Los enemigos de Estados Unidos unen fuerzas

Los enemigos de Estados Unidos unen fuerzas
Foto: Luke Michael en Unsplash

Tanto con Donald Trump como con el presidente Biden, Washington ha contribuido a crear las mismas alianzas antiestadounidenses que ahora lamenta.

Hace poco, el gobierno de Biden hizo dos anuncios desafortunados: Irán está ayudando a fabricar drones para Rusia. China una base espía en Cuba.

El mensaje es claro: los enemigos de Estados Unidos están uniendo fuerzas. Ahora constituyen lo que el influyente Center for a New American Security de Washington denominó hace poco un nuevo, que amenaza los intereses de Estados Unidos desde Asia Oriental hasta el Caribe y desde Europa Oriental hasta el Golfo Pérsico. La frase implica que lo que une a los gobiernos de Rusia, China, Irán y Cuba es su común aversión a la democracia, y a cierta tipo de la política exterior de Washington, que a menudo describe las luchas geopolíticas de Estados Unidos como contiendas entre la libertad y la tiranía, esta descripción le resulta atractiva.

Pero hay un problema. Hace apenas unos años, los gobiernos de Cuba e Irán —que tenían los mismos sistemas políticos autoritarios en aquel momento— buscaban estrechar lazos con Washington. No se dirigieron hacia Rusia y China porque se dieron cuenta de que odiaban la democracia. Se desviaron porque Estados Unidos rechazó esas propuestas y los llevó a los brazos de las grandes potencias enemigas de Estados Unidos. Tanto con Donald Trump como con el presidente Biden, Washington ha ayudado a crear las mismas alianzas antiestadounidenses que ahora lamenta, que es exactamente lo que hizo durante la última Guerra Fría.

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Pensemos en Cuba

Durante la mayor parte de la era de la Guerra Fría, la estrategia de su gobierno fue bastante clara: mantener su sistema político cerrado mientras abría la economía a la inversión extranjera. Esto requirió el mejoramiento de las relaciones con Washington, ya que las sanciones estadounidenses no solo le impedían a Cuba acceder a su mayor fuente potencial de turismo y comercio, sino que también ahuyentaban a las empresas europeas. William LeoGrande, experto en América Latina de la Universidad Americana, me dijo: “Cada componente importante de la estrategia económica de Cuba en las últimas dos décadas se había basado en las expectativas a largo plazo de que la relación con Estados Unidos mejoraría”.

En 2014, esa estrategia comenzó a rendir frutos. El gobierno de Obama anunció el fin de las décadas de enemistad de Estados Unidos con el gobierno cubano y pronto todo el mundo, desde Conan O’Brien hasta Andrew Cuomo y  Nash aparecieron en La Habana. En aquel entonces, como experto en Cuba de la Universidad de Miami, Michael J. Bustamante, que: “la bandera estadounidense se ha convertido en el estandarte nacional más elegante, ya que aparece en las playeras, mallas y camisetas de los cubanos”.

Luego, Donald Trump llegó a la Casa Blanca y todo se vino abajo. En 2019, impuso las sanciones económicas más drásticas en más de medio siglo. Un mes después, Cuba comenzó el jabón, los huevos, el arroz y los frijoles. Según The Wall Street Journal, por esas mismas fechas, la red de vigilancia china en la isla “experimentó una mejora significativa” (los ministerios de relaciones exteriores de Cuba y China han negado que haya instalaciones de vigilancia chinas en Cuba). Evan Ellis, analista de América Latina en el Colegio de Guerra del Ejército de Estados Unidos, declaró a The Journal que el acuerdo “consiste en esencia en que los chinos pagan por ver” y agregó que “China le da a Cuba el dinero que tanto necesita a cambio de que China pueda tener acceso a las instalaciones de escucha”. El otoño pasado, China acordó la restructuración de la deuda externa de Cuba y la donación de 100 millones de dólares a la isla. Una de las razones por las que Cuba sigue necesitando el dinero de Pekín es que el gobierno de Biden mantiene en vigor sanciones clave de Trump.

