Las causas están bajo investigación, pero fuentes oficiales señalan a EFE que “el 90 % de los incendios en el Pantanal tienen origen humano, ya sea intencional o no”
La carretera BR-262, en el corazón del Pantanal brasileño, es cercada por olas de fuego en cuestión de segundos, mientras los bomberos se abren paso entre la maleza para cortarles el paso. Los incendios arrasan de nuevo el mayor humedal del planeta, esta vez en una época atípica.
Es noviembre y ya debería estar lloviendo a raudales en este vasto ecosistema que Brasil comparte con Paraguay y Bolivia, pero desde el cielo no se atisba ni una nube con ganas de descargar y sí una fina humareda que cubre toda la región por cientos de kilómetros.
Es uno de los rastros de las llamas; el otro es un paraje gris y desolador.
El temido ‘triple 30’
Hoy, aquí manda el llamado ‘triple 30’, la ecuación que más temen los brigadistas: temperaturas por encima de 30 grados – el viernes superaron los 40-, humedad por debajo del 30 % y vientos superiores a los 30 kilómetros por hora.
“Sumados estos tres factores, corre”, dice a EFE Bruno Águeda, supervisor de las brigadas del Instituto Brasileño de Medioambiente (Ibama) dedicadas a combatir los incendios forestales.
Una combinación explosiva hecha realidad y que ha transformado el Pantanal, un bioma sin igual declarado Patrimonio de la Humanidad por la ONU, en un infierno en la tierra nuevamente, como ya ocurrió en 2020.
Parte de los esfuerzos se centran ahora en un enorme frente que partió del Parque Estatal Pantanal do Rio Negro y se ha dividido en dos, rodeando un área extensa del estado de Mato Grosso do Sul.
Las causas están bajo investigación, pero fuentes oficiales señalan a EFE que “el 90 % de los incendios en el Pantanal tienen origen humano, ya sea intencional o no”, y que muchos de ellos se desatan por el manejo irresponsable de las basuras y la quema de rastrojos.
Un frente de 20 kilómetros con vida propia
Uno de esos brazos de fuego se extiende por “unos 20 kilómetros” y la misión de Samuel Pedrozo, capitán del Cuerpo de Bomberos, es ponerle freno a su paso por la BR-262, una carretera estratégica para la economía brasileña que sirve para dar salida a la prolífica industria agropecuaria nacional.
Porque, aunque el paisaje está repleto de fauna salvaje a primera vista (ñandúes, tucanes, cérvidos, guacamayos, zorros, caimanes, carpinchos…), en esta zona abundan sobre todo las grandes haciendas privadas con cientos de cabezas de ganado a su servicio.
La BR-262 ha llegado a convertirse en un túnel de fuego días atrás y las autoridades brasileñas intentan que no se repita la historia. Hay demasiado en juego.
El viernes, las llamas recobraron fuerza y el equipo de Pedrozo intenta resfriar los márgenes de la carretera, pero ni con esas. El fuego ya ha atravesado el asfalto y avanza por el otro lado.
“No podemos acceder al frente, ni con camión, ni con coche-patrulla. La temperatura es altísima y luego está la cuestión del viento”, explica resignado Pedrozo, mientras dos de sus colegas se adentran entre la vegetación seca con una manguera de agua.
Otro lanza un dron para ver el camino del fuego y ver por dónde pueden atacarlo. Están exhaustos. El sudor les chorrea por las gafas de protección. El pañuelo con el que se protegen nariz y boca está negro. El mono naranja ya es casi ocre del desgaste de la ceniza.
La dirección del viento cambia de repente y unos metros más atrás, del otro lado del arcén, una llamarada ha tomado fuerza y ha devorado un pedazo de vegetación casi sin que se dieran cuenta. De repente, tienen llamas a un lado y al otro. El humo empieza a intensificarse.
Este es apenas uno de los 3.098 fuegos detectados en el Pantanal en la primera quincena de noviembre, el peor dato de la serie histórica, con mucha diferencia, para este mes, cuando los incendios son raros por ser la estación húmeda, de la que aún no se tienen noticias.