enarbolar la bandera palestina en solidaridad con un pueblo oprimido, pero ese es precisamente el cosmopolitismo y el universalismo que ha resonado en gran parte del mundo.
Lo que sentimos sobre este Mundial es lo que nos gustaría sentir sobre nuestra política, el futuro de nuestros hijos, nuestro lugar en el mundo. Es la misma sensación que sentí en la avenida Bourguiba de Túnez y la plaza Tahrir de El Cairo en 2011, y que imagino que muchos sintieron en Argel, Beirut o Jartum en 2019.
Fueron momentos en los que pudimos proyectar al mundo una imagen diferente a la que, tememos, tiene de nosotros el mundo: ya sea como víctimas o fanáticos, luchando por sobrevivir en medio del conflicto, el terrorismo, la decadencia social y económica y el autoritarismo.
La selección de Marruecos representa cómo nos gustaría pensar en nosotros mismos: confiados, inteligentes, rigurosos, trabajadores, divertidos y sinceros. Al margen de su actuación hoy y en lo que sigue del Mundial, sé que este momento de euforia es fugaz. Pero incluso después de que la fiebre del fútbol haya disminuido y volvamos a nuestras luchas diarias, andaremos con la frente un poco más alta.