En los últimos cinco años, según investigadores de las Universidades de Yale y George Mason, la cantidad de estadounidenses que están “muy preocupados” por el cambio climático se ha duplicado con creces, hasta el 26 por ciento.
Después de que Britt Wray se casó en 2017, ella y su esposo comenzaron a hablar sobre tener hijos. La conversación giró con rapidez en torno al cambio climático y al planeta que podrían heredarles a esos niños.
“Fue muy, muy intenso”, afirmó Wray, que ahora es becaria postdoctoral en la Universidad de Stanford y en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. “No me lo esperaba”. Aseguró que se puso triste y estresada, y que lloraba cuando leía nuevos informes sobre el clima o escuchaba hablar a los activistas.
Jennifer Atkinson, profesora adjunta de Humanidades ambientales en la Universidad de Washington, en Bothell, se deprimió después de que los estudiantes le comentaron que no podían dormir porque temían un colapso social o la extinción masiva.
Hay diferentes términos para lo que sintieron ambas mujeres, entre los que se encuentran ecoansiedad y aflicción climática, y Wray lo llama ecoangustia.
“Lo que aparece cuando tomamos conciencia de la crisis climática no es solo ansiedad”, dijo. “Es pavor; es pesar; es miedo”.
Tampoco es inusual. En los últimos cinco años, según investigadores de la Universidad de Yale y la Universidad George Mason, la cantidad de estadounidenses que están “muy preocupados” por el cambio climático se ha duplicado con creces, hasta el 26 por ciento. En 2020, una encuesta de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría reveló que más de la mitad de los estadounidenses están preocupados por el efecto del cambio climático en su salud mental.
Lise Van Susteren, psiquiatra con sede en Washington, D. C., y cofundadora de la Alianza de Psiquiatría Climática, una organización que está creando un directorio de terapeutas conscientes del clima, comentó que “en definitiva” en los últimos años había visto un aumento de pacientes que buscaban ayuda para tratar la ansiedad climática.
No obstante, a la par del incremento de la prevalencia de la ansiedad climática, también ha aumentado la cantidad de personas que trabajan para mitigarla, tanto en sí mismas como en quienes las rodean.
Por ejemplo, Wray, quien tiene un doctorado en comunicación científica, empezó a leer todo lo posible acerca de la ansiedad y el cambio climático, y al final modificó su propia investigación para centrarse por completo en ello. Wray comparte sus hallazgos y técnicas de afrontamiento en el boletín semanal Gen Dread, con más de 2000 suscriptores. En la primavera de 2022 tiene previsto publicar un libro sobre el tema.
“Mi objetivo general es ayudar a la gente a sentirse menos sola”, dijo Wray. “Necesitamos recuperarnos para no consumirnos y saber cómo estar en esta crisis durante el extenso plazo que implica”.
Con la esperanza de sosegar sus sentimientos y los de sus alumnos, Atkinson diseñó un seminario acerca de la ecoaflicción y la ansiedad climática.
Según Van Susteren, la ecoangustia puede manifestarse de diversas maneras, desde la angustia por lo que deparará el futuro hasta la culpabilidad extrema por las compras y los comportamientos individuales. Aunque sus síntomas a veces son iguales a los de la ansiedad clínica, dijo que consideraba la ecoangustia como una reacción razonable a los hechos científicos, que, en los casos leves, debe tratarse, pero no patologizarse. (En los casos de ansiedad extrema, Van Susteren señaló que era importante buscar ayuda profesional).
Para muchos estadounidenses, el asesoramiento en lo que respecta a problemas climáticos es relativamente accesible; sin embargo, en algunas comunidades, especialmente en los países menos ricos, puede parecer más bien un extraño privilegio.
Kritee, científica climática sénior del Fondo de Defensa del Medioambiente, tiene los pies en ambos mundos. Con sede en Boulder, Colorado, Kritee (quien tiene un solo nombre) dirige talleres y retiros para personas que presentan aflicción climática.
También trabaja con agricultores en India cuyo sustento está amenazado de manera directa por las sequías e inundaciones extremas derivadas del cambio climático.
Kritee, que es doctora en bioquímica y microbiología, señala que cree que las personas de todos los orígenes deben procesar sus sentimientos respecto al cambio climático. Hace que sus servicios sean asequibles mediante becas, pagos escalonados y clases basadas en donaciones. Algunas de sus sesiones están abiertas solo a personas de color, que con frecuencia están en la primera línea del cambio climático y cuya aflicción climática, dijo, a menudo se ve agravada por el trauma racial.
En cuanto a las personas blancas y acaudaladas, que probablemente no sufrirán los peores efectos del cambio climático, Kritee afirmó que es crucial que también afronten su dolor. Al hacerlo, dijo, pueden empezar a hacerse preguntas como: “Si a mí me duele tanto, ¿qué sucede con la gente menos privilegiada?”.
Algunos de los participantes en los talleres anteriores se han inspirado para hacer cambios en su estilo de vida o ser voluntarios en campañas medioambientales, opciones que podrían beneficiar al planeta en su conjunto, cuando se emprenden de manera colectiva.
“No podemos animar a la gente a emprender acciones radicales sin darles herramientas para expresar su rabia, su dolor y su miedo”, dijo Kritee.
Eso es lo que suelen destacar las personas que se enfrentan a la aflicción climática: que el dolor por el planeta no se debe ignorar. De hecho, cuando se procesa en comunidad, puede ser un arma potente.
“Lo que es verdaderamente importante es que empecemos a normalizarlo”, concluyó Wray. “No solo para ayudar a la gente que está lidiando con esta angustia tan razonable, sino también porque permitir que se produzcan esas transformaciones es muy energizante para el movimiento climático de acción”.