Tomaré prestado un diálogo de la impactante “Blade Runner” (1982) de Ridley Scott para decir que he visto cosas que ustedes no creerían. Soy crítica de cine, así que es cierto.
Una de mis imágenes inimaginables favoritas es la de robots que caminan, hablan, piensan y a menudo son aterradores, como en la película “Almas de metal” y en particular en “Las mujeres perfectas”. En los años setenta, estos espantos andantes ofrecían un presagio mucho más lúgubre de nuestro mundo futuro que los robots secuaces de “La guerra de las galaxias” que pronto dominaría la cultura y la industria cinematográfica.
Desde hace mucho, las películas han sido acechadas por estas máquinas fantásticas, sobre todo aquellos inventos humanoides que tienen una apariencia demasiado parecida a la nuestra, ya sea la mujer robot en “Metrópolis” (1927) de Fritz Lang o el androide engañoso en “Alien: El octavo pasajero” (1979) de Scott, creaciones ingeniosas que son “prácticamente idénticas a un humano”, como dice otro diálogo de “Blade Runner”.
Sin embargo, en fechas más recientes, otro espectro —la inteligencia artificial— ha cautivado y a la vez alarmado al mundo, dentro y fuera de la pantalla. En la última entrega de “Misión Imposible”, Tom Cruise lucha contra una IA consciente; en la película posapocalíptica próxima a estrenarse “The Creator”, John David Washington interpreta a un operativo enviado para recuperar un arma de IA que se ve como una niña adorable.
Mantengo mi mente abierta sobre “The Creator” aunque admito que la inteligencia artificial me da escalofríos. Culpo a Stanley Kubrick. Es broma, más o menos, pero mis sospechas más profundas sobre la IA no han cambiado mucho desde que la voz inquietante y sin sentimientos de HAL 9000, la supercomputadora que aparece en “2001: Odisea del espacio” (1968) de Kubrick, se alojó de manera permanente en mi mente.
La voz calmada, mesurada e implacable de HAL fue la que escuché cuando leí la declaración del 30 de mayo de parte de más de 350 líderes en este sector tecnológico. “Mitigar el riesgo de extinción a causa de la inteligencia artificial debería ser una prioridad global junto con otros riesgos que amenazan a la sociedad, como las pandemias y la guerra nuclear”.
Para cuando se lanzó esa advertencia, el Sindicato de Guionistas de Estados Unidos ya llevaba cuatro semanas en huelga y una de sus motivaciones para manifestarse eran los temores de que la IA, quizá no invadiera sus fuentes de ingreso, pero que tal vez sí los remplazara en cierta medida. Inquietudes similares llevaron al Sindicato de Actores de Cine-Federación Estadounidense de Artistas de Radio y Televisión (SAG-AFTRA, por su sigla en inglés), que representa a unos 160.000 artistas y profesionales de los medios de comunicación, a iniciar un paro el 14 de julio, por lo que esta es la primera vez desde 1960 que ambos grupos están en huelga.
La Alianza de Productores de Cine y Televisión, la asociación comercial que negocia en representación de los estudios, ha descartado las preocupaciones de los sindicatos con promesas anodinas de que todo estará bien. “Somos empresas creativas”, aseguró en mayo, “y valoramos el trabajo de los creativos”.
Si se rieron levemente al leer esa frase, no son los únicos. Dada la historia del cine y, ya saben, el capitalismo, y aparte del uso odioso de “creativo” como sustantivo, es difícil tomar esta garantía de buena fe. Pero las inquietudes de los escritores son totalmente serias: entre otras cosas, no quieren que la IA se use para escribir ni reescribir material literario ni que se use como material de base.
En julio, John Lopez, que está en el grupo dedicado a la IA del sindicato, agregó un giro romántico a estas condiciones cuando escribió en Vanity Fair que “el significado del arte siempre viene de los humanos, de tener algo que decir, de la necesidad de conectar”. Empatizo con eso, pero me pregunto si Lopez alguna vez ha leído la transcripción de una teleconferencia de resultados de Walt Disney Co.
En vista de que las empresas ya están escaneando los rostros y los cuerpos de los actores, a nadie sorprende que las preocupaciones que ha planteado el SAG-AFTRA respecto a la IA suenen casi apocalípticas: “Los artistas necesitamos la protección garantizada de nuestra imagen y nuestras interpretaciones para prevenir el remplazo de la actuación humana con tecnología de inteligencia artificial”.
Al igual que en “Blade Runner”, la mayoría de las máquinas pensantes más memorables en las películas son las que toman una forma humana. Ese es el caso de “Metrópolis”, en la que un robot metálico cobra la apariencia de una mujer viva, así como en las películas “Almas de metal”, “Las mujeres perfectas” y la franquicia de “Terminator”.
Aun cuando la IA no tiene un cuerpo físico, las más reconocibles tienen voces de actores humanos bien conocidos como Paul Bettany en “Iron Man” y Scarlett Johansson en “Ella”, el romance improbable y tierno dirigido por Spike Jonze sobre un hombre (Joaquin Phoenix) y una asistente virtual, una presencia incorpórea que se puede imaginar a detalle rápidamente gracias a la filmografía y personalidad estelar de Johansson.
Ya que las películas casi siempre giran en torno a personajes, no es sorprendente ver la figura humana. Un robot que es un trozo de metal puede ser aterrador, pero las máquinas no antropomórficas no causan tanto impacto como las que se ven más realistas en pantalla. Estas máquinas, encantadoras y bizarras a la vez, ni tan humanas ni tan obviamente artificiales, fungen como sirvientes, guerreros, acompañantes, juguetes, distracciones y, siempre, como espejos perturbadores.
En “A.I. Inteligencia Artificial” (2001) de Steven Spielberg, un drama sobre un niño androide llamado David (Haley Joel Osment) que —quien— anhela el amor de su madre humana, un personaje condensa por qué nos perturban tanto estas máquinas: “Al principio de todo, ¿acaso Dios no creó a Adán para que lo amara?”.
Isaac Asimov escribió que, cuando era niño, las historias de robots podían dividirse en dos tipos: “robots como amenaza” y “robots como pathos”. Parte del poder de la cinta de Spielberg es que el pathos de su protagonista se arraiga en su deseo de amor. Sin embargo, David también es deliberadamente inquietante porque es máquina y humano a la vez, por lo que al final no es ninguno. Por decirlo de algún modo, es un niño problemático tanto para la pareja que lo “adopta” como para Spielberg.
Es un problema que la película resuelve con un final de cuento de hadas y unos robots excéntricos llamados “especialistas”, creaciones gráciles que apagan a David. Para entonces, toda materia orgánica en la Tierra ha muerto, ya que los seres humanos desarrollaron avances tecnológicos que los llevaron a la extinción.
De manera intencional o no, las películas como “A.I. Inteligencia Artificial” y “Ella”, “Terminator” y “Matrix” han estado profetizando un futuro que de pronto parece estar aquí. Desde el lanzamiento de ChatGPT en noviembre, las palabras “inteligencia artificial” se han vuelto ubicuas, pues han aparecido en titulares, en audiencias del Congreso y en los letreros de huelga hechos por escritores y actores que, con justa razón, están preocupados de que los avances tecnológicos también los lleven a la extinción.
La IA no es arte” es una frase que se ha visto en varios letreros, aunque yo prefiero: “¡Paga a los guionistas, id-IA-ta!”. Es una frase ingeniosa y un recordatorio de que los escritores no son prescindibles, o al menos eso es lo que yo he estado coreando en silencio mientras escribo sobre nuestro nuevo mundo feliz. Siri, ¿tú haces reseñas de películas?.