Antes del debate en la Asamblea General, que arranca este martes, se ha adoptado el Pacto de Futuro, ambicioso en metas, pobre en detalles
En la guerra en el Medio Oriente Próximo que Israel lanzó tras los ataques de Hamás hace casi un año y que golpea Gaza se aleja cada vez más la idea de un alto el fuego, muy al contrario, se ha abierto un peligroso nuevo frente en Líbano, informaron medios de prensa internacional.
En el conflicto que Rusia desató en febrero del 2022 con su última invasión de Ucrania flota, como siempre, el temor a una escalada. Sudán sigue desangrándose en una guerra civil que amenaza con crear una hambruna de proporciones históricas.
Y con esos tres frentes bélicos abiertos, máximos pero no únicos exponentes del caótico y violento momento geopolítico global, en que también crece la ansiedad sobre el futuro de las democracias, Naciones Unidas llega a su gran cita anual en la sede de Nueva York con dudas subrayadas sobre su efectividad ante esas y otras crisis y planteándose su propio camino de futuro.
El intento por mantener su vigencia y adaptarse ha sido el foco de la Cumbre del Futuro celebrada este domingo y lunes, una reunión donde se ha adoptado un Pacto de Futuro y que el secretario general de la ONU, António Guterres, ha defendido como un esfuerzo “para sacar al multilateralismo del abismo”.
Ese pacto, que incluye 56 recomendaciones, superó un esfuerzo fallido de Rusia de realizar enmiendas que lo habrían debilitado (algo que solo apoyaron Bielorrusia, Irán, Corea del Norte, Nicaragua, Siria y Sudán).
Tiene ambiciones destacables, incluyendo esfuerzos para combatir la emergencia climática con un plan para eliminar los combustibles fósiles de los sistemas de energía, dotar de un papel a la ONU en el gobierno de la Inteligencia Artificial o reformar las instituciones financieras internacionales.
Nace, en cualquier caso, tocado por su falta de compromisos específicos. Y su gran debilidad radica en que, aunque aborda propuestas de reforma y ampliación del Consejo de Seguridad, no cambia lo que se ha mostrado como el punto más débil y anacrónico del órgano más poderoso de la ONU ante las crisis actuales: el derecho exclusivo de veto que tienen actualmente sus cinco miembros permanentes: Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Reino Unido.
Esa disfunción del Consejo puede aventurarse que quedará expuesta de nuevo esta semana. Porque a partir de este martes desfilarán en el debate general de la Asamblea General con sus discursos los líderes y representantes de 193 naciones, empezando como es tradición por Brasil y luego, como país anfitrión, Estados Unidos, representado por última vez por el presidente Joe Biden.
Pero a la hora de la verdad, y con tres reuniones del Consejo organizadas para abordar Gaza, Ucrania y los retos de liderazgo en la resolución de conflictos, se puede anticipar que nada cambie sobre el terreno.
En el caso concreto de Biden la despedida es más agria que dulce. En su intervención se espera una de las muchas defensas que se van a escuchar estos días del multilateralismo, de alianzas reforzadas como la que se ha conseguido para apoyar a Ucrania, o de la democracia (a cuya defensa se va a dedicar también este martes un foro organizado por España y Brasil centrado también en el combate contra los extremismos).
Pero la posición de Washington de apoyo inquebrantable a Israel y su uso del veto para frenar acciones en Gaza debilita su argumentación, atacada no solo por naciones como Rusia y China sino que muestra profundas brechas con el llamado Sur Global.
Su apuesta por la diplomacia en esa crisis ha llegado a un punto muerto y además ha recibido un puñetazo de Tel Aviv con los ataques en el Líbano.
Y su relevo en la Casa Blanca tras las elecciones del 5 de noviembre puede no ser su vicepresidenta, Kamala Harris, que mantendría una línea continuista, sino Donald Trump, con quien volvería una agenda aislacionista y el desprecio a organismos multilaterales, incluyendo la propia ONU.