Trece lecciones de la pandemia de COVID

Trece lecciones de la pandemia de COVID

Ezekiel J. Emanuel, Luciana Borio, Rick Bright, Michael T. Osterholm, Jill Jim y David Michaels fueron miembros de la Junta Asesora de la Transición COVID Biden-Harris, nombrada por el gobierno entonces entrante de Biden en noviembre de 2020 con el fin de brindar asesoría en torno a la respuesta del gobierno ante una pandemia.

LA REFLEXIÓN HONESTA ES BÁSICA PARA ASEGURAR QUE LA RESPUESTA DEL PAÍS A LA SIGUIENTE PANDEMIA SEA MEJOR.

La fase altamente perturbadora de la pandemia ha terminado y Estados Unidos, a partir del jueves, pone fin a su emergencia de salud pública. En general, la vida cotidiana ha vuelto a la normalidad. Quizá haya más gente con trabajo remoto que antes de la pandemia, pero la mayoría de los estadounidenses han vuelto a viajar, comer fuera e ir al cine, al teatro y a eventos deportivos, en gran medida sin cubrebocas.

Sin embargo, eso no significa que la gente no siga muriendo de COVID. Y así es. Más de mil personas murieron a causa del virus en Estados Unidos la semana del 27 de abril al 3 de mayo, la cifra más reciente disponible, y en promedio 4500 fueron hospitalizadas diario. En Alaska, Nebraska y Texas seguían registrándose focos de infección.

No obstante, esas cifras son muy inferiores en comparación con los días más oscuros de la pandemia (en su punto álgido, se registraron más de 4000 muertes durante varios días) y, de manera paralela a ese descenso drástico, también ha disminuido la urgencia y la prioridad de la COVID por parte de gobiernos, fundaciones y otros implicados en la respuesta.

Muchos países y organizaciones están haciendo un balance de lo que se puede aprender de la experiencia de la pandemia de COVID. En Singapur, la oficina del primer ministro publicó hace poco una evaluación de la respuesta de ese país para determinar qué funcionó y qué no. Esa reflexión honesta es esencial para garantizar que la respuesta a la próxima pandemia sea mejor. Desafortunadamente, se estancaron las iniciativas del Congreso para crear una comisión nacional que realice una evaluación imparcial de la respuesta del país a este contagio que hasta ahora ha matado a 1,1 millones de personas.

Formábamos parte de un grupo de expertos en salud pública nombrados por el entonces presidente electo Biden para asesorarlo sobre la pandemia durante su transición tras las elecciones de 2020. En ese momento, la pandemia estaba a punto de entrar en su segundo año. Hemos seguido participando en la respuesta de salud pública. Ante esta situación, rescatamos trece lecciones, muchas de las cuales aún no se aprecian de manera plena ni se integran en la planificación para el próximo brote de una enfermedad infecciosa peligrosa que, con toda probabilidad, muchos de nosotros conoceremos en carne propia a lo largo de nuestra vida.

La tolerancia humana a los cambios de estilo de vida es limitada

En general, los estadounidenses soportaron cambios sustanciales y restricciones en la vida cotidiana y las interacciones sociales, lo que incluyó tomar precauciones adicionales como portar cubrebocas, minimizar las interacciones y modificar los estilos de vida. No obstante, la paciencia se agotó. En septiembre de 2022, 30 meses después del inicio de la pandemia, el 46 por ciento de los estadounidenses habían vuelto a su vida anterior a la pandemia, según una encuesta de Axios-Ipsos. Y eso a pesar de que el 1.° de septiembre de ese año</a>, se registraron en promedio 90.000 nuevos casos y más de 500 muertes al día. La paciencia parece haber sido incluso más breve durante la pandemia de gripe de 1918. Si la próxima emergencia de salud pública se produce pronto, la paciencia puede agotarse antes. Los responsables políticos deben reconocer la limitación de la perseverancia humana y prepararse en consecuencia.

Los incentivos pueden cambiar el comportamiento. Las normas sociales pueden imponerlo

Es difícil modificar hábitos. Pero la gente cambia con los incentivos adecuados, como impuestos más altos sobre los cigarrillos o las bebidas azucaradas para reducir los comportamientos poco saludables. Durante la pandemia de COVID, los mandatos de vacunación en el lugar de trabajo fueron eficaces para aumentar las tasas de vacunación. Habría que estudiar un uso más creativo de los incentivos y mandatos sensatos que no susciten una resistencia sustancial.

