“Quiere que le venda la casa para demolerla” y construir otra torre, dice este hombre de 68 años en su vivienda del barrio de Monot.
Desde que la explosión de agosto destrozó las arcadas de su casa familiar en Beirut, Basam Basila, resiste a la presión del propietario de una torre cercana que quiere comprar este edificio histórico transmitido de padre a hijo.
“Quiere que le venda la casa para demolerla” y construir otra torre, dice este hombre de 68 años en su vivienda del barrio de Monot.
La explosión, provocada por una enorme cantidad de nitrato de amonio almacenado en el puerto de Beirut, causó 188 muertos y devastó zonas enteras de la capital libanesa, lo que abrió el apetito de los tiburones inmobiliarios.
Siete personas siguen aún desaparecidas más de tres semanas después de la gigantesca deflagración, según el último balance de las autoridades este sábado.
Como Basila, otros habitantes de las calles siniestradas -sobre todo en los barrios de Mar Mikhael, Gemmayzé y Monot- y los funcionarios locales lamentan la codicia de aquellos que quieren “aprovecharse” de la tragedia para prosperar en los negocios.
El mismo inversor, que compró la planta baja de la casa con la esperanza de adquirir el resto, ya había hecho una oferta tentadora a Basila.
“Me había dicho ‘acabarás cediendo'”, contó este taxista.
Para incitarle a irse, el promotor ahora se abstiene -según él- de “consolidar la planta baja”, debilitada por la explosión.
Pero “nací en esta casa, y mi padre nació en ella (…) No puedo vivir en otro lugar”, afirma Basila, quien critica al Estado: “Sin ayuda, ¡no podemos restaurar nada!”
– “Beirut no está en venta” –
De los 576 edificios históricos inspeccionados por el ministerio de Cultura en Beirut, 44 corren el riesgo de desplomarse y 41 se exponen a un derrumbe parcial.
Después de la explosión, cuando los habitantes acudían para informar de los daños en sus casas, Bechara Ghulam, el alcalde del distrito de Rmeil, en el norte de Beirut, cuenta haber recibido la visita de uno de estos “brókers” en la sombra, que propuso comprar las propiedades para particulares que no querían ser identificados.
“Expresó su deseo de comprar casas dañadas por la explosión y su voluntad de ‘pagar cualquier cantidad’ que los propietarios reclamaran”.
“Le contesté que no venderemos”, asegura Ghulam.
Y eso que la tentación es fuerte en un contexto de grave crisis económica en el Líbano, que experimenta una depreciación de la libra libanesa, una inflación galopante y una escasez de dólares. Muchos libaneses han caído en la pobreza.
Los organismos políticos y religiosos han advertido contra los “buitres” que merodean, y los ministerios de Cultura y de Finanzas han prohibido la venta de bienes dañados hasta que terminen las obras de restauración.
En las calles han aparecido carteles con la inscripción “Beirut no está en venta” y varias asociaciones de salvaguardia del patrimonio están pendientes del tema.
“Recibimos información de propietarios contactados por brókers afiliados a políticos”, lamenta Naji Raji, fundador de la oenegé “Save Beirut heritage” (“Salvar el patrimonio de Beirut”).
Los inversores solo aspiran al “beneficio financiero en una región turística por excelencia y buscan desfigurarla”, denuncia, pero se alegra de que “los habitantes se nieguen a vender”.
– “Nuestra historia” –
En la calle de Gemmayzé, Rita Saadé inspecciona la casa heredada de sus bisabuelos.
En una habitación con paredes de color verde claro y una lámpara de araña, el suelo se hundió por los daños en los pilares.
“Es un patrimonio y debe ser restaurado”, argumenta la arquitecta de 23 años, que busca financiación de las oenegés.
Durante una gira por Beirut el jueves, la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, dijo que quiere recaudar una ayuda “considerable” y estimó que los daños ascienden a cientos de millones de dólares.
“Está en juego el alma de Beirut”, subrayó.
La reconstrucción del centro de la ciudad después de la guerra civil (1975-1990) por Solidere, la compañía inmobiliaria del ex primer ministro y multimillonario Rafik Hariri, fue criticada por no preservar el alma de la ciudad.
En Gemmayzé, Alain Chaul mira su casa y se pregunta: “El costo de las reparaciones es de 200.000 dólares pero no tengo un centavo. ¿Qué debo hacer?”.
Se niega a darse por vencido. “Es nuestra historia. ¡No la venderé!”