Durante dos semanas, decenas de miles de personas han venido en peregrinación a una pequeña universidad cristiana unos 30 minutos al sur de Lexington para lo que algunos académicos y feligreses describen como el primer gran reavivamiento espiritual de la nación en el siglo XXI.
WILMORE, Kentucky — El jueves por la mañana, Jennifer Palmer le dijo a su jefe que debía salir del trabajo y condujo durante 11 horas continuas desde Jacksonville, Florida, hasta aquí.
Jayden Peech, un estudiante de bachillerato que vive a unas horas en Kentucky, vino con su madre tras escuchar a un orador en su iglesia. La universidad Valor Christian College en Ohio suspendió las clases y casi todo el cuerpo estudiantil acudió en un autobús, sin saber dónde pasarían la noche.
Durante dos semanas, decenas de miles de personas han venido en peregrinación a una pequeña universidad cristiana unos 30 minutos al sur de Lexington para lo que algunos académicos y feligreses describen como el primer gran reavivamiento espiritual de la nación en el siglo XXI.
Atraídos por publicaciones en TikTok e Instagram, además del tradicional boca a boca, cristianos de todo el país han llegado a raudales a una capilla en el campus de la Universidad de Asbury para orar hasta las primeras horas de la madrugada, hacen fila por horas antes de que se abran las puertas y se marchan hasta que los voluntarios cierran la capilla a la una de la mañana para limpiarla y dejarla lista para el día siguiente.
Vienen con la esperanza de “sentir la presencia” de Dios, comentó Brittany Faubel, estudiante de Valor.
El evento imprevisto ha agotado la capacidad del campus y ha saturado la pequeña capilla a todas horas, lo cual ha instado a los administradores a atenuar el espectáculo y la disrupción. La escuela declaró que, a partir del viernes, no habrá más eventos públicos. Los alumnos afirmaron estar listos para regresar a sus rutinas habituales en la universidad.
Ahora están surgiendo otras reuniones de reavivamiento en otros campus universitarios, entre ellos el de la Universidad Lee en Tennessee y la Universidad Cedarville en Ohio, aunque todavía está por verse si podrán continuar con el mismo fervor que se vio en la Universidad de Asbury.
El reavivamiento en Asbury comenzó el 8 de febrero, cuando una docena de estudiantes se quedaron en la capilla después de un servicio matutino ordinario para seguir cantando y orando juntos. Se corrió la voz en el campus sobre la reunión espontánea, y para cuando cayó la noche, varios alumnos estaban arrastrando colchones a la capilla para dormir ahí. En cuestión de días, su entusiasmo se había convertido en un fenómeno nacional.
La universidad estima que el reavivamiento ha atraído a más de 50.000 personas a Wilmore, un pueblo taciturno de 6000 habitantes, donde el supermercado local organiza una clase semanal de estudios bíblicos y las patrullas de la policía portan el lema: “En Dios confiamos”. Asbury se fundó en 1890 y tiene sus raíces en la tradición metodista y la teología wesleyana, cuyo énfasis histórico son los movimientos transformativos del Espíritu Santo.
Asbury, con un campus ubicado en la zona rural de Kentucky, tiene un alumnado en su mayoría blanco. Pero la reunión de reavivamiento atrajo a una multitud un poco más diversa.
“Es como Woodstock”, dijo Nick Hall, de 40 años, un evangelista de Minnesota que llegó la semana pasada para ser testigo del tipo de efusión espiritual por el que tanto han orado él y otros. “Lo que está sucediendo ahí es tan orgánico y auténtico, no es para llamar la atención ni ser popular, es todo lo contrario”.
Por definición, un reavivamiento se caracteriza por episodios espontáneos y prolongados de alabanza colectiva: oración extemporánea, música emotiva y predicación apasionada. La historia de este concepto se remonta al menos al Primer Gran Despertar del siglo XVIII en Nueva Inglaterra, cuando multitudes de protestantes fervientes recién consagrados se reunieron para escuchar emocionantes sermones improvisados por pastores como Jonathan Edwards.
Durante el siglo XX, en las enérgicas reuniones de avivamiento realizadas en carpas en el sur del país, los pentecostales oraban en lenguas y afirmaban experimentar una sanación divina. Y la noción sigue siendo muy poderosa entre cristianos de muchas tradiciones y denominaciones protestantes.
En los últimos años, la idea del reavivamiento se ha convertido en un referente para algunos conservadores, incluidos líderes religiosos que han promovido denuncias falsas de fraude electoral y escepticismo ante las vacunas, y que han aseverado que Estados Unidos está a punto de experimentar un reavivamiento político y cultural.
Sin embargo, para muchos otros cristianos, el reavivamiento es sobre todo un fenómeno espiritual. Algunos en Asbury dijeron que prefieren el término “efusión”, como una expresión casi tangible del Espíritu Santo.
“Días de más de dieciséis horas se sienten como cinco minutos”, describió Eli Baker, estudiante universitario de Asbury en una conversación intensa que sostenía con su amigo Brenden Krebs en una cafetería abarrotada el décimo día del reavivamiento. Ambos narraron haber vivido experiencias personales intensas que atribuían a la presencia del Espíritu Santo.
