,

El calor, el humo y COVID afectan a trabajadores que alimentan a EE.UU.

El calor, el humo y COVID afectan a trabajadores que alimentan a EE.UU.
Guillermo Zamaripa, trabajador agrícola, corta maíz para su caballo en el Valle de San Joaquín en California, el 20 de agosto de 2020. Foto: Brian L. Frank/The New York Times

A las 10:30, hacía un calor insoportable. Cientos de incendios forestales ardían hacia el norte, y tanto humo se asentaba en el Valle de San Joaquín que la agencia local de contaminación del aire emitió una alerta sanitaria. Flores, de 19 años, que se había reunido con su madre en el campo después de que su padre quedó desempleado durante los primeros días de la pandemia del coronavirus, tuvo dificultades para respirar entre las filas estrechamente plantadas. Sus pantalones de mezclilla estaban empapados de sudor.

“Se sentía como si estuviéramos a 38 grados [Celsius] ahí”, dijo Flores. “Dijimos que no queríamos adentrarnos más”.

Se fue a casa, exhausta, y durmió una hora.

Todo esto para cosechar las mazorcas secas de maíz de color ocre destinadas a decorar la mesa de otoño.

Al igual que la capa de ceniza y polvo que se está asentando en los árboles de la zona central de California, el cambio climático se suma a los peligros que ya enfrentan algunos de los trabajadores más pobres y desatendidos del país. En lo que va de año, más de 7000 incendios han quemado más de 560.000 hectáreas, y no hay ningún respiro a la vista, advirtieron los funcionarios.

Los días de verano son más calurosos que hace un siglo en el Valle de San Joaquín, de por sí abrasador; las noches, cuando el cuerpo normalmente se enfriaría, están aumentando de temperatura más rápido. Las olas de calor son más frecuentes. Y, en todo el estado, los incendios han quemado más de 400.000 hectáreas en menos de dos semanas. Un reciente documento científico concluyó que el cambio climático había duplicado la frecuencia de los días de fuego extremo desde la década de 1980.

En el valle, el humo queda atrapado cuando el viento lo trae desde el norte y el sur.

Sin embargo, cientos de miles de hombres y mujeres como Flores continúan arrancando, deshierbando y empacando productos para todo el país en este lugar, a medida que las temperaturas ascienden durante días y el aire se convierte en una sopa de polvo y humo, agitado por la contaminación de los tubos de escape de los camiones y los productos químicos rociados en los campos, sin mencionar la contaminación de los viejos pozos de petróleo ubicados en algunas zonas del valle.

Manejé por el valle la semana pasada, desde Lodi, justo debajo de Sacramento, hasta Arvin, más de 480 kilómetros al sur, durante una calamitosa ola de calor, fuego e infecciones de coronavirus. Quería ver lo que está pasando y para eso consulté a los más afectados: los trabajadores agrícolas. La mayoría son inmigrantes mexicanos. En su mayoría, ganan el salario mínimo (13 dólares la hora en California). La mayoría no tiene seguro médico y vive en medio de una contaminación crónica, lo cual los vuelve susceptibles a una gran cantidad de enfermedades respiratorias.

El cambio climático empeora estos horrores.

Para el mediodía de la semana pasada, las temperaturas se habían disparado a 38 grados Celsius en Lodi, en el tramo norte del valle. Aun así, Leonor Hernández, de 38 años y madre de tres, estaba trabajando. Como es su costumbre, estaba vestida con una camisa de manga larga y un sombrero, además de un pañuelo que le cubría todo excepto los ojos y llevaba una botella de agua en el bolsillo. Caminó por el huerto de cerezos, recogiendo las ramas cortadas después de la cosecha, y las depositaba en un contenedor. El suelo tenía que estar limpio para la próxima aplicación de pesticidas, con o sin humo.

A medida que avanzaba la semana y se quemaban más hectáreas, el aire se volvía cada vez más tóxico. Le dolían la cabeza y el pecho. Estaba tosiendo. El Distrito Unificado para el Control de la Contaminación del Aire del Valle de San Joaquín instó a los residentes a permanecer en sus casas.

Es un buen consejo, en teoría, dijo Hernández.

“Pero necesitamos trabajar y si nos quedamos en casa no nos pagan”, dijo. “Tenemos que pagar la comida y la renta”.

California es uno de los dos estados, junto con Washington, con normas de calor para quienes trabajan al aire libre. Los empleadores deben proporcionar sombra, generalmente una banca con un toldo, y agua potable. Muchos contratistas dejan de trabajar cuando hace demasiado calor, pero la ley no exige un alto a las labores tras superar un determinado nivel de temperatura.

