LOPBURI, Tailandia — Varios clientes esperaban afuera de una sucursal bancaria en Lopburi, Tailandia. Habían dejado su joyería en casa y mantenían otros tesoros fuera de la vista; sin embargo, el peligro seguía al acecho.
A plena luz del día, observaron a un ladrón robar un té helado y a otro vándalo atacar descaradamente el asiento de una motocicleta. Una mujer abandonó su lugar en la fila cuando un acosador agazapado amenazó con morderla.
Con un suspiro, un policía blandió una resortera y los monos se dispersaron. Menos de un minuto después, estaban de regreso.
Lopburi, la otrora capital de un reino siamés y repositorio de arquitectura antigua, es una ciudad bajo acecho. Los macacos cangrejeros, una especie del Sureste Asiático con ojos penetrantes y una naturaleza curiosa, han abandonado los templos en los que antes eran venerados y han tomado el corazón de la ciudad antigua.
Su creciente población, al menos 8400 en el área donde la mayoría está concentrada en algunas cuantas cuadras de la ciudad, ha diezmado partes de la economía local. Con grupos territoriales de macacos deambulando por el barrio, docenas de negocios —incluyendo una escuela de música, una tienda de oro, una barbería, una tienda de celulares y un cine— han sido obligados a cerrar en los últimos años.
La pandemia de coronavirus se agregó al caos. Los juguetones monos atraían a grandes cantidades de turistas, así como a fieles budistas, quienes creen que alimentar a los animales es una acción digna de mérito. Sus ofrendas favoritas incluían yogur de coco, gaseosa de fresa y paquetes de aperitivos de colores brillantes. Ahora los macacos no entienden dónde ha ido la fuente de su sustento. Y están hambrientos.
A través de los años, los monos se mudaron a edificios abandonados. Rompen exhibidores y sacuden los barrotes instalados para mantenerlos fuera. A menos que los guardias de seguridad estén vigilando, los monos arrancan antenas y limpiaparabrisas de los autos estacionados.
Los aretes que cuelgan, las gafas de sol y las bolsas de plástico que lucen como que podrían contener comida son irresistibles para los monos. Y en las áreas de la ciudad más densamente pobladas por los animales, muchos residentes viven con temor del siguiente ataque sorpresa.
No obstante, en una cultura mayoritaríamente budista en la que sacrificar monos perturbaría sensibilidades espirituales, los funcionarios y residentes locales tienen pocas opciones para protegerse de las pandillas de macacos. Además, en el pasado, los monos atraían turistas a Lopburi. Sin ellos, la economía podría sufrir aún más.
En una ferretería frente a las ruinas de un templo hindú del siglo XIII, animales de peluche de grandes dimensiones con forma de cocodrilos y tigres se asoman hacia la calle donde el tráfico de monos supera al de los peatones. Los muñecos de felpa tenían como propósito alejar a los monos y funcionó durante un par de meses. Sin embargo, los macacos rápidamente se dieron cuenta de que no eran reales, dijo Yupa Srisanguan, la propietaria de la tienda.
“Nunca ha estado así de mal”, dijo Yupa, mientras un joven macaco deambulaba por su tienda e intentaba masticar los aros de la manguera de hule que colgaba del techo. “No estamos en contra de los monos, pero es difícil si las personas tienen miedo de ser mordidas cuando ingresan a nuestra tienda”.
Yupa, de 70 años, dijo que, cuando era una niña, los monos eran menos, más grandes y más saludables, su pelaje era brillante y grueso. Permanecían en los templos, así como en las ruinas de la antigua civilización jemer que alguna vez tuvo poder sobre esta parte de Tailandia central.
No obstante, con la afluencia de visitantes, algunos extranjeros, encantados con los monos, llegó una fuente fácil y a menudo poco saludable de alimento. Además de plátanos y cítricos, los macacos se dieron un festín con comida chatarra. Su pelaje se hizo más delgado. Algunos se volvieron calvos. Sin tener que preocuparse por su siguiente comida, los monos, que pueden dar a luz dos veces al año, tuvieron más tiempo para otras actividades. Hubo una explosión demográfica.
En comparación con los monos del bosque, sus equivalentes urbanos tienen menos músculo y son más susceptibles a la hipertensión y a las enfermedades hematológicas, dijo Narongporn Doodduem, director de una oficina regional del Departamento de Conservación de la Vida Salvaje.
Funcionarios locales de la vida silvestre han comenzado a esterilizar en masa a los monos para controlar su número. Más de trescientos animales fueron sometidos a intervenciones quirúrgicas el mes pasado y doscientos más serán esterilizados en agosto.
Capturar a los monos para las operaciones es una gran labor, dijo Narongporn, el funcionario de la vida silvestre. El primer día de la campaña de junio, los atrapamonos vistieron uniformes camuflaje y atrajeron con comida a los animales hacia las jaulas. Sin embargo, para el segundo día, los monos sabían que debían evitarlos. Los atrapamonos tuvieron que cambiar su atuendo y vestir pantalones cortos y camisetas florales, para hacerse pasar como vacacionistas.
“Los monos son listos”, dijo Narongporn. “Ellos recuerdan”.
Debido a que el coronavirus evita que muchos turistas y peregrinos budistas visiten Lopburi, los residentes locales se han encargado ellos mismos de alimentar a los monos.
“No podemos dejarlos morir de hambre”, dijo Itiphat Tansitikulphati, propietario del hotel Muang Thong.
Cada día, una mona de avanzada edad llega a su hotel y espera educadamente a que le sirvan su comida. Pastel de plátano es su platillo favorito, pero también le gusta la fruta sola.
“Hace mucho tiempo, una gran parte de Lopburi era bosque, así que estamos quitándoles la tierra a los monos”, dijo Itiphat.
Él, un hotelero de tercera generación, ha cedido el último piso a los monos, quienes lo han destruido con el entusiasmo que lo harían borrachos en una fiesta, al romper tablas de madera y triturar metal corrugado.
Una cerca electrificada protege la planta baja del hotel. Sin embargo, incluso antes de la llegada del coronavirus, los visitantes, muchos de los cuales eran personas en viajes de negocios, fueron ahuyentadas por los monos merodeadores, dijo Itiphat. Su hotel apenas subsiste.
“El equilibrio entre humanos y monos se acabó”, dijo. “Afecta al negocio”.