Los inmigrantes siguen amando a Estados Unidos, aunque allí su amor no sea correspondido

Los inmigrantes siguen amando a Estados Unidos, aunque allí su amor no sea correspondido

Fui indocumentada durante 25 años, y soy hija de inmigrantes que siguen siendo indocumentados

Sé muy bien lo que piensan algunos estadounidenses de los inmigrantes: fui indocumentada durante 25 años y soy hija de inmigrantes que siguen siendo indocumentados. También escribí un libro sobre la vida cotidiana de los inmigrantes durante el gobierno de Trump.

En ese momento, el gobierno de Trump parecía ser el peor posible para los inmigrantes y sus defensores. Cada uno de los migrantes que conocí en mi reportaje había vivido algo extraordinario. Todos eran buenas personas, pero también tenían defectos como cualquier otra persona. Si no sabe nada más sobre nuestros inmigrantes, debería saber esto: han sobrevivido todo lo que Dios les impuso y algo más, en nombre de la libertad y la seguridad, para ellos y sus hijos.

Nunca entenderé por qué ellos, por qué nosotros fuimos y somos tan odiados

El presidente Biden prometió arreglar el sistema migratorio, pero en muchos aspectos las cosas siguen tan mal como siempre. Biden no solo fue incapaz de aportar una reforma significativa, sino que además su gobierno adoptó un enfoque trumpiano de la crisis fronteriza y emitió lo que equivale a una prohibición de acogida. Biden abdicó de su responsabilidad, dejando espacio para que los gobiernos locales actúen como alguaciles. Mientras tanto, los republicanos han avanzado hacia el autoritarismo, prohibición de libros tras prohibición de libros y táctica de supresión de votantes tras táctica de supresión de votantes.

Yo era una niña en Ecuador en la década de 1990, una época en la que América Latina se tambaleaba por los efectos de décadas de golpes de Estado, dictaduras y represión política. Mis padres nos transmitieron a mí y a mi hermano su odio incondicional por el autoritarismo y quienes lo fomentan: personas de voluntad débil que valoran sus propias carreras por encima de la Constitución de su país, la población desvinculada e indiferente.

Los hombres blancos conservadores, el pilar del bloque de votantes que se siente invisible e ignorado, cuyo genio pasa desapercibido y cuyo valor no se pone a prueba, tienen ahora la oportunidad de ser los protagonistas que ellos suponen por haber nacido aquí. Sin embargo, deben saber de corazón que no son los niños morenos, negros y no binarios quienes amenazan la posición de Estados Unidos en el mundo, sino los hombres como ellos, azuzados por el disfraz militar.

Por ejemplo, el gobernador Greg Abbott de Texas y su proyecto fronterizo antiinmigración, Operation Lone Star, que, entre otras cosas, empleó leyes estatales de allanamiento mientras estuvo en vigor el Título 42 para detener a migrantes cuando cruzaban terrenos privados. Cada semana, devoró 2,5 millones de dólares de los contribuyentes mientras se desplegaban miembros de la Guardia Nacional a su discreción para detener casos aislados de cruces fronterizos. Es ridículo. Pero seguro que lo hizo parecer un vaquero.

El gobernador Ron DeSantis de Florida firmó leyes que tendrán un efecto devastador que podría ocasionar que los habitantes de Florida se muestren renuentes a indicarles a las personas indocumentadas dónde hay comedores comunitarios, llevarlos al médico o animarlos a continuar sus estudios. La nueva legislación obliga a los hospitales a recabar información migratoria de todos los pacientes y prohíbe a los gobiernos locales expedir cualquier tipo de identificación a los indocumentados. Anula los permisos de conducir válidos que se expiden en otros estados a “extranjeros ilegales”. Criminaliza a cualquiera que contrate a un trabajador indocumentado. Es un enorme despilfarro del dinero de los contribuyentes y de las asignaciones antiterroristas. Y es antiestadounidense.

Los inmigrantes creemos en la historia estadounidense sobre la libertad y el autogobierno. De hecho, nadie lo cree más que nosotros. Los inmigrantes que se encuentran ahora mismo en la frontera están allí porque creen que todos nacemos con el derecho divino a la autodeterminación. Estaban dispuestos a arriesgarlo todo por su creencia en la libertad, por su creencia en el tipo de libertad por la que se lucha. Los seres humanos que han conocido la libertad durante toda su vida no pueden apreciarla de manera plena, del mismo modo que los peces no pueden apreciar realmente el agua.

Es un giro cruel que el país al que huimos pueda a veces recordarnos los lugares que dejamos, pero la ironía es la cuestión. En un intento de mantener a los inmigrantes no blancos fuera de Estados Unidos, muchos legisladores republicanos se han vuelto contra su bien más preciado: la democracia.

La buena noticia es que los inmigrantes pueden ser nuestra arma secreta en la lucha contra el autoritarismo. Los inmigrantes aman a Estados Unidos de una manera que Estados Unidos necesita ser amado si quiere sobrevivir.

Nuestra desilusión política no se ha traducido en apatía, sino todo lo contrario: lo hemos convertido en un anhelo que se parece al sueño americano. Si el amor es la decisión de mantener algo amado con el riesgo de perderlo y sin necesidad de ser amado a cambio, ¿cómo llamar si no al código de honor por el que millones de indocumentados pagan impuestos y contribuyen a la Seguridad Social cada año, sabiendo que nunca verán un céntimo? Si la fe es la creencia en algo maravilloso sin necesidad de ver pruebas de su existencia, ¿de qué otra manera explicamos la lucha de 22 años de los “dreamers” para conseguir una vía hacia la ciudadanía?.

El problema es que hemos estado tratando a los inmigrantes mal, muy mal

La mayoría de los estadounidenses apoyan una reforma migratoria significativa y humana que incluya una vía para que los inmigrantes que ya están aquí obtengan un estatus legal, pero nuestros representantes electos no actúan como si les importara algo más que la reelección. Arreglar este lío migratorio implica cosas nada atractivas como la ampliación de la elegibilidad para el estatus temporal, la ampliación de la libertad condicional humanitaria y la contratación de más personal en los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos. Para lograr esta solución, necesitamos la colaboración bipartidista. Pero no todo el mundo puede liderar, no todo el mundo está dispuesto a trabajar duro y no todo el mundo es valiente.

Incluso en Estados Unidos, la corrupción política, el colapso económico y los castigos extrajudiciales pueden producirse en cualquier momento. Tal vez sea un pensamiento intolerable y presentar a los inmigrantes como fundamentalmente diferentes de nosotros, portadores de un sufrimiento de otro mundo, nos permite fingir que no son como nosotros y que su destino no está entrelazado con el nuestro.

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