El dinero de la energía verde de Biden es un poco de azúcar sobre una píldora envenenada

El dinero de la energía verde de Biden es un poco de azúcar sobre una píldora envenenada
Ilustración: A. Internacional. Estados Unidos de América ondeando bandera con muchos pliegues y Joe Biden.

La respuesta del presidente a la crisis climática ha sido, en una palabra, ‘más’. pero ‘más’ no basta con los combustibles fósiles.

Acabamos de tener el verano más caluroso que se haya registrado; hubo incendios descontrolados en Canadá y Hawái, inundaciones devastadoras desde Eslovenia, Sudán y Hong Kong hasta Vermont y Brasil. Hemos visto casi la mitad de las aguas oceánicas del mundo en una ola de calor, pues absorbieron más o menos un 90 por ciento del calor que producen nuestras emisiones de gases de efecto invernadero.

Entre todas esas catástrofes un nuevo informe de Oil Change International, que se dio a conocer el 12 de septiembre, mostró que a pesar de su retórica en materia de cambio climático, Estados Unidos es responsable de una tercera parte de la expansión de petróleo y gas en todo el planeta de aquí a 2050, mucho más que cualquier otro país.

El presidente Biden, con ayuda y obstáculos del Congreso, ha conseguido financiamiento federal para las tecnologías limpias. Es un paso crucial, pero brutalmente insuficiente: si seguimos perforando, bombeando y utilizando petróleo y gas, el dinero de la energía verde seguirá siendo un poco de azúcar sobre una píldora envenenada.

Antes de la Cumbre sobre la Ambición Climática de las Naciones Unidas de este año

Biden ha hecho concesiones a los grupos de presión ecologistas, arrendamientos de petróleo y gas en importantes reservas y refugios de Alaska. Esos gestos se agradecen, pero también son fáciles. La tarea más difícil y esencial es eliminar los incentivos que permiten a las empresas petroleras y de gas continuar con su frenético ritmo de producción, transporte y especulación.

La respuesta del presidente a la crisis climática ha sido, en una palabra, más y más dinero para la energía solar y eólica, ¡sin duda! Pero también más producción petrolera y más exportaciones de combustibles que calientan el planeta. ¡Más de todo! Es el camino de menor resistencia. Y, después de todo, más es el estilo estadounidense.

Pero más no es suficiente con los combustibles fósiles, tanto si los utilizamos nosotros mismos como si los vendemos a otros países. Las exportaciones estadounidenses de crudo han aumentado casi un 850 por ciento desde que se levantó una importante prohibición de exportación en 2015, y en 2023, la producción nacional de petróleo alcanzará una cifra sin precedentes. Limpiar nuestra cartera nacional no significará mucho si seguimos enviando combustibles sucios para quemarlos en el extranjero.

La carrera para descarbonizarnos debería aceptarse como una carrera hacia la emancipación y hacia una mayor paz mundial. Los combustibles fósiles subsidian en este momento conflictos que van desde la guerra de Rusia contra Ucrania hasta las guerrillas en Birmania. En Estados Unidos, también tienen una influencia regresiva, ya que los elevados costos de la producción de combustibles fósiles para el medioambiente local recaen sobre las poblaciones de primera línea que en su mayoría son comunidades pobres y de color.

Esto significa que la lucha emergente en contra del dominio de los combustibles fósiles no es un débil eco simbólico de, por ejemplo, las luchas por los derechos civiles y el voto femenino, o de los trabajadores organizados por un trato justo en la década de 1930. Es una fusión de los impulsos detrás de cada uno de estos movimientos de liberación de las masas, que luchan por unir la necesidad de justicia medioambiental con la necesidad de equidad racial, derechos de los trabajadores y un sistema económico que valore el bien común por encima de los intereses cortos de miras y elitistas. Les pide a nuestros líderes que usen la ciencia como fundamento de las políticas públicas y de la acción racional. Y no lo pide en nombre de un solo grupo, sino de todos nosotros.

Hasta ahora, Estados Unidos es Goliat, no David. Por primera vez, los líderes mundiales nombran y culpan a los combustibles fósiles de la crisis: mientras que el Acuerdo de París ni siquiera los menciona, el secretario general de la ONU, António Guterres, los menciona con todas sus letras al solo recibir en la cumbre a las naciones que se comprometan a no desarrollar nuevos combustibles fósiles y a presentar planes concretos de transición y eliminación gradual.

Con su enorme peso económico, militar y político, Estados Unidos es el coloso que se interpone en el camino de una ofensiva planetaria contra las emisiones. El Congreso tiene lazos profundos con la industria de los combustibles fósiles y eso seguirá siendo así en el corto plazo. Con el tiempo, podemos esperar que su corrupción disminuya y que se ponga en marcha un tardío instinto de supervivencia. Pero en este momento crucial, cuando la ciencia nos dice que tenemos que alcanzar el pico de emisiones en 2025, la única forma de avanzar es a través del poder executivo.

El presidente Biden no puede evitar que las petroleras perforen terrenos estatales o privados, que son la fuente de la mayor parte de nuestra producción actual, pero sí puede eliminar de manera gradual la producción de petróleo y gas en terrenos públicos. Y puede restablecer la prohibición de exportar petróleo y gas de tierras privadas. Puede dejar de aprobar todos los nuevos proyectos de petróleo y gas, incluida la proyectada terminal petrolífera de Sea Port frente a la costa de Texas, destinada a aumentar nuestras exportaciones, así como más sitios de exploración y perforación en el golfo de México.

Puede declarar la desestabilización climática como la emergencia que es y detener los miles de millones de dólares de financiamiento de combustibles fósiles invertidos en el extranjero, que garantizan la extracción durante décadas. Puede ordenar a la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos que establezca límites nacionales para los gases de efecto invernadero con fundamento en la Ley de Aire Limpio.

Puede poner fin a los programas de financiamiento de combustibles fósiles del Departamento de Energía y exigir que todas las ventas de nuevos vehículos sean de cero emisiones para 2030. Puede enjuiciar a los contaminadores y a las empresas de servicios públicos por los daños que causen con demandas por molestias y fraude, como acaba de hacer el gobernador Gavin Newsom en California y presentar demandas por violación de las leyes antimonopolios en contra de las entidades que obstruyen la transición a la energía limpia.

El presidente Biden puede hacer todo esto. Si actúa ahora con urgencia y fuerza, puede sustituir la píldora envenenada de las emisiones de carbono por una medicina. Puede darnos la esperanza de que los que vengan después de nosotros no se verán sometidos a veranos de caos que cada año son más devastadores.

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