El Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, organismo gubernamental encargado del patrimonio egipcio, declaró que la serie documental que transmite Netflix (“Reinas de África”), era una “falsificación de la historia egipcia”.
EL CAIRO — En esto, al menos, todo el mundo está de acuerdo: Cleopatra fue una formidable reina del antiguo Egipto, la última de la dinastía griega macedonia fundada por Alejandro Magno, que alcanzó una fama póstuma aún mayor como seductora, inmortalizada por Shakespeare y Hollywood.
Más allá de eso, muchos de los detalles son confusos y, por eso, hace poco uno de los servicios de emisión en continuo más importantes del mundo terminó en un embrollo con el Egipto de la actualidad. La compañía fue criticada por comentaristas en internet e incluso por el gobierno egipcio debido a la contratación de una actriz negra que interpreta el papel de Cleopatra en la serie documental de Netflix “Reinas de África”, que se emite desde el miércoles.
El mes pasado, poco después de que apareciera el avance de la serie, Netflix se vio obligado a desactivar los comentarios del video, después de convertirse en una avalancha hostil y, a veces, racista. El Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, organismo gubernamental encargado del patrimonio egipcio, declaró que la serie era una “falsificación de la historia egipcia”. Un popular presentador de televisión acusó a Netflix de intentar “apoderarse de la cultura egipcia”. Un abogado egipcio presentó una denuncia, con el fin de exigir el cierre del servicio de emisión en continuo en el país.
Para los creadores de la serie, los cuatro episodios sobre Cleopatra eran una oportunidad para celebrar a una de las mujeres más famosas de la historia como gobernante africana, a la que retratan como mujer negra. Sin embargo, para muchos egipcios e historiadores, esa representación es, en el mejor de los casos, una lectura errónea y, en el peor, una negación de la historia egipcia.
A pesar de su linaje griego macedonio, los productores de la serie afirman que los vacíos en su árbol genealógico dejan margen a la posibilidad de que su madre fuera de otro origen: se desconoce la identidad de la madre y la abuela de Cleopatra, por lo que algunos expertos sostienen que era, al menos en parte, egipcia indígena.
“No solemos ver ni oír historias de reinas negras, y conocer esas historias era muy importante para mí, para mi hija y para mi comunidad, porque hay muchísimas”, aseguró Jada Pinkett Smith, productora de Reinas de África, en un artículo sobre la serie patrocinado por Netflix.
Cleopatra descendía de un linaje de reyes griegos macedonios que gobernaron Egipto desde el año 323 a. C. hasta el 30 a. C., cuando el territorio fue anexionado por Roma, y muchos estudiosos sostienen que quizá tenía poca o nada de sangre no griega. Los Ptolomeos —así se llamaban todos los reyes de la dinastía— tendían a casarse con sus propias hermanas u otros parientes, lo que dejaba pocas oportunidades a la sangre nueva, aunque algunos estudiosos afirman que había indicios de que Cleopatra tuviera un antepasado persa.
“Las estatuas de la reina Cleopatra confirman que tenía rasgos helenísticos (griegos), que se distinguían por su piel clara, nariz respingona y labios finos”, declaró el gobierno egipcio en Twitter el 30 de abril.
Las batallas modernas sobre la herencia de Cleopatra y el color de su piel han estallado una y otra vez, y han encontrado un nuevo ímpetu con cada nueva actriz que interpreta el papel o se asocia a este en Hollywood, desde Elizabeth Taylor, que la interpretó en 1963, hasta Angelina Jolie, Lady Gaga y Gal Gadot, todas aspirantes recientes a encarnarla en diversos proyectos.
La contratación por Netflix de Adele James, una actriz británica birracial, es un reflejo de las discusiones occidentales sobre la representación de los negros en Hollywood y sobre si la historia está demasiado dominada por relatos de personas blancas que giran en torno a la primacía europea.
No obstante, esto suscitó un debate muy distinto en Egipto, donde muchos ven la identidad y la raza desde otro prisma. Para muchos egipcios, la cuestión es saber si los egipcios y sus antiguos antepasados —a pesar de su situación geográfica— son africanos.
“¿Por qué algunas personas necesitan que Cleopatra sea blanca?”, escribió la directora del espectáculo, Tina Gharavi, en un artículo de defensa de la elección del reparto publicado en Variety el mes pasado. “Quizá no es solo que haya dirigido una serie que presenta a Cleopatra como negra, sino que he pedido a los egipcios que se consideren a sí mismos como africanos y están furiosos conmigo por haber hecho eso”.
