La OMS estima que uno de cada cinco niños en Gaza sufre de desnutrición aguda y las consecuencias en su salud podrán durar décadas
Merry Fitzpatrick se dio cuenta de que la crisis de desnutrición en Gaza llegó a una fase más grave y letal cuando recibió una señal alarmante: Los cirujanos de los pocos hospitales que aún funcionan en la Franja informaron que las heridas de los pacientes ya no cicatrizan, informó la revista estadunidense Wired.
“Hay muchas lesiones de trauma, como heridas por explosiones y huesos rotos”, nos platica Fitzpatrick, profesora adjunta de la Escuela Friedman de Nutrición de la Universidad Tufts. “Pero no cicatrizan porque la gente no tiene los nutrientes necesarios como para reunir el colágeno que se necesita para cerrarlas. Así que las heridas que tienen un mes, incluso dos meses, parecen frescas, como si hubieran sido provocadas ayer”.
Según el Ministerio de Salud de Gaza, las muertes por desnutrición en el territorio, desde octubre del 2023 cuando inició la agresión de Israel, ascienden ya a 289. De esos, 115 corresponden a niños.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) informó esta semana que en julio se vivió un especial repunte de muertes, con un registro de 63 casos relacionados a la desnutrición, entre ellos 38 adultos, un niño mayor de cinco años y 24 menores de cinco años. La mayoría de estos pacientes llegó sin vida a los centros médicos.

El alcance de esta crisis se esparce en el mundo a través de decenas de fotos de bebés demacrados y niños con el pelo descuidado.
Fitzpatrick, que estudia la inanición y sus efectos en nuestra biología, explica que, en condiciones de escasez extrema, el cuerpo tiene un sistema de priorización incorporado, diseñado para preservar los órganos más importantes, como el corazón y el cerebro, hasta el final. Después de agotar las reservas primarias de combustible (el glucógeno almacenado en el hígado y los músculos) el cuerpo recurre a la grasa como fuente de energía. Esto antes de degradar los huesos, los músculos y, si es necesario, los órganos más resistentes, como el hígado, para extraer proteínas.
“La piel y el cabello son los primeros que se descuidan”, dice Fitzpatrick. “El pelo se cae sin más. Muchas veces cambiará de color. La piel se vuelve muy fina”.
En algunas ocasiones, la falta de proteínas puede causar una afección conocida como kwashiorkor, o edema por hambruna, que se caracteriza por la hinchazón que provoca el desplazamiento de líquidos hacia los tejidos corporales, sobre todo en el abdomen.

“Hay distintos tipos de desnutrición aguda”, dice Fitzpatrick. “Está el tipo adelgazamiento y está el kwashiorkor, y estamos viendo ambos tipos en Gaza. En los bebés, se les nota en la cara. Se les hinchan las mejillas y uno piensa: ‘Oh, están bien’. Pero no, eso es líquido”.
Gran parte de nuestros conocimientos sobre la desnutrición aguda proceden de estudios a los supervivientes del Holocausto, las grandes hambrunas del siglo XX (como la Gran Hambruna China y la hambruna en Etiopía de los años 80) y la anorexia.
Marko Kerac, profesor asociado de salud y nutrición infantil global en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, describe al cuerpo como un proceso progresivo en el que, durante un tiempo, las personas están desnutridas, pero médicamente estables, antes de entrar en una fase mucho más grave que se distingue por la pérdida de apetito, el letargo, la apatía o la ansiedad.
Basándose en los últimos informes de Gaza, en los que la OMS describe que casi uno de cada cinco niños menores de cinco años está en desnutrición grave, Kerac afirma que cada vez más personas ahí llegan a esta última fase.

Las estadísticas de la ONG, Global Nutrition Cluster, muestran un aumento de los casos desde principios de junio, con más de 5,000 menores de cinco años que ingresaron en los cuatro centros de tratamiento de la desnutrición de Gaza este mes; y 6,500 en junio. “Los niños pequeños son los más vulnerables porque sus órganos aún se están desarrollando”, afirma Kerac.
La razón por la que los menores de cinco años corren mayores riesgos es que ellos pueden perder peso muy rápido, mientras que sus estómagos e intestinos permeables, diseñados para absorber los alimentos con gran rapidez, se vuelven más vulnerables a las enfermedades derivadas de una mala higiene, cosa que actualmente abunda en Gaza.
Al mismo tiempo, Fitzpatrick sostiene que los adultos a menudo pasan hambre para proteger a los más pequeños, lo que implica que, si los bebés están sufriendo, es muy probable que muchos adultos también vivan en estado crítico.
Según los datos del Grupo Mundial de Nutrición, más del 40% de las mujeres embarazadas y lactantes padecen malnutrición grave, y las tasas en la zona central de Gaza se triplicaron desde junio de este año.

Para todos, las infecciones son una de las mayores amenazas a corto plazo. Kerac explica que, en casos de desnutrición aguda, el organismo empieza a desarmar el sistema inmunitario.
Combatir un agente patógeno requiere de energía que el cuerpo ya no tiene. Una consecuencia de la carencia de proteínas es que nuestra biología carece de los aminoácidos que necesita para la regeneración continua de la pared intestinal, explica Fitzpatrick.
Eso significa que los intestinos se vuelven más permeables y así se incrementa la probabilidad de que las bacterias se filtren al torrente sanguíneo y provoquen una intoxicación de la sangre, o sepsis.
Si la situación en Gaza no mejora rápido, Fitzpatrick predice que la hipotermia inducida por la malnutrición también será una de las principales causas de muerte hacia el otoño.

