Si te importa la originalidad, ese es el verdadero escenario de esta huelga en el que se pierde mientras se gana: los escritores terminan con una porción más justa de una industria que se aleja cada vez más de la creatividad.
Este es mi intento de resumir el contexto de la huelga de guionistas de Hollywood en tres oraciones. Primero, el negocio del entretenimiento, que se mantuvo a flote con dinero fácil y que fue alentado por las condiciones inusuales de la era COVID-19, se comprometió con una expansión insostenible: el gran experimento de la emisión en continuo, en el que cada marca importante iba a tener su propio Netflix.
Luego, a medida que se hizo evidente que este crecimiento sería insostenible, los estudios y servicios de emisión en continuo comenzaron a exprimir cada vez más a sus guionistas, con horarios más largos y menos predecibles y con menos recompensas a largo plazo, incluso cuando las empresas corporativas esperaron encontrar en la inteligencia artificial una manera de lograr que ciertos deberes del guionista fuesen obsoletos.
Este contexto hace que las demandas de los guionistas parezcan razonables y justas, pero también significa que la huelga podría perder, aunque gane: sacando concesiones en torno a la paga y las horas de trabajo como preludio a una contracción mayor, y una disminución en la cantidad de programas que Hollywood produce que necesitan de un guion.
La pregunta para quienes vemos y escribimos sobre programas de televisión y películas y no los creamos, es qué significa este conflicto para el arte que justifica todas estas disputas comerciales.
Una narrativa ve una oportunidad en la huelga para reconsiderar la manera más amplia en que Hollywood ha evolucionado, especialmente la obsesión por las franquicias de la era Marvel, las reinvenciones y las narrativas vendidas de antemano, que se atribuye de diversas maneras a una mentalidad de capital de riesgo que se está afianzando en Hollywood, enloquecida por las ganancias o los efectos de la consolidación en el negocio cinematográfico.
En este contexto, Matt Stoller, un crítico de los monopolios, argumenta que el objetivo de los huelguistas debería ser encontrar aliados en la causa de un gran cambio estructural: destronar a los gigantes corporativos con estructura vertical, separar una vez más la producción y la distribución y, por lo tanto, hacer que la alquimia de la película con un presupuesto medio pueda competir más con la explotación de los superhéroes.
Un análisis un poco más pesimista, ofrecido por escritores como Sonny Bunch y Jessa Crispin, enfatiza que la estrategia corporativa de explotación de los superhéroes evolucionó porque está dando al público lo que quiere. La gente está comprando entradas para películas de cómics y “Super Mario Bros. La película”, señala Bunch, no para “AIR: La historia detrás del logo” o “El último duelo”.
La cultura de aficionados que sostiene a estos proyectos, argumenta Crispin, a menudo parece preferir que sus guionistas sean engranajes remplazables en una máquina de contenidos. Y así, incluso si la huelga es una oportunidad para reconsideraciones, probablemente no sea algo que pueda apalancar al sistema para cambiarlo en su totalidad.
Personalmente, me gustaría que la huelga impulsara la creación de un sistema diferente en Hollywood. Pero me conformaría con un regreso al panorama del entretenimiento que había hace unos 10 años, antes del despegue de la emisión en continuo, cuando las desventajas de la franquicia de efectos especiales en el cine se compensaron, en parte, con la aparición de una mejor televisión, más profunda y con más ambición.
Mi impresión como espectador de lo que sucedió desde entonces es que la expansión de la emisión en continuo primero aportó un exceso bienvenido de ambición en la pantalla pequeña, pero luego se sintió cada vez más como si se estuviera dispersando demasiado el talento creativo, haciéndolo trabajar demasiado o ambas cosas.
A veces, los programas de la era cumbre de la televisión comienzan de manera brillante, pero luego tienen dificultades para mantener su dinamismo incluso en una segunda temporada. (“Westworld” de HBO, por ejemplo, o últimamente “Yellowjackets” de Showtime).
A veces se producen como tenues imitaciones de los dramas de antihéroes de la década anterior. (Por ejemplo, “Ozark” de Netflix). O adoptan el carácter de la experiencia teatral, aunque en cierto modo peor, con franquicias demasiado grandes como para fracasar, pero que nadie realmente disfruta. (“Obi-Wan Kenobi”, por ejemplo, o “El señor de los anillos: Los anillos de poder”). O exigen demasiado de un autor-productor talentoso, a quien se le paga cada vez más para entregar una variedad de contenido en lugar de concentrarse en una sola historia. (La evolución de “Yellowstone” de Taylor Sheridan y sus decepcionantes series derivadas son ejemplos de esto).
En teoría, el escenario de la huelga y sus consecuencias que esbocé anteriormente —en el que los guionistas obtienen mejores condiciones de trabajo y salarios más altos, pero luego la cantidad total de contratos de programas se reducen a medida que las plataformas de emisión en continuo se retiran o se fusionan— también podría traer algún tipo de resolución a este problema de la dispersión. Quizá genere un mundo donde el talento de la sala de guionistas esté mejor compensado y más concentrado, donde los autores-productores no tengan tantas oportunidades de construir un imperio, pero los programas que hacen sean mejores por eso.
Obviamente, este no es el resultado que espera el sindicato, porque significaría menos trabajos de escritura. Pero para el espectador, un mundo con menos programas también podría ser un mundo con mejores programas.
Sin embargo, el escenario más oscuro es que cualquier reducción del panorama de la emisión en continuo podría combinarse con una imitación televisiva intensificada del modelo de franquicia de pantalla grande. En ese caso, podríamos obtener más y más programas de televisión de gran éxito como una apuesta aparentemente segura, pero menos creativa, mientras perdemos algunos de los experimentos fortuitos de la mejor televisión, como el feliz accidente de “The White Lotus”, cuyo drama turístico surgió como una manera de filmar durante el aislamiento por el COVID, o la brillante “Andor”, una serie de “Star Wars” sin un nombre comercial o un Yoda bebé.
Si te importa la originalidad, ese es el verdadero escenario de esta huelga en el que se pierde mientras se gana: los escritores terminan con una porción más justa de una industria que se aleja cada vez más de la creatividad.