La intensificación del calor subraya un problema más básico. Si trabajas menos horas, ganas menos. Y, para los que cobran por pieza —a los recolectores de uva de vino generalmente se les paga por pieza—, puede haber un incentivo perverso para trabajar lo más rápido posible, aunque eso implique saltarse una pausa para tomar agua.

“Es el precio de la comida barata”, dijo Armando Elenes, secretario-tesorero del Sindicato de Trabajadores Agrícolas de Estados Unidos, que abogó por las normas de calor en California hace quince años, después de una serie de muertes de trabajadores agrícolas.

El sindicato está ejerciendo presión a favor de una legislación nacional similar.

El trabajo se detuvo poco después del mediodía. La temperatura marcaba casi 39 grados Celsius. Hernández condujo a casa, se duchó, se preparó para reunirse con la maestra de su hijo de 12 años para hablar sobre el aprendizaje a distancia. Su esperanza es que la escuela salve a sus hijos de los campos.

“La escuela es muy importante para mí”, dijo.

No muy lejos del huerto de cerezos, los residentes del parque de hogares móviles Shady Rest volvieron a casa por la tarde para no encontrar ni sombra ni descanso. El servicio de electricidad se había interrumpido porque, según los vecinos, el suministro de electricidad en el complejo es insuficiente para el número de remolques. Eso significaba que no había agua. Tampoco había aire acondicionado. Además, sin internet, no había escuela.

“Lo que quieres hacer es ducharte, cocinar y mantenerte fresco, pero no puedes”, dijo Laura Villagrán, quien regresó a casa después de su turno en un vivero de árboles, cubierta de suciedad y sudor.

El propietario, Lal Singh Toor, dijo que no sabía por qué no había electricidad. Afirma que el complejo tiene un servicio eléctrico de 400 amperios, un nivel usualmente adecuado para dos o tres grandes casas de una sola familia. Shady Rest tiene 49 unidades.

El Valle de San Joaquín es un vasto tramo de tierra de cultivo industrial anidado entre las cordilleras de la costa del Pacífico y la Sierra Nevada. Aquí se cultivan y empacan uvas de mesa, uvas de vino, sandías, zanahorias y arándanos. Se hace lo mismo con las múltiples hectáreas de almendras y nueces.

La geografía y la industria maldicen el valle con algunas de las peores calidades de aire del país. Las tasas de asma y de enfermedades pulmonares obstructivas crónicas son altas, según los médicos de la Clínica Sierra Vista, una red de centros médicos en el valle. Las funciones del riñón disminuyen debido a la prolongada deshidratación de muchos trabajadores agrícolas, dicen los médicos de la región. La diabetes, asociada a la ingestión de alimentos baratos y con almidón, es común. Incluso hay un padecimiento respiratorio que recibe su nombre por la zona: fiebre del valle, causada por el hongo coccidioides presente en el suelo.

Olga Meave, directora médica de la Clínica Sierra Vista, habló de la serie de padecimientos a los que se enfrentan los trabajadores agrícolas. “Van a ser más propensos a las enfermedades respiratorias crónicas”, dijo.

Por eso no resulta sorprendente que las tasas de infección por coronavirus en el valle estén entre las más altas de California. Los latinos se infectan de manera desproporcionada.

El valle está anormalmente seco en algunas zonas y, en otras, hay sequía. El polvo se arremolina en los campos. Muchos lechos de los arroyos están secos. Los ríos se han torcido y doblado en todas direcciones con el fin de traer agua del norte para los campos. Desde mediados de agosto, durante más de dos semanas, las altas temperaturas diarias han oscilado entre 36 y 42 grados Celsius.

El jueves, la ceniza cayó sobre el condado de Kern, el tramo más meridional del valle. El sol luchó por abrirse paso. A media tarde, parecía un orbe brillante y fantasmal.

En los campos cerca del pueblo de Arvin, Alejandro Díaz, con cuchillo en mano y una cubeta atada a su pecho, cortó las últimas uvas que colgaban de las vides. Se trataba de cortar y lanzar. Después había que descargar las cubetas en contenedores para hacer vino de mesa barato. Dos cubetas costarían 65 dólares y, si él y su compañero de trabajo, Rafael Pacheco, podían recolectarlas unas horas antes de que el calor los asara, podrían embolsarse 100 dólares cada uno.

Había mucha humedad entre las parras.

“Es asfixiante”, dijo Pacheco. “No se puede respirar”.

La cara de Díaz estaba mojada de sudor. El polvo de las parras llenaba los surcos. Dijo que se detendrían a las 11:00, antes de que la temperatura llegara a los 39 grados Celsius.

“Mi vida vale más que otra ronda de uvas”, comentó Díaz.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *