Quienes teníamos a nuestros compañeros desplegados en Bagdad y un sinfín de lugares informativos de máximo interés pudimos trabajar tranquilos, pues aportábamos nuestra pieza del puzzle informativo.
Hace ahora 20 años la oferta de acompañar a los marines estadounidenses era muy evidente que supondría ir a la guerra. Lo que no era tan prometedor era “encamarse” con los militares como sugería la traducción literal de “embedded”, el término que empleaban en inglés.
A mí me dio por pensar que era más probable empotrarse, también literalmente, contra la censura. La traducción que tuvo éxito aludía a las camas empotradas, aquellas que tan bien conocemos los que somos de familias numerosas. Finalmente, no hubo ni catre.
El reto e incógnita de aquella cobertura era saber si los militares dejarían trabajar libremente a los empotrados o sería una manera de controlar nuestro trabajo.
La verdad es que el Ejército de Tierra estadounidense había constatado en 1991 que su despliegue para liberar el Kuwait ocupado por Irak había pasado inadvertido con la censura mientras los Marines, más hábiles, aparecían en la prensa como los libertadores.
Espoleados por aquel fracaso estudiaron cómo incorporar a la prensa a sus planes de operaciones. La digitalización y las comunicaciones por satélite hacían inviable la censura en la era de internet en los albores del siglo XXI.
La solución fue incluir a más de 500 periodistas con las unidades que invadieron el 20 de marzo de 2003 un país, que ni tenía armas de destrucción masiva ni contaba con un Ejército o población dispuestos a combatir por Sadam Husein.
Como atestiguaron las propias encuestas del Pentágono, investigaciones académicas y relatos de muchos de los periodistas empotrados, una gran parte pudo trabajar a su aire, sin mayores impedimentos.
Eso sí, el mecanismo era como trabajar con lupa. Una visión profunda y minuciosa pero sin posibilidad de hacer zoom y obtener una visión panorámica.
Salvo que pudieras escuchar a otros colegas en la radio de onda corta que aún llevábamos algunos o hablaras por satélite con compañeros como Julio Anguita con quien compartía cuitas e información.
Perdimos el contacto cuando los Marines nos requisaron los satelitales Thuraya, incumpliendo los términos del acuerdo firmado con los periodistas que lo excluía expresamente. Julio, murió el 7 de abril, apenas dos días antes de la caída de Bagdad.
Era uno de los tres periodistas españoles que cruzamos la frontera de Irak en la madrugada del 20 de marzo. Nuestra colega y amiga Mercedes Gallego sí que pudo atestiguar la violencia machista contra las militares.
Convivir con jóvenes de no más de 20 años, en muchos casos hispanos, no resultó ningún problema, la proximidad cultural facilitó el entendimiento. Y tenían mucha menos información que el periodista, al que continuamente preguntaban si era verdad que J.Lo (Jennifer Lopez) había muerto.
Un bulo como cualquier otro.
Más difícil era confiar en su pericia, templanza o sentido común, aunque los hubiera que a esa edad ya tuvieran más de un hijo.
La que no dejaba ver bien era la niebla de la guerra, que el 29 de marzo en forma de tormenta de arena anaranjó el campo de batalla, detuvo las operaciones terrestres e hizo creer que había una seria defensa iraquí y reinaba el caos y el desconcierto. Nada más lejos de la realidad.
En sus memorias, el general Tommy Franks, reconoce que no sólo no hicieron nada por evitar la confusión sino que aprovecharon el desconcierto para bombardear desde el aire. “Dios, no podíamos pedir mejor engaño”, escribe el comandante en jefe, quien recuerda como le dijo a su presidente, George W. Bush, delante de la cámara que el mejor termómetro de la moral de combate de los soldados lo ofrecían los periodistas empotrados.
Y es que los mandos militares saben bien que el soldado en la trinchera maldice su suerte y el rancho, pero agradece que alguien exponga su vida para acompañarle y, aún mejor, si narra sus hazañas y sus familiares lo pueden leer en el periódico local. Periodismo de guarnición.
Los periodistas tuvimos un comodín que añadir a la panoplia de artimañas para hacer trueque como era el préstamo de nuestros teléfonos para que pudieran llamar a casa. Infalible.
Las normas que tanto debate suscitaron entonces luego fueron incorporadas por infinidad de ejércitos, aunque no hubiera ninguna novedad en acompañar soldados para narrar victorias y desventuras.
Lo que si cambió es la imposibilidad de imponer una censura en la red. La idea de los estadounidenses era saturar el espectro mediático con relatos desde la perspectiva del invasor.
Quienes teníamos a nuestros compañeros desplegados en Bagdad y un sinfín de lugares informativos de máximo interés pudimos trabajar tranquilos, pues aportábamos nuestra pieza del puzzle informativo.
Y templado era también el teniente Dana Andrews, que un año después en mi casa me dijo que habría hecho si le hubiese dado problemas: “te habría esposado y metido en mi Humvee (todoterreno)”.