Las personas también tienden a apegarse a las normas sociales, aquellas reglas no escritas o prácticas entre iguales que rigen el comportamiento en las sociedades. Por eso usar cubrebocas era más fácil en Asia Oriental que en Estados Unidos. Los cubrebocas fueron habituales en Asia Oriental durante la epidemia de SRAS de 2002-2003, y suelen usarse allí para protegerse de la transmisión o el contagio de infecciones. En ausencia de ese tipo de normas, resulta necesario recurrir a la persuasión de funcionarios públicos, famosos y otras personas con influencia social. Los responsables políticos deben esforzarse por adoptar medidas de salud pública que puedan traducirse en normas sociales.

La confianza es crucial

La confianza pública en el gobierno y en las organizaciones sanitarias puede reducir los casos y las muertes. Estados Unidos, tan dividido políticamente, fracasó en ese elemento esencial de respuesta. En 2021, según Gallup, solo el 39 por ciento de los estadounidenses tenía mucha o bastante confianza en cómo el gobierno federal gestiona asuntos nacionales o internacionales. Y una encuesta del Centro de Investigaciones n 2022 reveló que “menos de la mitad” de los encuestados afirmaban que el país había “dado la prioridad adecuada a las necesidades de los estudiantes de las escuelas primarias y secundarias, la salud pública, la calidad de vida”. La confianza es fácil de perder, pero muy difícil de recuperar. Requiere honradez y transparencia. Las políticas futuras, sobre todo las que se basan en información incierta o incompleta —como si debe mantenerse el mandato de la vacuna contra la COVID— deben evaluarse en parte por su impacto en la confianza social.

Hay que prepararse ahora

La capacidad de vigilancia de las enfermedades, la coordinación de todo el gobierno, el almacenamiento de suministros médicos y la capacidad de mantener cadenas de suministro resistentes son preparativos esenciales.

 

Es vital disponer de datos fiables y en tiempo real

Los datos que permiten a los funcionarios públicos rastrear un virus también les permiten responder rápidamente a los brotes locales. Pero en Estados Unidos, un sistema de salud pública desarticulado y mal financiado, así como una prestación sanitaria fragmentada dificultaron la recopilación de datos. Esta dificultad se vio agravada porque los sistemas sanitarios públicos y privados no proporcionaban datos completos a las agencias de salud pública estatales y locales. El gobierno federal carece de autoridad para exigir la recopilación de datos en tiempo real a menos que haya una emergencia. El gobierno federal debería exigir o crear fuertes incentivos para la notificación puntual de datos uniformes por parte de los estados y las localidades a un repositorio central de datos de libre acceso, algo esencial para una respuesta eficaz.

Sabemos cómo reducir la propagación de virus aéreos como el de la COVID

De manera Inexplicable, la Organización Mundial de la Salud y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades se habían mostrado muy reacios al principio a aceptar la realidad de que el virus SRAS-CoV-2, como la mayoría de los virus respiratorios, podía propagarse por el aire mediante partículas microscópicas, permanecer suspendido y viajar más allá de un grupo cercano de personas, lo que se conoce como transmisión aérea. Esta transmisión viral puede reducirse al aire libre mediante el uso de cubrebocas N95 o KN95 de alta calidad y, en interiores, aumentando la ventilación y mejorando la filtración del aire interior. El gobierno federal debe ofrecer incentivos a los gobiernos locales para que actualicen sus códigos de construcción y exijan una mejor calidad del aire interior.

Las vacunas reducen las enfermedades graves, pero es poco probable que eviten la transmisión. Se necesitan nuevas terapias

Las personas vacunadas tienen muchas menos probabilidades de enfermar gravemente o morir de COVID que las no vacunadas. Muchas personas también se benefician de los refuerzos. Aunque las vacunas han reducido el riesgo de hospitalización y muerte, necesitamos desarrollar vacunas que induzcan una inmunidad de amplio espectro y duradera para proteger contra los virus que mutan rápidamente. También necesitamos desarrollar anticuerpos monoclonales adicionales, tratamientos necesarios para las personas inmunocomprometidas que no responden bien a las vacunas, y medicamentos antivirales de amplio espectro para inhibir la replicación de una amplia gama de virus.

