Las dos caras de las protestas en Lima

Las dos caras de las protestas en Lima
Decenas de personas participan en una movilización antigubernamental en el centro histórico de Lima, que congregó, el 9 de febrero de 2023, a miles de peruanos que exigieron la renuncia de la presidenta Dina Boluarte, en otra jornada de protestas que, por primera vez, transcurrió de forma pacífica de principio a fin, en Lima (Perú). Foto, EFE/Stringer.
Las protestas contra la presidenta de Perú, Dina Boluarte, se han desarrollado durante dos meses en diversos puntos del país, pero comienzan a mostrar claros signos de cansancio por el paso de los días.

Bombas de gas lacrimógeno y piedras se han cruzado en el aire durante semanas en las marchas antigubernamentales de Lima. Agentes y manifestantes se encuentran en una suerte de rutina en las calles donde los gritos de “Policía, asesina” rebotan contra los escudos antidisturbios, que callan sus agónicas demandas.

Las protestas contra la presidenta de Perú, Dina Boluarte, se han desarrollado durante dos meses en diversos puntos del país, pero comienzan a mostrar claros signos de cansancio por el paso de los días y por la realidad de que, tanto el Ejecutivo como el Legislativo, se aferran con fuerza a sus puestos.

Aun así, este jueves el principal sindicato nacional, la Confederación General de los Trabajadores de Perú (CGTP) convocó, en un intento por reforzar la protesta, una gran marcha y un paro nacional.

LA RUTINA DE LA PROTESTA

Son las 13.00 horas y la unidad policial de Servicios Especiales “Las Águilas” de Lima, ya ataviados con el material antidisturbios, grita consignas y vítores para subir la moral a sus agentes instantes antes de salir a las calles.

“Estamos un poco mermados en el personal, porque tenemos muchos lesionados dado la magnitud de los enfrentamientos (…), pero siempre con la moral alta porque eso nos enseñaron en una disciplina castrense”, explica a EFE el capitán Guevara Llanos.

Tras los gritos de ánimo, los propios agentes marchan entre aplausos de los compañeros en vehículos, autobuses turísticos, camiones de la Infantería de Marina y otros, rumbo al Paseo de los Héroes Navales para sacar músculo.

El monumental arco urbano que conforma el paseo muestra una imagen insólita en la democracia peruana: miles de policías, como en un cuartel, desfilan entre cánticos propios de su cuerpo y anegan toda la zona.

Durante horas y bajo el ardiente sol peruano, aliado de los heladeros ambulantes de la zona, más de 10.000 agentes exhiben su fuerza frente al Palacio de Justicia.

Mientras tanto, del otro lado, los manifestantes apuran sus platos de guisos de arroz repartidos en una olla común en la histórica plaza Dos de mayo, a las puertas de la sede del CGTP, listos para marchar una jornada más por las calles del centro histórico de la ciudad.

El secretario general adjunto del principal sindicato del país, Gustavo Minaya, ultima en su despacho un correo electrónico a una congresista en el que planean elevar la denuncia de la detención de un líder sindical esta misma mañana.

“Ahora a la Policía ya no se puede denunciar nada (…) la respuesta de esta dictadura es terrible”, relata el dirigente a EFE, al relatar que tanto él como otros compañeros han recibido amenazas contra su vida.

“Exigimos la renuncia inmediata de la señora Dina Boluarte y que se ponga en manos de la Justicia para responder por estos crímenes contra los derechos humanos”, declara minutos antes de salir a manifestarse.

Las ventanas abiertas dejaban pasar bocinas y proclamas de “Dina, asesina”, que gritan escaleras abajo cientos de personas congregadas.

COMIENZA LA MARCHA

En otra céntrica avenida, sindicatos de diferentes sectores, comunidades campesinas de provincia, reservistas y movimientos de izquierda repiten que la presidenta debe irse como principal reclamo.

A las 16.30, el desfile entre cánticos de los cadetes de la PNP anuncia la llegada de los manifestantes que se desplazaban pacíficamente hacia el Congreso.

El cruce entre las dos partes es recibido entre gritos que se repiten durante toda la marcha. En total, 47 personas han muerto en los enfrentamientos con las fuerzas del orden desde el 7 de diciembre y un policía fue quemado vivo.

“Cuando nos dicen que nosotros somos delincuentes, que somos asesinos, a nosotros, moralmente, nos entristece”, confiesa el general Guevara, quien afirma que salen a hacer su trabajo.

Por su parte, el suboficial de tercera Ramírez Medina cuenta a EFE que la Policía “siempre va a ser amada y odiada a la misma vez” y recuerda que, durante la pandemia, eran llamados “héroes”, mientras que ahora les gritan “asesinos”.

EL MIEDO

Una persona murió en Lima tras el impacto de una bomba de gas lacrimógeno y las imágenes de violencia entre las dos partes han sido constantes en las últimas semanas. Cuando se les pregunta a los manifestantes si tienen miedo, algunos responden automáticamente que no.

Pero otros como Dina, una señora que marcha con una bandera de Perú negra, en símbolo de luto, explica que como todo ser humano tiene miedo, pero que lo tiene que vencer para salir a la calle: “Sin lucha no hay victoria”.

El agente Ramírez Medina, del otro lado de la muralla policial, señala que puede comprender las ideas de quienes protestan, pero hace hincapié en que “la violencia no se justifica de ninguna manera”.

Entre manifestantes y policías sobresalen personas con cascos blancos o azules y con batas médicas. Son brigadas médicas y espontáneos que normalmente simpatizan con los manifestantes y que salen para ayudar a los heridos.

Con botellas de bicarbonato, esponjas con vinagre y mochila-botiquín caminan tres mujeres enfermeras que llegaron a Lima hace 15 días desde Tacna, en el sur del país.

“Para ayudar y porque queremos a nuestra patria”, dijo Flor Mamani.

El fuerte cordón policial dio la bienvenida a los manifestantes y les mostró que no les iban a dejar pasar al Congreso. Normalmente, es en este momento cuando alguno de los presentes en primera fila desafía a las fuerzas del orden con alguna agresión y luego comienza el lanzamiento de bombas de gas lacrimógeno y de piedras.

Pero este jueves, la fuerza de la protesta era menor, algo que se tradujo en el abandono entre gritos de “cobardes” de uno de los sindicatos que encabezó la marcha.

El destemplado ambiente con el que finalizó la manifestación parece augurar un fin cercano a las marchas multitudinarias en Lima, donde el gas lacrimógeno y la violencia dejan de ser rutinarias postales por el hastío de la población.

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