Panamá, un país que ha aportado al mundo grandes luminarias en diversas actividades del saber y el vivir, como lo son las ciencias, artes, deportes, cultura, entre tantas ramas del conocimiento humano.
En los últimos tiempos y con la proliferación y fácil acceso a la tecnología y con ellas las conocidas redes sociales, no hemos escapado los panameños a los fenómenos de desinformación masiva y su consecuente histeria colectiva, teniendo como resultado casos puntuales en el mundo, como el triunfo, si se le puede llamar así, del Brexit en Gran Bretaña, la llegada de grupos populistas a la conducción de Estados importantes en el concierto de las naciones libres y la proliferación de expertos de esquina, en temas tan especializados como la medicina, la microbiología, las pandemias y, por supuesto, el tema de moda entre millones de recién estrenados eruditos: La industria minera criolla.
Con la pandemia vimos como hubo ingentes esfuerzos por convencer a la población para que no siguieran las instrucciones científicas de las autoridades de salud, tejiendo toda suerte de teorías contra las vacunas, la medicina moderna y, cual sacerdotes del terraplanismo, por poco logran dar al traste con la gigantesca lucha que Panamá, junto al mundo, emprendió para poder enfrentar y superar la crisis sanitaria generada por el covid 19.
De repente, las redes se alzaron y lograron convencer a grandes masas ciudadana en lo inconveniente que era el nuevo contrato firmado por la empresa Minera Panamá y el Estado panameño. Se discutió por mucho tiempo, se negoció y se acordaron los puntos esenciales que le daban al país mejores dividendos de esa relación basada en la explotación del proyecto minero Cobre Panamá.
Se cumplieron los pasos establecidos por el marco jurídico panameño y se aprobó el contrato, con sus ventajas ya explicadas a la saciedad con respecto al anterior de 1997, claramente definido en los aspectos ambientales, laborales y económicos, pero los objetivos eran otros y variados.
Entonces se unieron todos los factores que se oponen a la industria en sí y al gobierno de turno. Por razones ideológicas, están quienes sueñan con fundar un Estado socialista como Cuba o Venezuela con sus respectivos revolcones y no revoluciones, donde luego de 64 años, una y 25 la otra, solo han logrado sumir en la pobreza a sus respectivas naciones.
Las pruebas saltan a la vista. Los motivados politiqueramente ansiando capitalizar votos para el 2024, aunque la experiencia ya les demostró que la antiminería no gana la presidencia y, por supuesto, grandes capitales que, sin invertir un centavo, esperan asirse del proyecto al cabo de algunos años.
Bautizamos al movimiento con todos sus componentes de extrema derecha e izquierda, como “la revolución de los inútiles”. Vemos gremios de educadores incapaces de leer comprensivamente ni de expresarse apropiadamente, sindicatos hambrientos de violentar las libertades individuales, jóvenes ansiosos de participar, con posibles buenas motivaciones, pero con muy débil guía y orientación, ya que, con semejantes educadores, poco se puede esperar.
Lo cierto es que la gran revolución de los inútiles ya puede vanagloriarse de lograr la pérdida del grado de inversión, el 5 % del PIB, la ausencia de paliativos al programa de invalidez, vejez y muerte de la Caja de Seguro Social, el no aumento a las pensiones de miseria que reciben unos 120,000 jubilados y la destrucción del músculo productivo nacional, el sector agropecuario entre muchas víctimas de esta “revolución” atacada brutalmente por grupos que dependen de esa producción y de las riquezas que luego se convierten en subsidios para ellos mismos.
Panamá está arriesgando su futuro económico y está actuando para provocar una irresponsable calamidad ambiental, ahora sí, al dejar en manos de revoltosos las decisiones de cierre inmediato del proyecto minero y su paulatina incursión en las gestiones de Estado. Todavía estamos a tiempo, muchas cosas se pueden corregir, antes de tener que responder a un arbitraje que hundiría el futuro del país y de las próximas generaciones en un marco de miseria, carestía y. entonces sí, de verdadera contaminación.
Dejemos los temas legales a los juristas, los técnicos a los ingenieros y los económicos a quienes dominan esas materias. Basta ya de expertos de esquina y todólogos criollos e importados. Basta de mentiras y trabajemos por Panamá. Estamos a tiempo. Acta non verba (Hechos, no palabras).