En las montañas que rodean La Uribe, donde hace una década se escuchaban bombardeos y disparos entre el Ejército colombiano y las FARC, ahora reina el trino ahogado de los pájaros cuando irrumpen los turistas en flotadores deslizándose por los rápidos y meandros del río Guape.
Esta zona, que fue refugio histórico de la guerrilla, tras el Acuerdo de Paz de 2016 abrió al turismo sus deslumbrantes y escondidas cascadas y el descenso por el cañón del Guape en gigantescos “donuts”.
“La guerra hoy es una oportunidad”, asegura a EFE Óscar Forero, un joven uribense de 25 años que ahora se dedica a guiar a los turistas a través del río, evitando que se vayan con el flotador por las partes más rápidas o empujando cuando se quedan enganchados en las zonas más relajadas.
Los guía por un cañón imponente, que supera los cien metros de altitud en sus zonas álgidas y cuyas paredes sinuosas a ratos se cierran formando cuevas donde los guácharos, que duermen por el día, se alborotan y gimen con chillidos.
EN EL CORAZÓN DE LAS FARC
Es un recorrido que hasta 2017 nadie había descendido y que solo ahora se está habilitando al público porque estaba en “zona roja”.
“Uribe no es solo cascadas, Uribe es historia”, explica Forero sobre este pueblo golpeado por el conflicto armado, donde la mayor parte de sus 18.000 habitantes son víctimas.
Este municipio del departamento del Meta es conocido en el país como terreno “fariano” pues formó parte de la zona de distensión que en 1988 el Gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana le dio a la guerrilla para preparar para uno de los procesos de paz frustrados.
Está también a solo unos kilómetros de Casa Verde, sede de uno de los grandes campamentos de las FARC que el Ejército bombardeó en 1990 para desmantelar a la guerrilla, pero que propició su expansión.
Atanael Rojas, que fue uno de los primeros pobladores de La Uribe, lo describe como “lanzar una piedra en un avispero y quedan todas las avispas regadas”.
“Los alborotaron allá y les tumbaron la habitación donde estaban, se regaron por todo el departamento y fue cuando se bajaron para el llano”, dice a EFE.
Así convivieron durante años con la guerrilla y los bombardeos del Ejército, también con la persecución indiscriminada de las Fuerzas Armadas que sufrió gente como Rojas, que estuvo 18 días acusado de financiar a la guerrilla o suministrarles armas, hasta que los soltaron sin pruebas.
“La situación más difícil que vivimos fue cuando Álvaro Uribe, en el afán de acabar con la guerrilla, se comprometió en la campaña que en seis meses entregaba Colombia sin guerrilla”, hace memoria este ganadero.
Al final ellos quedaban “como una pelota de fútbol: lo cogía uno y le daba una patada para acá, entonces el otro se la botaba al otro y así nos manteníamos y uno qué podía hacer, si la única herramienta que tenía era la rula (machete) o el azadón para trabajar la tierra”, dice lamentándose.
En las casas tenían para esconderse cuando comenzaban los enfrentamientos: “Estaba uno desayunando, almorzando o en la cena cuando ‘buuum’, un bombazo y de una vez deje el plato y bótese al hueco; y eso lo vivimos todos”, recuerda este señor de 82 años.
Forero era muy pequeño en esa época pero recuerda que les tocaba huir a las fincas de amigos “y se escuchaban los helicópteros sobrevolar, y bombas a todo momento” o que llegaba la guerrilla a avisarles de que al día siguiente empezarían los enfrentamientos en el mismo pueblo.
LA VENTANA DE LA PAZ
Por eso fue tan importante el ver descender en 2016 a 300 guerrilleros del monte, con fusil al hombro, rumbo a Mesetas, donde se ubicó un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR), las zonas que les dio el Gobierno para su tránsito a la vida civil.
“Gracias al proceso de paz es que empezó a surgir el turismo, la gente empezó a visitar este municipio porque quieren conocer su historia y los atractivos turísticos que tienen”, asegura Forero, que forma parte de Corpuribe, junto a varios jóvenes del municipio que quieren un futuro y acabar con el estigma de ser de La Uribe.
Iniciativas de este tipo les permiten, según el director del Instituto de Turismo del Meta, Luis Carlos Londoño, “pasar de ser una persona que podría estar en el monte con un fusil o que podría estar produciendo coca, a tener su propia empresa y generar empleo”.
“El objetivo es que el turismo sea nuestro nuevo petróleo”, incide el gobernador del Meta, Juan Guillermo Zuluaga.
Las huellas del conflicto siguen presentes, como en la finca donde se sale del cañón cargando los “donuts”, que en el pueblo dicen que pertenece al disidente de las FARC Henry Castellanos Garzón, alias “Romaña”, a quien el Gobierno da por muerto.
Pero La Uribe lucha porque eso no vuelva a ocurrir y que se pueda conocer las joyas que la guerra había mantenido escondidas.