Hay una pregunta difícil que mis compañeros médicos y yo tendremos que responder pronto

Hay una pregunta difícil que mis compañeros médicos y yo tendremos que responder pronto
Foto: Shira Inbar para The New York Times. Hay una pregunta difícil que mis colegas médicos y yo tendremos que responder pronto.

¿De qué manera la inteligencia artificial cambiará la práctica de la medicina?

Cuando me enfrentaba a una pregunta especialmente difícil en las guardias durante mi año como residente, corría al baño. Allí hojeaba el libro de referencias médicas que llevaba en el bolsillo, encontraba la respuesta y volvía al grupo, lista para responder.

En ese entonces, creía que mi trabajo consistía en memorizar, en recordar a la perfección los epónimos médicos más arcanos. Sin duda, un excelente médico clínico no necesitaría consultar un libro o una computadora para diagnosticar a un paciente. O eso pensaba entonces.

Ni siquiera dos décadas después, nos encontramos en los albores de lo que muchos consideran una nueva era de la medicina, en la que la inteligencia artificial comunicarse con los pacientes, ofrecer diagnósticos. El potencial es deslumbrante. Sin embargo, a medida que estos sistemas mejoren y se integren a nuestra práctica en los próximos años, nos enfrentaremos a preguntas complicadas: ¿dónde residen los conocimientos especializados? Si el proceso de reflexión para llegar a un diagnóstico puede hacerlo un “copiloto” informático, ¿cómo cambia eso la práctica de la medicina, para los médicos y para los pacientes?

Aunque la medicina es un campo en el que la innovación salva vidas, los médicos son –irónicamente— relativamente lentos a la hora de adoptar nuevas tecnologías. Todavía utilizamos el fax para enviar y recibir información de otros hospitales. Cuando el expediente clínico electrónico me advierte que la combinación de signos vitales y anomalías de laboratorio de mi paciente podría apuntar a una infección, la información me parece más intrusiva que útil.

Parte de estas dudas se debe a la necesidad de probar cualquier tecnología antes de poder confiar en ella. Pero también está la noción romántica del médico que realiza el diagnóstico cuya mente contiene más información que cualquier libro de texto.

Aun así, la idea de una computadora diagnosticadora es atractiva desde hace mucho tiempo. Los médicos llevan décadas intentando crear máquinas que “piensen” como un médico y diagnostiquen a los pacientes, como un programa estilo Dr. House, capaz de asimilar un conjunto de síntomas dispares y sugerir un diagnóstico unificador.

Pero los primeros modelos tomaban mucho tiempo y, en última instancia, no eran especialmente útiles en la práctica. Su utilidad fue limitada hasta que los avances en el procesamiento del lenguaje natural hicieron realidad la inteligencia artificial generativa, en la que una computadora puede crear nuevos contenidos como lo haría un ser humano. No se trata de buscar una serie de síntomas en Google, sino que estos programas tienen la capacidad de sintetizar datos y “pensar” como un experto.

Hasta la fecha, no hemos integrado la inteligencia artificial generativa en nuestro trabajo en la unidad de cuidados intensivos. No obstante, parece claro que inevitablemente lo haremos. Una de las formas más fáciles de imaginar el uso de la inteligencia artificial es cuando se trata de trabajos que requieren el reconocimiento de patrones, como la lectura de radiografías.

Incluso el mejor médico puede ser menos hábil que una máquina a la hora de reconocer patrones complejos sin prejuicios. También existe un gran interés en la posibilidad de que los programas de inteligencia artificial escriban por nosotros las notas diarias de nuestras consultas con pacientes, como una especie de escriba electrónico, lo que nos ahorraría mucho tiempo. Como dice Eric Topol, cardiólogo que ha escrito sobre la promesa de la inteligencia artificial en la medicina, esta tecnología podría fomentar la relación entre pacientes y médicos. “Hay un largo camino que recorrer para devolver la humanidad a la medicina”, me dijo.

Más allá de ahorrarnos tiempo, la inteligencia de la inteligencia artificial —si se usa bien— podría mejorar nuestro desempeño en el trabajo. Francisco López-Jiménez, codirector de Inteligencia Artificial en Cardiología de la Clínica Mayo, ha estado estudiando el uso de la inteligencia artificial para leer electrocardiogramas, o ECG, que son una simple grabación de la actividad eléctrica del corazón. Un cardiólogo experto puede extraer todo tipo de información de un ECG, pero una computadora puede obtener más, incluyendo una evaluación del funcionamiento del corazón, lo que podría ayudar a determinar quién se beneficiaría de pruebas más especializadas.