Las respuestas deben adaptarse a las circunstancias locales

En los últimos tres años, el virus se propagó unas veces a escala nacional y otras se limitó a unas pocas regiones del país. En algunas zonas se produjeron brotes virales en repetidas ocasiones, pero no en otras. La respuesta de salud pública adecuada debe modularse y basarse en la prevalencia viral, las tasas de vacunación y otras circunstancias a nivel local. La coordinación federal es importante, pero debemos basarnos en respuestas matizadas a nivel local.

El ciclo escolar no debe interrumpirse ni llevarse a cabo en línea salvo circunstancias extraordinarias

La educación en persona puede continuar durante una pandemia respiratoria como la COVID, incluso antes de que se desarrolle una vacuna. Entre otras cosas, esto requeriría: mejorar la calidad del aire interior abriendo las ventanas y utilizando mejores sistemas de calefacción, ventilación, y aire acondicionado, así como sistemas de filtración mejorados; gestionar cómo se realizan los almuerzos y otras actividades en grupo; realizar pruebas para detectar infecciones; y utilizar cubrebocas de alta calidad durante las sobrecargas. Cuando las vacunas estén disponibles, debe darse prioridad a profesores y alumnos, aunque, como lo han demostrado algunos países, las escuelas pueden reabrir sin vacunas empleando esas otras intervenciones de salud pública. En los brotes más graves o especialmente mortales para los niños, podría ser necesario cerrar temporalmente las escuelas.

El aislamiento social es perjudicial y puede aumentar la mortalidad

Al principio de la pandemia, gran parte de la sociedad se encerró. El resultado fue un aumento del aislamiento social que condujo a la depresión y a la erosión de las habilidades sociales.

Aunque el distanciamiento físico es importante para reducir la propagación de los virus transmitidos por aire, la socialización puede tener lugar en parques y zonas de recreo, calles, playas y otros lugares al aire libre donde la circulación del aire sea buena. Incluso en pandemias, los espacios públicos deben permanecer abiertos a menos que se produzcan oleadas.

Necesitamos acceso a las vacunas y las bajas por enfermedad remuneradas

Se pueden salvar más vidas dando prioridad a la vacunación de las personas vulnerables —las personas mayores, por ejemplo, en el caso de la COVID— y de los trabajadores de primera línea de las industrias esenciales; mejorando la calidad del aire interior; utilizando adecuadamente cubrebocas N95 o KN95 de alta calidad; y garantizando que los trabajadores cuenten con bajas por enfermedad remuneradas para que puedan tomarse tiempo libre mientras ellos o los miembros de su hogar estén infectados y necesiten cuidados.

La indiferencia puede matar

Durante la mayor parte del siglo XX, la vida se hizo mucho más segura a medida que disminuían los riesgos de muerte en accidentes de tráfico y laborales y por enfermedades. Pero la COVID invirtió esa narrativa en el siglo XXI. Aun así, la gente parece haberse acostumbrado a la COVID, aunque fue la tercera causa de muerte en Estados Unidos en 2020 y 2021, y la cuarta el año pasado. Los estadounidenses parecían tolerar casi 200.000 muertes anuales por COVID, más muertes que los accidentes cerebrovasculares y la diabetes, y casi cinco veces más que el cáncer de mama. Nos preocupa que esta indiferencia esté relacionada con el hecho de que más de tres cuartas partes de todas las muertes por COVID se hayan producido entre personas mayores, minorías y personas con obesidad y diabetes. Esto, por supuesto, es inaceptable, y debemos redoblar nuestra atención a los más vulnerables y tratarlos como nuestros iguales.

La pandemia de COVID no será la última que afecte a Estados Unidos y la próxima podría ser peor

Estados Unidos está repitiendo su enfoque de “pánico y olvido” ante las crisis. A menos que adoptemos políticas inteligentes, en la próxima emergencia sanitaria Estados Unidos volverá a confiar en la improvisación, el ensayo-error y la suerte en lugar de en los datos, la planificación y la preparación. Y trágicamente, cientos de miles, si no millones, podrían sufrir y morir como consecuencia de nuestra lasitud.

Mientras la emergencia de salud pública llega a su fin, nos preocupa que la atención prestada a otras crisis deje de lado la planificación y la ejecución de nuestras recomendaciones. Las generaciones futuras pagarán el precio a menos que respondamos con reformas sustanciales.

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