Rubén Blades fue el rey de la noche del jueves con un generoso concierto de más de dos horas, larguísimo para un festival, en el que repasó sus éxitos, acompañado de la veintena de músicos de la ‘big band’ de Roberto Delgado.
La salsa comprometida de Rubén Blades, la descarga de energía de los colombianos Bomba Estéreo y la sabrosura cubana de Los Van Van y Omara Portuondo, calentaron el jueves una segunda jornada del festival Cruïlla de Barcelona, de marcado sabor latino.
Rubén Blades fue el rey de la noche con un generoso concierto de más de dos horas, larguísimo para un festival, en el que repasó sus éxitos, acompañado de la veintena de músicos de la ‘big band’ de Roberto Delgado.
El panameño abrió la fiesta con “Plástico”, un tema de 1978, cuya letra sigue siendo plenamente actual y que el jueves bailó una nueva generación de salseros.
Matrimonios tradicionales que llevan toda la vida bailando juntos, amigos que se acaban de conocer en una clase de salsa, parejas homosexuales, pandillas en las que todos bailan con todos…, todo el mundo disfrutó de “Vale más un guaguancó”, “Buscando la guayaba” y la maravillosa “Pedro Navaja”, con la que se despidió de “la ciudad donde nació Joan Manuel Serrat”.
Pero el festival empezó mucho antes, en el escenario junto al mar del Parc del Fòrum, que abrieron, antes de la puesta de sol, Los Van Van, una orquesta inmortal, que lleva más de cincuenta años saltando de generación en generación.
Vanessa Formell, hija de Juan Formell, el famoso contrabajista cubano que fundó Los Van Van en 1969, se puso al frente de los catorce músicos y empezó su actuación con “Después de todo”, ante un público entusiasta que coreó ésta y todas las canciones.
“Me emociona esta melodía porque me la enseñó mi padre cuando se separó de mi madre”, dijo la artista, que cantó al desamor con alegría y supo contagiar buen rollo, a pesar de que su hermano y también miembro de la banda, Juan Carlos Formell, no les acompañó en esta gira porque murió hace un mes, repentinamente, tras un concierto en Nueva York.
Las penas van por dentro y el ritmo nunca decayó con esta orquesta incombustible, que precedió en el mismo escenario a otra cubana insigne, Omara Portuondo.
A sus 92 años, la diva del Buena Vista Social Club sigue de gira transoceánica, una proeza que el público le agradece en cada concierto con aplausos y muestras de cariño, aunque hace sufrir verla tan frágil y uno se pregunta si no sería mejor que no viajara tanto.
Pero quizás está bien así porque se le iluminó la cara cuando apareció ante su público, apoyada del brazo de su hijo, y se sentó en una butaca, junto al pianista José Portillo.
La banda le dio más de un respiro, con temas instrumentales, pero aun así interpretó con mucho ‘feeling’ “Drume negrita”, “Quizás, quizás, quizás”, “20 años” y “Tal vez”, entre otras grandes canciones.
Cuba también se coló en el concierto de Iseo & Dodosound, una banda navarra con influencias jamaicanas, que cambió de isla para rendir homenaje a otro mito de Buena Vista Social Club, Compay Segundo, que apareció en la pantalla mientras versionaban “Chan Chan”.
Otra formación nacida del lado europeo del Atlántico, la de la catalana Judit Neddermann, “cruzó el charco” con las canciones de su nuevo álbum, “LAR”, entre la música brasileña y el folclore ibérico.
Quien también cruzó muchos mares para llegar al Cruïlla fue la australiana Tash Sultana, que tuvo la mala suerte de actuar en el momento de la tarde en el que cayó una suave, pero persistente lluvia.
Pero nada logró romper el hechizo y la cantante y multiinstrumentista consiguió que los espectadores prefirieran mojarse que resguardarse, hipnotizados por los bucles de su música.
Despidió la noche la energía desbordante de Bomba Estéreo y su electrónica mestiza.