Una solución pacífica para Taiwán es cada vez más lejana

Una solución pacífica para Taiwán es cada vez más lejana
Lai Ching-te pronuncia un discurso durante un mitin en Taipei, Taiwán, el 13 de enero de 2024. Lam Yik Fei/The New York Times.

LAS ELECCIONES DE TAIWÁN DEMUESTRAN QUE LA GENTE DE LA ISLA QUIERE SU LIBERTAD, LO CUAL DEJA A CHINA CON POCAS OPCIONES ADEMÁS DE LA GUERRA PARA ALCANZAR LA UNIFICACIÓN QUE DESEA.

El conflicto entre China y Estados Unidos es un poco más probable en estos momentos.

El sábado, los electores taiwaneses le dieron una tercera victoria presidencial sin precedentes al Partido Progresista Democrático (PPD), que afirma que Taiwán ya es independiente de China y debe seguir siéndolo. Fue así como los taiwaneses ignoraron las advertencias inquietantes de China de que una victoria del presidente electo Lai Ching-te —considerado por el gobierno chino como un peligroso defensor de la independencia de Taiwán podría desencadenar una guerra.

El resultado debiera despejar cualquier duda sobre la dirección que está tomando Taiwán. Los taiwaneses, decididos a mantener su autonomía, se alejan cada vez más de China y no volverán por voluntad propia, lo que hace que la acción militar sea uno de los únicos medios que le quedan a China para lograr la tan buscada unificación con Taiwán.

Este endurecimiento de las actitudes taiwanesas no es nada nuevo. En 1949, el antiguo gobierno chino del Kuomintang (KMT) perdió una guerra civil contra las fuerzas comunistas chinas y huyó a Taiwán, con lo que dividió a ambos bandos. Durante décadas, el Kuomintang se aferró a una política oficial de unificación con la China continental y desde entonces la cuestión de si Taiwán forma parte de China o es un Estado independiente y autogobernado domina la política de la isla.

En 1994, había más taiwaneses que se consideraban exclusivamente chinos en lugar de taiwaneses y estaban más a favor de la unificación con China que de la independencia. El gobierno chino fomentaba ese sentimiento al estrechar los lazos económicos con Taiwán. Pero las actitudes cambiaron a un ritmo implacable a medida que Taiwán florecía para convertirse en un éxito democrático y económico. Ahora, con el estancamiento de su economía, China tiene menos incentivos que ofrecer, y sus medidas coercitivas, como la represión de las libertades de Hong Kong, han distanciado aún más a Taiwán. Como resultado, el presidente chino, Xi Jinping, recurre cada vez más a los castigos —en forma de coerción económica, amenazas militares y una campaña de desinformación en línea en todo Taiwán— para presionar a los ciudadanos taiwaneses a unificarse.

En la actualidad, el fracaso de esta estrategia es más que evidente. Hoy, casi dos terceras partes de los ciudadanos de Taiwán se consideran exclusivamente taiwaneses, en comparación con solo el 2,5 por ciento que se identifica como exclusivamente chino. Casi el 50 por ciento de los 24 millones de residentes de la isla prefiere la futura independencia de Taiwán que mantener el actual statu quo ambiguo (el 27 por ciento) o la unificación con China (el 12 por ciento).

Foto: Mike Kai Chen/The New York Times.

Existen razones por las cuales Xi podría sentirse un tanto reconfortado por el resultado de las elecciones. El margen de victoria del PPD en la contienda presidencial fue menor que hace cuatro años, además de que perdió su mayoría legislativa. Pero la disminución de los votos del PPD no refleja que haya menguado el sentimiento independentista en Taiwán. Más bien, es probable que se deba a cuestiones básicas que enfrentan los ciudadanos de a pie como el estancamiento de los salarios y el aumento desorbitado de los precios de la vivienda, que tuvieron un gran peso en la campaña y en las encuestas de opinión pública, así como al cansancio de la población con el partido tras ocho años en el poder.

A partir de ahora, Xi ya no puede ver a Taiwán como un socio fiel con el cual negociar la unificación. Incluso el KMT, ahora en la oposición y más favorable al gobierno chino, sabe que debe atender a un electorado de tendencia independentista. En la campaña electoral, su candidato presidencial, Hou Yu-ih, descartó de manera explícita las negociaciones de unificación con China o el retorno a las políticas de compromiso que antes favorecía el partido y, en cambio, prometió reforzar al Ejército taiwanés en colaboración con Estados Unidos, Japón y otras democracias.

El oficialista William Lai. Foto/EFE/Daniel Ceng.

En este clima, Estados Unidos necesitará, más que nunca, lograr un equilibrio cuidadoso entre disuadir a China de invadir Taiwán y asegurarle que Washington no apoya la independencia de la isla. Pero esto se complicará por la campaña electoral divisoria que está empezando en Estados Unidos, en la que es probable que los candidatos hablen con dureza sobre China, lo que podría provocar al gobierno de Pekín. A pesar de las posturas, la politiquería del año electoral podría socavar la preparación de Estados Unidos para un conflicto: el año pasado, el partidismo congeló proyectos de ley de gasto militar y cientos de nombramientos de mandos militares, lo cual limitó la capacidad del Pentágono de construir bases, comprar armas o expandir la base industrial estadounidense a un ritmo cercano al de China.

El presidente Biden ha declarado que Estados Unidos ayudaría a defender Taiwán en caso de un ataque no provocado, pero dado que los suministros militares estadounidenses ya están limitados por el apoyo a Ucrania, las fuerzas estadounidenses podrían quedarse sin misiles tras unas cuantas semanas de combates de alta intensidad con China. Washington también podría tener dificultades para forjar una coalición eficaz para disuadir o derrotar una invasión china de Taiwán si los aliados, desanimados por la disfunción política de Estados Unidos y un posible retorno a la política exterior del “Estados Unidos primero” de Donald Trump, dudan en unirse a los preparativos militares o a las sanciones económicas de Estados Unidos.

Taiwan. Foto/expedia.com

Existe la creencia de que Estados Unidos puede evitar la posibilidad de una agresión china si expresa su oposición a la independencia de Taiwán. La idea es que esto aliviará las preocupaciones del gobierno chino, que, asolado por una economía en crisis, querrá evitar los enormes trastornos económicos, sociales y diplomáticos que supondría iniciar una guerra. Sin embargo, Taiwán provoca a China con solo ser lo que es: una sociedad próspera y libre. La floreciente identidad nacional de Taiwán amenaza a China con la perspectiva de un desmembramiento territorial permanente; y las elecciones, el Estado de derecho y la libertad de prensa de Taiwán dejan en ridículo la afirmación de Pekín de que la cultura china es incompatible con la democracia. Las palabras de Estados Unidos no pueden cambiar nada de eso.

Las leyes chinas estipulan de manera explícita que el gobierno chino puede usar la fuerza si las posibilidades de una unificación pacífica “se agotan en su totalidad”. Debido a la política en Taiwán y Estados Unidos, esas posibilidades están disminuyendo.

Los líderes políticos taiwaneses y estadounidenses tienen que reconocer esta cruda realidad, hacer mucho más para mejorar la disuasión militar, iniciar conversaciones nacionales sobre la creciente amenaza de guerra y trabajar hacia la unidad pública sobre cómo hacer frente a esa amenaza, al tiempo que evitan la retórica o las acciones que arrojan innecesariamente más leña al fuego.

Si no logran aprovechar esta oportunidad, puede que no tengan otra.

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