“Cuando uno está desnutrido, al cuerpo le cuesta mucho regular la temperatura”, explica. “Hablando con médicos de Gaza, los pacientes ya tiemblan, por lo que, si la situación no mejora en los próximos meses, habrá muertes por hipotermia”.
Tanto las infecciones como la hipotermia se pueden prevenir con antibióticos de amplio espectro y alimentos terapéuticos listos para usar (especialmente formulados) para tratar la desnutrición grave.
Según Nina Sivertsen, profesora asociada de la Facultad de Enfermería y Ciencias de la Salud de la Universidad Flinders: Aunque lo más “lógico” sería darles un exceso de calorías a las personas que llevan meses en inanición, en realidad puede inducir una afección mortal conocida como “síndrome de realimentación”, que se observó en los supervivientes de los campos de concentración del Holocausto.
“Cuando el cuerpo pasa hambre, su metabolismo se ralentiza, los órganos se debilitan y se pierde la capacidad de digerir y absorber los alimentos con normalidad”, explica Sivertsen. “Alimentarse demasiado, o demasiado rápido, puede abrumar al organismo y provocar un peligroso cambio de fluidos y electrolitos, como sodio y potasio, que puede causar insuficiencia cardiaca, convulsiones e incluso la muerte”.

En cambio, la recuperación es un proceso largo y delicado, que Kerac conoció mientras trabajaba en salas pediátricas de Malawi.
Los alimentos terapéuticos suelen consistir en leches o pastas que se administran en pequeñas cantidades y dosis para reactivar lentamente al sistema digestivo y darle tiempo a los electrolitos para su reequilibrio, antes de volver a una alimentación equilibrada rica en proteínas, grasas, vitaminas y minerales que servirá para reconstruir los músculos, los órganos y el sistema inmunitario.
Con ese tratamiento, Kerac afirma que muchas personas pueden recuperarse bien de los efectos agudos de la malnutrición grave, pero las reservas de alimentos terapéuticos en los centros de tratamiento de malnutrición de Gaza son extremadamente escasas y, según Fitzpatrick, algunas se agotaron desde mayo.
Aunque en los próximos meses pueda llegar alguna ayuda a Gaza, los científicos afirman que las consecuencias sanitarias a largo plazo se sentirán durante décadas. Los niños y adolescentes tienen una gran probabilidad de ser los más afectados, pues habrá un retraso del crecimiento y de su desarrollo cerebral.

“Los primeros mil días de vida, desde la concepción hasta los dos años, son críticos para el desarrollo del cerebro, los huesos y los órganos”, afirma Sivertsen.
“Sin una nutrición adecuada, los niños pueden sufrir un retraso del crecimiento de por vida, huesos más débiles, órganos poco desarrollados y cambios estructurales en el cerebro que afectarán la memoria, la atención, el aprendizaje y la regulación emocional. Los adultos pueden recuperar su masa muscular y su salud física una vez que vuelven a disponer de alimentos, pero muchos niños nunca se pondrán al día”.
Por no hablar de las consecuencias, también, para la salud mental. Fitzpatrick pone el ejemplo del célebre y triste Experimento de Inanición de Minnesota, un estudio psicológico de la década de los 40 en el que varios voluntarios recibieron menos de 1,600 calorías al día, la mitad de su ingesta habitual, durante seis meses.
Así, desarrollaron ansiedad grave. “Eso fue mucho más de lo que hoy reciben los habitantes de Gaza, y, aun así, muchos de ellos desarrollaron estos efectos psicológicos y paranoia”, afirma Fitzpatrick.

La investigación sobre los supervivientes de hambrunas del pasado también demostró que la inanición puede cambiar cómo funcionan los genes.
Eso a través de un proceso llamado metilación del ADN, en el que unas moléculas se unen al ADN y modifican la forma en que el cuerpo lo percibe.
Cuando la malnutrición es la culpable, en muchos casos parece que el metabolismo cambia de orden, pues provoca que los supervivientes corran un riesgo mucho mayor de padecer enfermedades crónicas como cardiopatías, hipertensión, diabetes de tipo 2 y trastornos de las grasas en sangre en los años siguientes.
En las mujeres embarazadas, los efectos son más graves, ya que los cambios en el ADN no solo afectan a la madre, también alteran al feto en desarrollo y sus células germinales, precursoras del esperma y los óvulos.

“Esto significa que la desnutrición puede influir en tres generaciones: la madre, su hijo y su nieto”, afirma Hasan Khatib, profesor de genética y epigenética de la Universidad de Wisconsin-Madison.
Tales efectos se han observado en los descendientes tanto de la Gran Hambruna china como del Invierno del Hambre holandés durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los bebes que estuvieron en un vientre materno con desnutrición portaron alteraciones genéticas que los pusieron en una situación de mayor riesgo de padecer diabetes, así como de adicción e incluso esquizofrenia en la edad adulta.
Mientras el mundo observa, Fitzpatrick se comunica con los médicos palestinos para documentar la crisis.
Dice que, en comparación con muchos casos de malnutrición de la población de las últimas décadas, normalmente inducidos por hambrunas, la población de Gaza es inusual.
A medida que pasan segundos cruciales, y los informes de los hospitales se vuelven más desesperanzadores, para Fitzpatrick hay una obligación urgente: Que el resto del mundo actúe de inmediato.