Las relaciones entre Estados Unidos e Irán siguen un patrón similar. Cuando los dos países firmaron el acuerdo nuclear de 2015, el entonces ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Mohammad Javad Zarif, lo calificó “no de un techo sino de una base sólida sobre la que ahora debemos comenzar a construir”. Los gobernantes iraníes, al igual que los cubanos, esperaban que unas mejores relaciones con Estados Unidos estimularan la inversión occidental. Aunque algunos iraníes de línea dura temían que los lazos económicos con Occidente debilitaran al régimen, Zarif y el presidente Hassan Rouhani apostaron por una economía más fuerte que fortaleciera la posición regional del país y calmara el descontento popular, lo cual ayudaría a consolidar el despótico sistema político del país.

No salió como esperaban. Trump canceló el acuerdo nuclear y volvió a imponer duras sanciones. En lugar de reincorporarse al acuerdo en su primer día en el cargo, el gobierno de Biden hizo demandas adicionales, que aunaron a frustrar los esfuerzos para revivir el acuerdo. Y cuando se desvanecieron las posibilidades de que hubiera inversiones estadounidenses importantes y europeas, también se esfumó la influencia de Washington sobre las relaciones de Irán con Moscú. Irán tiene ahora poco que perder con el desarrollo de lo que un vocero del Consejo de Seguridad Nacional denominó en fechas recientes una “asociación de defensa a gran escala” con Rusia.

Esta no es la primera vez que Estados Unidos empuja a las naciones más pequeñas a los brazos de superpotencias enemigas. También lo hizo durante la Guerra Fría. En su libro “Embers of War”, Fredrik Logevall señala que hasta fines de la década de 1940, Ho Chi Minh, el líder nacionalista vietnamita, creía que Estados Unidos “podía defender su causa” de independencia de Francia. Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército rebelde de Minh, el Viet Minh, colaboró con la Oficina de Servicios Estratégicos, precursora de la CIA, en la lucha de Estados Unidos contra Japón.

Pero a medida que las tensiones de la Guerra Fría se exacerbaron, el gobierno de Truman ignoró a sus expertos en Asia —muchos de los cuales consideraban al Viet Minh un movimiento más nacionalista que comunista— y respaldó los esfuerzos franceses para conservar su imperio. Para 1950, el Viet Minh recibía armas de la China comunista.

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Una década más tarde

Estados Unidos hizo algo parecido en Cuba. Tras su llegada al poder a principios de 1959, Fidel Castro se propuso redistribuir la riqueza y revisar la relación históricamente servil de la isla con Washington. Pero a pesar de las inclinaciones izquierdistas de Castro, señalan William LeoGrande y Peter Kornbluh en su libro “Diplomacia encubierta con Cuba”, “este no mostró ninguna afinidad especial por la Unión Soviética durante su primer año en el poder”. Fue solo después de que Castro nacionalizó grandes plantaciones, lo que llevó al gobierno de Eisenhower a empezar a tramar su derrocamiento, cuando La Habana empezó a depender de Moscú para su ayuda económica y militar. La animadversión de Estados Unidos, observó el líder soviético Nikita Jruschov, empujó a Cuba hacia la Unión Soviética “como una lima de hierro a un imán”.

La Guerra Fría debería recordarnos que países con sistemas políticos similares no son necesariamente aliados. Durante la Guerra Fría, muchos responsables políticos estadounidenses dudaban de que los gobiernos comunistas pudieran mantenerse independientes de la URSS. Pero eso es justo lo que ocurrió en Yugoslavia, donde Josip Broz Tito se separó de la Unión Soviética en 1948 y después recibió de buena gana la ayuda estadounidense. En los años sesenta, la Unión Soviética y China incluso fueron adversarios.

Incluso si los gobiernos que compartían una ideología marxista común no siempre se llevaban bien, hay aún menos razones para creer que los diversos tipos de tiranía practicados en China, Rusia, Irán y Cuba constituyan hoy un vínculo que une a estas naciones. No hay nada ideológicamente predestinado en los crecientes lazos militares o de seguridad entre La Habana y Pekín o Teherán y Moscú. Se derivan, en gran medida, de los esfuerzos de Washington por someter a Cuba e Irán en lugar de forjar relaciones de trabajo con regímenes cuyos sistemas políticos y orientaciones de política exterior nos desagradan.

Estos días, desde Washington, los partidarios de una estrategia de confrontación dicen que Estados Unidos no puede levantar las sanciones generales impuestas a Irán y Cuba, a pesar de que le nieguen alimentos y medicamentos a la ciudadanía, porque ambos países colaboran con los enemigos de Estados Unidos. Tal vez estos partidarios deberían haber pensado en eso antes de negociar esas asociaciones en primer lugar.

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