Y lo que es aún más sorprendente es que López-Jiménez y su equipo descubrieron que, cuando se le pedía que predijera la edad con base en un ECG, el programa de inteligencia artificial daba de vez en cuando una respuesta totalmente incorrecta. Al principio, los investigadores pensaron que la máquina simplemente no era buena para predecir la edad basándose en el ECG, hasta que se dieron cuenta de que la máquina ofrecía la edad “biológica” en lugar de la cronológica, explicó López-Jiménez. Al basarse únicamente en los patrones del ECG, el programa de inteligencia artificial sabía más sobre el envejecimiento de un paciente de lo que jamás podría saber un médico clínico.

Y esto es solo el principio. Algunos estudios están utilizando la inteligencia artificial para intentar diagnosticar el padecimiento de un paciente solo con base en la voz. Los investigadores promueven la posibilidad de que la inteligencia artificial acelere el descubrimiento de medicamentos. No obstante, como médico de una unidad de cuidados intensivos, creo que lo más convincente es la capacidad de los programas de inteligencia artificial generativa para diagnosticar a un paciente. Imagínatelo: un experto de bolsillo en las guardias con la capacidad de sondear la abundancia de conocimientos existentes en cuestión de segundos.

¿Qué pruebas necesitamos para utilizar todo esto?

El estándar es más alto para los programas de diagnóstico que para los que escriben nuestras notas. Pero la forma en que solemos probar los avances en medicina —un ensayo clínico aleatorizado rigurosamente diseñado que lleva años— no funcionará aquí. Al fin y al cabo, para cuando finalizara el ensayo, la tecnología habría cambiado. Además, la realidad es que estas tecnologías van a abrirse camino en nuestra práctica diaria, se prueben o no.

Adam Rodman, internista del Hospital Beth Israel Deaconess de Boston e historiador, descubrió que la mayoría de sus estudiantes de Medicina ya utilizan Chat GPT, para que les ayude en las guardias o incluso para predecir las preguntas de los exámenes. Rodman tenía curiosidad por saber cómo se desenvolvería la inteligencia artificial en casos médicos difíciles, por lo que le planteó el desafiante caso semanal de la publicación New England Journal of Medicine y halló que el programa ofrecía el diagnóstico correcto en una lista de posibles diagnósticos poco más del 60 por ciento de las veces. Lo más probable es que este desempeño sea mejor que el que cualquier individuo podría lograr.

Queda por ver cómo se trasladan estas habilidades al mundo real. Pero incluso mientras se prepara para adoptar la nueva tecnología, Rodman se pregunta si se perderá algo. Después de todo, la formación de los médicos ha seguido durante mucho tiempo un proceso claro: atendemos pacientes, nos esforzamos en su cuidado en un entorno supervisado y volvemos a hacerlo hasta que terminamos nuestra formación. Pero con la inteligencia artificial, existe la posibilidad real de que los médicos en formación se apoyen en estos programas para hacer el arduo trabajo de generar un diagnóstico, en lugar de aprender a hacerlo ellos mismos.

Si nunca has analizado un cúmulo de síntomas al parecer inconexos para llegar a un posible diagnóstico, sino que has confiado en una computadora, ¿cómo vas a aprender los procesos de pensamiento necesarios para alcanzar la excelencia como médico?

En un futuro muy próximo, las nuevas generaciones no van a desarrollar estas habilidades igual que nosotros”, predijo Rodman.

Incluso en el caso de que la inteligencia artificial escriba nuestros apuntes, Rodman ve una contrapartida. Al fin y al cabo, las notas no son solo una tarea pesada, sino que también representan un momento para estudiar la situación, revisar los datos y reflexionar sobre los pasos a seguir para nuestros pacientes. Si delegamos ese trabajo, seguramente ganaremos tiempo, pero quizá también perdamos algo más.

No obstante, existe un equilibrio. Tal vez los diagnósticos que ofrezca la inteligencia artificial se conviertan en un complemento de nuestros propios procesos de pensamiento, sin sustituirnos, sino proporcionándonos todas las herramientas para mejorar. Sobre todo para quienes trabajan en entornos con pocos especialistas a los que consultar, la inteligencia artificial podría poner a todo el mundo en el mismo nivel. Al mismo tiempo, los pacientes utilizarán estas tecnologías, harán preguntas y acudirán a nosotros con posibles respuestas. Esta democratización de la información ya se está produciendo y aumentará con el tiempo.

Quizá ser experto no signifique ser una fuente de información, sino sintetizar y comunicar, y utilizar el juicio para tomar decisiones difíciles. La inteligencia artificial puede formar parte de ese proceso, ser una herramienta más, pero nunca sustituirá la mano junto a la cama, el contacto visual, la comprensión, lo que significa ser médico.

Hace unas semanas, descargué la aplicación de Chat GPT. Le he hecho todo tipo de preguntas, desde médicas hasta personales. Y la próxima vez que trabaje en la unidad de cuidados intensivos, cuando me enfrente a una pregunta en las guardias, puede que abra la aplicación y vea qué tiene que decir la inteligencia artificial.

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