Hacer entregas: promesas y peligros para los migrantes

Hacer entregas: promesas y peligros para los migrantes
Foto: Juan Arredondo/The New York Times. Motocicletas, ciclomotores y bicicletas eléctricas afuera del Hotel Roosevelt, donde se alojan los migrantes recién llegados en Manhattan.

Después de llegar a Nueva York a finales de mayo, Mayco Milano, un migrante venezolano, pasó un mes caminando por todo Manhattan en busca de trabajo. Milano, que no habla inglés, fue rechazado en innumerables restaurantes, pero consiguió un trabajo en la construcción. Sin embargo, este terminó después de tres días, cuando le pidieron su número de Seguro Social.


Luego se encontró con una oportunidad estacionada frente a su puerta. Alineados en las aceras del Hotel Roosevelt en el centro de Manhattan, donde se alojan Milano y cientos de otros migrantes recién llegados, había decenas de ciclomotores de trabajadores de entrega de alimentos. Milano pronto decidió que ser repartidor de alimentos sería su forma más rápida (y quizás la única) de ganarse la vida.

Milano encontró a otro venezolano en Queens que alquila ciclomotores por semana y encontró a un dominicano que proporciona accesos funcionales a Uber Eats por una comisión. Y con eso, Milano se unió al ejército anónimo de 65,000 trabajadores de reparto de alimentos de la ciudad de Nueva York.

Milano es uno de los aproximadamente 110.000 migrantes que han llegado a la ciudad de Nueva York durante el último año y medio, una afluencia que se ha convertido en una crisis existencial para la ciudad, pues ha tensado su red de seguridad social, su presupuesto e incluso sus proclamados valores. La lucha por albergar a los migrantes de la frontera sur ha alterado el panorama político nacional y trastornado las alianzas tradicionales; ha puesto a prueba particularmente lo que alguna vez fue la sólida relación entre el alcalde Eric Adams y el presidente Joe Biden.

 

Foto: Juan Arredondo/Los New York Times. Rito Zambrano, un migrante de 47 años de Valencia, Venezuela, con su bicicleta eléctrica con pedaleo asistido en Manhattan. Zambrano pudo comprar su propia bicicleta eléctrica con pedaleo asistido; Como vive en un refugio para inmigrantes, donde las baterías de litio y hierro están prohibidas, no puede cargarlas y debe pedalear todo el tiempo.

No obstante, en la práctica, lo que está en juego para personas como Milano es simple: necesitan un empleo y no se les permite trabajar.

En el refugio te apoyan con un lugar para dormir y algo de comida, pero también necesitas mejorar tus circunstancias por tu cuenta”, aseguró.

Para muchos migrantes, la entrega de alimentos ha demostrado ser la manera más fácil de ganar dinero para comenzar a mantener a sus familiares o pagar las deudas acumuladas durante el viaje a Nueva York. En esencia, cualquiera que tenga una moto y un teléfono inteligente está calificado, y las aplicaciones de entrega a domicilio como Uber Eats, DoorDash y Grubhub no requieren mucha verificación.

Pero a medida que los migrantes han incursionado en masa en las entregas a domicilio

Ese trabajo se ha vuelto cada vez más complicado: la ciudad ha empezado a tomar medidas enérgicas contra los ciclomotores no registrados, los vehículos de los que dependen los migrantes más nuevos. En las últimas semanas, el Departamento de Policía, con el argumento de quejas por ruido y preocupación por la seguridad, se ha dirigido a varios refugios de migrantes para confiscar una gran cantidad de motos de reparto sin matrícula. En lo que va del año, la policía de Nueva York ha incautado más de 7000 ciclomotores.

Al mismo tiempo, ha surgido una nueva industria de agentes de ciclomotores en el mercado negro para cubrir la demanda (y a veces aprovecharse) de los migrantes más nuevos, que llegan con poco dinero, sin cuenta bancaria y sin identificación fiscal ni número de Seguro Social. Varios migrantes, entre ellos un hombre que debe 15.000 dólares a usureros en Venezuela, hablaron con franqueza sobre su dependencia de una red turbia de intermediarios para conseguir bicicletas motorizadas, usar cuentas de aplicaciones de otros y, si todo va bien, recibir pagos.