El fin de semana pasado en Wilmore, casi todos los estacionamientos del pueblo estaban llenos y el tráfico cubría toda la carretera desde Lexington. La universidad se movilizó para instalar baños portátiles, una pantalla grande en el jardín para transmitir en simultáneo lo que ocurría en el escenario de la capilla y lámparas de calor para cuando bajaba la temperatura y la nieve empezaba a caer. La fila para entrar a la capilla en la tarde del sábado era de casi un kilómetro.
Una camioneta del Ejército de Salvación llegó para repartir café y pizza; otra camioneta ofrecía panqueques gratis a las personas que iban y venían en mitad de la noche.
“Jamás pude haber imaginado lo que estamos viviendo en este momento”, afirmó Kevin Brown, quien ha sido presidente de la universidad desde 2019 y pasó varias noches en la capilla hasta altas horas. “De la insatisfacción y desilusión mordaces, resultado de lo que le ha tocado vivir a la generación más joven, está naciendo una profunda avidez, y creo que ellos solo están alzando la mirada a cuestiones más elevadas”.
La generación Z quizá no parezca la incubadora más probable del reavivamiento espiritual. En general, se define como las personas nacidas a finales de los noventa y a principios de los años 2000, es la generación menos religiosa en la historia reciente de Estados Unidos. Una tercera parte de los miembros de la generación Z se identifica como “sin afiliación religiosa”, según la Encuesta Nacional de Vida Familiar Estadounidense del American Enterprise Institute, en comparación con el 25 por ciento de la generación X y el 18 por ciento de los “baby boomers”.
Pero este grupo etario también ha sufrido estrés y soledad extraordinarios.
Alison Perfater, presidenta estudiantil en Asbury, señaló la “división y la agitación política de 2020” y la pandemia de COVID-19.
“Era obvio que llegaríamos a un punto crítico, pero en vez de ser un momento terrible, fue pacífico y agradable”, comentó.
Muchos de los que se han sentido atraídos a Asbury en las últimas semanas describen una sensación increíble de paz en el lugar. Asistentes de todas las edades recuerdan que rompieron en llanto al entrar al edificio.
“No se siente como Estados Unidos en 2023 aquí dentro”, sostuvo Margaret Feinberg, quien viajó desde Park City, Utah, para estar ahí.
“Todo lo demás simplemente desaparece”. Estaba de pie, recargada en un muro, el viernes por la tarde mientras observaba en silencio a la gente cantar canciones contemporáneas de alabanza como “Goodness of God” de Bethel Music e himnos más antiguos de adoración como “It Is Well With My Soul”. La letra no estaba proyectada en ninguna pantalla, como suele verse en la mayoría de las iglesias contemporáneas; el público se la sabía de memoria, y si no, se la aprendía mientras cantaba al unísono.
Feinberg estuvo en un reavivamiento en los años noventa en Canadá y pasó un año a sus veintitantos en el reavivamiento de Brownsville a finales de la década de 1990 en Pensacola, Florida. La propia Universidad de Asbury fue escenario de un reavivamiento más pequeño en 1970.
“La vida nos ha golpeado a todos; todos estamos cansados de los últimos años”, manifestó Feinberg. “Todos queremos sanar”.
Elijah Drake, un estudiante del seminario, fue a la capilla esa primera tarde cuando escuchó que un grupo se había reunido ahí. Se quedó hasta las dos de la madrugada y regresó al día siguiente.
“Ha sido un lugar muy sagrado”, mencionó. Drake es gay y contó que en el reavivamiento se había reconciliado con un compañero seminarista con quien había discutido una vez por temas de política que describió como “homofobia de derecha”.
Drake, quien busca ordenarse en la denominación metodista libre, dijo que los primeros días del reavivamiento fueron un periodo de sanación y unidad.
En los días siguientes, se unió a otros estudiantes, miembros del profesorado y de la facultad para servir como personal de apoyo para el evento. Una noche, fungió como acomodador en una de las capillas adicionales que se abrieron para recibir a los devotos que no cabían en el recinto principal. Drake creía que la energía se extinguiría —¿tal vez el Supertazón sería una distracción?— pero al contrario, siguió aumentando.
Con el tiempo, influentes y pastores famosos empezaron a llegar al pueblo para publicar fotos, videos y selfis en línea. Rich Wilkerson Jr., el pastor de Florida que casó a Kim Kardashian y Kanye West, estuvo ahí; al igual que Kari Jobe, una popular cantante cristiana.
Los profetas autoproclamados y líderes espirituales de internet que apoyaron al expresidente Donald Trump también empezaron a hacer publicaciones sobre el reavivamiento, a veces a distancia. Ya esta semana, el autor y activista Lance Wallnau sugirió en una aparición televisiva que quizá Trump había convocado el reavivamiento de manera sobrenatural.
Sin embargo, los organizadores trataron de mantener la política al margen del acontecimiento. Ninguna de las figuras de alto perfil que promovieron el reavivamiento fueron invitadas a subir al escenario, donde un grupo de músicos estudiantiles y capellanes universitarios presidían un servicio decididamente austero, sin la estética cuidada de las megaiglesias estadounidenses contemporáneas.