Egipto se encuentra en la esquina noreste de África. Sin embargo, su relación con el continente es muy ambivalente.
Hoy es miembro de la Unión Africana y otros grupos continentales. Pero en tiempos de los griegos y los romanos, dicen los historiadores, Egipto se consideraba un actor importante del mundo mediterráneo, la puerta de entrada a África, más que plenamente africano.
Desde que los árabes conquistaron Egipto en el siglo VII y trajeron consigo la lengua árabe y el islam, los egipcios han compartido más lazos culturales, religiosos y lingüísticos con Oriente Medio y el norte de África, de mayoría árabe y musulmana, que con el resto de África.
Entre los antepasados de los egipcios actuales no solo hay árabes y egipcios nativos, sino también nubios, griegos, romanos, turcos, circasianos, albaneses, europeos occidentales y otros conquistadores, comerciantes, esclavos e inmigrantes que desembarcaron en Egipto en distintos momentos a lo largo del tiempo.
A pesar de su diversidad, la sociedad egipcia suele valorar la piel clara y despreciar a los egipcios de piel más oscura. No obstante, muchos egipcios e historiadores afirman que los insultos racistas vertidos en internet contra James, aunque aborrecibles, desvían la atención del verdadero problema. El programa arrastra a una antigua reina al centro de debates occidentales contemporáneos en los que no tiene cabida.
“¿Cómo puede alguien que ni siquiera es de mi país atribuirse mi cultura solo por el color de su piel?”, preguntó Yasmin El Shazly, egiptóloga y subdirectora de investigación y programas del Centro de Investigación Estadounidense en Egipto.
Durante mucho tiempo, el antiguo Egipto y sus maravillas han sido un trofeo en las guerras culturales occidentales. En 1987, el libro de Martín Bernal “Atenea negra” sostenía que los historiadores europeos habían borrado las aportaciones egipcias a la antigua cultura griega. Aunque muchos estudiosos coinciden en que muchas de las pruebas que citaba eran erróneas en el mejor de los casos, el libro se convirtió en uno de los textos canónicos del afrocentrismo, un movimiento cultural y político que, entre otras cosas, trata de contrarrestar ideas arraigadas sobre la supuesta inferioridad de las civilizaciones africanas.
Según algunos afrocentristas, el antiguo Egipto fue la civilización negroafricana que alumbró no solo la historia y la cultura africanas, sino también la civilización mundial, hasta que los europeos saquearon sus tecnologías, sus ideas y su cultura. Las pirámides y los faraones se convirtieron en motivo de orgullo para estos afrocentristas y Cleopatra, con toda su sangre griega, en heroína potencial del movimiento.
“Cleopatra reaccionó ante fenómenos de opresión y explotación como lo haría una mujer negra”, según Shelley Haley, clasicista del Hamilton College, profesora de Cultura Africana y experta en Cleopatra que, además, trabajó como consultora en la serie de Netflix. Haley argumentó que el origen posiblemente mixto de Cleopatra la convertía en una persona de color: “De ahí que la aceptemos como hermana”.
Ese tipo de pensamiento frustra a muchos egipcios, historiadores y egiptólogos. Los egipcios también están ferozmente orgullosos de las pirámides y los faraones, aunque estén a dos milenios de distancia, y les gustaría que los afrocentristas que sostienen ese tipo de puntos de vista dieran un paso atrás.
Algunos historiadores afirman que la obsesión moderna por saber si Cleopatra se parecía más a Taylor o a James habría resultado extraña a los antiguos.
En tiempos de Cleopatra, Alejandría, la capital de su reino, era una ciudad portuaria cosmopolita en la que bullían griegos, judíos, egipcios étnicos y personas de todas partes que, según David Abulafia, historiador de la Universidad de Cambridge, se consideraban en gran medida parte del mundo helenístico. Se identificaban por su cultura y religión, no por el color de su piel.
“La raza es una construcción moderna de la política de identidad impuesta a nuestro pasado”, afirmó Monica Hanna, egiptóloga. “Este uso y abuso del pasado para agendas modernas solo nos perjudicará a todos, porque dará una imagen distorsionada del pasado”.
Hace poco, y aprovechando la oportunidad de exaltar el orgullo egipcio, los medios de comunicación gubernamentales dedicaron tiempo de emisión en tres programas de entrevistas nocturnos diferentes a atacar la serie “Reinas de África”.
El mismo día, un conglomerado mediático gubernamental anunció que produciría su propio documental sobre Cleopatra. Su película, señalaba, se basaría en los “máximos niveles” de investigación y precisión.