 

Foto: Juan Arredondo/The New York Times. Mayco Milano, un migrante que llegó a Nueva York procedente de Venezuela hace tres meses, en Manhattan, Milano realiza entregas para Uber Eats con una cuenta registrada a nombre de “Jessica”.

Milano, desesperado por pagar las grandes deudas que contrajo al traer a su esposa y sus tres hijos a los Estados Unidos, alquila un ciclomotor (con casco, candado y bolso, pero sin matrícula) por 400 dólares a la semana; por el privilegio de utilizar una cuenta de Uber Eats identificada con el nombre de “Jessica”, paga una comisión semanal de 150 dólares a una mujer venezolana.

Estas tarifas del mercado negro consumen la mayor parte de lo que gana, pero le permiten trabajar por más de 10 horas al día, siete días a la semana. Milano realiza entregas por todo Manhattan y Brooklyn, a veces hasta 30 por día.

Por cada pedido, Uber Eats le paga una tarifa determinada por un algoritmo

Unos 4 dólares en promedio; los clientes pueden agregar una propina a través de la aplicación. “Jessica” recibe todas sus ganancias como depósito directo en su cuenta bancaria y luego le entrega a Milano sus pagos y propinas en efectivo, menos la comisión. Al menos así es como se supone que funciona.

En julio, después de una buena semana durante la cual ganó 890 dólares en la aplicación (su parte serían un poco más de 300 dólares), la persona cuya cuenta estaba alquilando desapareció sin pagarle. Milano tuvo que pedir dinero prestado a otro migrante para cubrir el alquiler de su ciclomotor.

Que los migrantes más nuevos paguen por usar la cuenta o la bicicleta de otra persona es una práctica común, según Ligia Guallpa, directora ejecutiva del Proyecto de Justicia Laboral (Worker’s Justice Project), que estableció Los Deliveristas Unidos, un grupo de defensa de los trabajadores de reparto de alimentos. Guallpa dijo que en principio estos acuerdos no son de explotación. “Por lo general, se conocen. Son amigos o de la misma localidad”, explicó.

 

Foto: Juan Arredondo/The New York Times. Anthony Campoverde Gómez, un migrante que llegó de Ecuador hace casi un mes, cerca de Grand Central en Manhattan.

Sin embargo, la crisis migratoria alteró la ecuación. Mucha gente llega a la ciudad sin contactos. Las organizaciones que podrían ayudar están sobrecargadas. El último grupo de recién llegados es especialmente susceptible a las estafas.

Representantes de Uber, DoorDash y Grubhub dijeron que sus empresas brindan trabajo a migrantes, pero hasta donde lo permite la ley.

Que decenas de miles de personas en la ciudad de Nueva York quieran trabajar, pero no tengan la autorización para hacerlo es un problema grave”, dijo Hayley Prim, un gerente sénior de políticas de Uber. “Uber apoya el libre acceso al trabajo, pero en nuestra plataforma contamos con procesos para ayudar a prevenir el comportamiento fraudulento y tomar medidas contra este si llega a ocurrir, y tomaremos medidas adicionales si es necesario”.

 

Si bien los vehículos son un salvavidas para algunos migrantes, muchos neoyorquinos se han quejado de lo que parece ser un caos en las calles, los carriles para bicicletas e incluso las aceras.

El desenfrenado uso ilegal de ciclomotores y bicicletas eléctricas erosiona la calidad de vida de nuestra comunidad y plantea una gran preocupación por la seguridad pública”, dijo Robert Holden, miembro del Concejo de la Ciudad que representa zonas de Queens, quien ha solicitado incautaciones selectivas de ciclomotores no registrados en su distrito. “Cualquier funcionario que pase por alto esta cuestión apremiante está descuidando descaradamente sus obligaciones, y los ciudadanos de Nueva York ya no tolerarán tal peligro derivado de actividades ilícitas sin control”.

Según un representante del Departamento de Policía, la reciente redada de ciclomotores no registrados es en parte resultado de múltiples quejas de neoyorquinos.

Los vehículos no registrados y los que no están autorizados para circular en la ciudad no solo violan la ley, sino que también ponen en riesgo la seguridad de sus operadores y de todos los usuarios de las vías vehiculares”, escribió un portavoz del Departamento de Policía en un correo electrónico. “De hecho, lo que es de vital importancia es la seguridad de los usuarios de estos vehículos porque son ellos quienes suelen correr el mayor riesgo”.

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