Dentro de 50 años, se sabrá. La frase de Biden podría ser: “Derrotó a Trump y luego derrotó a Putin, Jamenei y Xi”. O será: “Derrotó a Trump, pero luego se quedó corto, un poco, pero fatalmente”. El tiempo lo dirá.
Dentro de medio siglo, la presidencia de Joe Biden será recordada, como la mayoría de las presidencias, con una breve oración de resumen. Se leerá: “Derrotó a Donald Trump y ____”.
No será el proyecto de ley de infraestructura, la tasa de inflación ni la Ley de Reducción de la Inflación, la cual, siempre que China, India, Sudáfrica y otros países sigan construyendo enormes centrales de carbón, es probable que no produzca una reducción importante de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. No serán los correos electrónicos de Hunter. Ni tampoco si gobernó uno o dos periodos.
Lo que importará en 2073 es si revirtió la marea mundial de retroceso democrático que comenzó mucho antes de su presidencia, pero que alcanzó algunos de los puntos más bajos con la victoria de los talibanes en Afganistán y la invasión rusa de Ucrania. Si Biden consigue echarla atrás, será un logro histórico. Si no, se avecinan días mucho más oscuros.
Tiene una oportunidad real.
Por el lado positivo, está el anuncio que hizo la semana pasada del envío de 31 tanques M1 Abrams a Ucrania, con lo cual también se pueden enviar los tanques alemanes Leopard 2. La decisión acerca un poco más a Ucrania hacia su posible ingreso en la OTAN, un derecho más que merecido.
Luego está el aparente fin de los intentos por revivir el acuerdo nuclear con Irán y una postura a todas luces más dura del gobierno hacia los tiranos misóginos de Irán, incluido el mayor ejercicio militar conjunto de la historia realizado con Israel la semana pasada.
Y están las repetidas declaraciones públicas del presidente de que Estados Unidos defenderá a Taiwán en caso de un ataque chino. Si Biden no lo hubiera dicho, la isla estaría en un peligro todavía más grave que ahora. Los lazos de defensa más estrechos con Japón y Australia refuerzan este punto.
Cada uno de estos pasos evoca la manera cautelosa, pero resuelta en la que el héroe político de Biden, Franklin Delano Roosevelt, ayudó al Reino Unido en 1941 con la ley de Préstamo y Arriendo mientras preparaba a Estados Unidos para la posibilidad de una guerra. Estos llegan después de otros éxitos de la política exterior de Biden, ninguno de los cuales se daba por sentado en esta época del año pasado: la unidad transatlántica frente a la agresión y el chantaje energético de Rusia; Finlandia y Suecia encaminadas a su ingreso en la OTAN; la aniquilación de las fuerzas militares rusas en Ucrania gracias en gran medida al armamento y la inteligencia de la OTAN.
Sin embargo, Biden, al igual que FDR, no será juzgado por cómo gestionó estas crisis en su inicio. Lo que cuenta es cómo las llevará a un final.
En Ucrania, el objetivo mínimo de Estados Unidos es impedir que Rusia obtenga cualquier beneficio de su agresión del año pasado; con cualquier otro resultado, el presidente ruso Vladimir Putin podrá cantar victoria, congelar el conflicto y esperar su momento oportuno antes de actuar contra un Estado ucraniano debilitado y desmoralizado. En Irán, el objetivo es impedir que el régimen tenga éxito en el tema nuclear. En Taiwán, es armar a la isla hasta el punto que pueda defenderse, por sí sola, contra la invasión china mientras conserva una opción viable de intervención estadounidense.
En todo esto, el gobierno es un retrato de la ambivalencia.
Treinta y un tanques para Ucrania son mejores que ninguno, aunque tarden meses en llegar al campo de batalla. Entonces, ¿por qué no anunciar 62 tanques o 124, lo cual estaría mucho más cerca de los 300 que dice necesitar Ucrania para ganar? El viejo argumento de que estos tanques superan las capacidades operativas de Ucrania es ahora inoperante. También lo es el argumento de que debemos tener cuidado de no provocar a Rusia: Putin ha demostrado que lo provoca la debilidad de sus enemigos, no su fuerza.
Es hora de armar a Ucrania con las armas que necesita para ganar con rapidez —incluidos unos F-16— y no solo sobrevivir de manera indefinida.
En cuanto a Irán, ¿cuál es la política del gobierno ahora que reconoce que las negociaciones para renovar el acuerdo nuclear han fracasado? Hasta ahora, Biden en esencia ha guardado silencio. Tal vez espere volver a negociar ahora que el movimiento de protesta parece estar apaciguándose. Sin embargo, es improbable que consiga un acuerdo aceptable de un régimen que se ha acercado mucho más a la órbita rusa en el último año. ¿Existe un plan B?
Más vale que así sea. Si Irán logra cruzar el umbral nuclear, como lo hizo Corea del Norte en los años noventa, le seguirá una proliferación nuclear en otras partes del Medio Oriente, una maldición que perseguirá a generaciones sucesivas de estadounidenses. Sin duda que este no es el legado que Biden quiere dejar: una región en la que cuatro o cinco potencias nucleares, propensas al fanatismo religioso, estén enfrentadas entre sí, en un eterno equilibrio cambiante de poder.
Y Taiwán: El año pasado, el gobierno aprobó poco más de 1000 millones de dólares en ventas de armas a Taipéi, una pequeña fracción de lo que la isla necesitará para defenderse de una invasión. La semana pasada, el general de la Fuerza Aérea Mike Minihan, jefe del Mando de Movilidad Aérea, envió un memorando a sus oficiales con una advertencia directa: “Espero equivocarme”, escribió sobre la posibilidad de que Estados Unidos entre en guerra con China. “Mi instinto me dice que entraremos en combate en 2025”.
¿Y si Minihan no se equivoca? ¿El gobierno de verdad puede decir que está haciendo lo suficiente?
Dentro de 50 años, se sabrá. La frase de Biden podría ser: “Derrotó a Trump y luego derrotó a Putin, Jamenei y Xi”. O será: “Derrotó a Trump, pero luego se quedó corto, un poco, pero fatalmente”. El tiempo lo dirá.